*Por Carlos Fernández Liria, Luis Alegre Zahonero y
Daniel Iraberri
Carlos Fernández Liria: Ha estado circulando por la red
un supuesto artículo mío que era, en realidad, un comentario colgado en
facebook a raíz de las declaraciones del presidente Correa en contra de la
despenalización del aborto. Fue un amigo mío quien me pidió permiso para
colgarlo en su página y a mí no me pareció mal, porque de hecho lo que ahí
decía es lo que pienso (aunque convendría explicarlo más despacio). Sin
embargo, he quedado espantado con lo que se ha entendido de mi comentario. Así
es que pienso que no me expliqué bien. Voy a apuntar ahora algunas
aclaraciones, porque el asunto en sí mismo sí me parece de lo más importante.
En primer lugar, mi comentario en facebook no iba contra
Correa -si bien sus palabras fueron machistas, meapilas, prepotentes y, a mi
entender, miserables-, sino contra muchos de los que lo estaban criticando. En
concreto, mi rabia se dirigía contra aquellos que llevan tanto tiempo
reprochando a Correa -e incluso a Evo Morales- su falta de sensibilidad
indigenista. No es que me parezca bien esta falta de sensibilidad (si es
cierta), pero lo que no entendía es que por una vez que Correa se alinea
férreamente con el indigenismo, entonces ya no nos parezca bien. Pues, al fin y
al cabo, Correa sí tenía razón al increpar a las feministas de su partido
preguntando que cuándo se había planteado una medida semejante en la campaña
electoral. No se había hecho, y no se había hecho porque la población
ecuatoriana no vota eso.
El indigenismo católico de la población -y otros
indigenismos no católicos o pseudocatólicos, no digamos ya el evangelismo- no
vota la despenalización del aborto. Nos guste o no nos guste, tampoco en
Venezuela los votantes chavistas votarían esa despenalización. En suma, a mí lo
que me estaba tocando las narices era que con un esquema ideológico
completamente irreal se estuviera acusando a Correa de haber traicionado a su
pueblo y en especial a la mujer ecuatoriana. Yo quizás sí podía decir eso -pues
ya se sabe que soy un lunático kantiano que habla siempre de lo que debe ser y
no de lo que es-, pero me parecía mucho morro acusar a Correa de traicionar a
un pueblo que en eso está masivamente de acuerdo con él.
Por eso, en mi aludido comentario de facebook, proponía
un ejercicio para la reflexión. "No todo va junto -decía-: uno no tiene que
dejar de ser un meapilas para ser un (más o menos) keynesiano. No es la primera
vez que me encuentro con esto. Cuando estuve en Chiapas, en los años 1991 y
1992, había mucho debate en la población indígena sobre el tema del aborto. El
motivo es el siguiente: había un movimiento indígena revolucionario vertebrado
sobre todo por los sacerdotes del obispo y teólogo de la liberación Samuel
Ruiz, quien valientemente les prestó públicamente su apoyo. Los sacerdotes
acababan en la cárcel cada dos por tres y los indígenas salían masivamente en
manifestación. No eran otros, por supuesto, que el EZLN que se levantaría
contra el ejército mexicano el 1 de enero de 1994. A la sazón, el presidente
del Estado de Chiapas era un cacique asesino mafioso y corrupto del PRI,
llamado Patrocinio González (que luego pasó a ser ministro del interior). La
rivalidad con Samuel Ruiz era noticia todos los días. Patrocinio metía
sacerdotes en la cárcel y Samuel clamaba desde el púlpito a miles de indígenas
zapatistas para que organizaran la resistencia (y bien que lo hicieron un año
después). Pues bien, a lo que iba: ¿qué se le ocurrió a Patrocinio González
para separar a la izquierda laica del zapatismo? Pues, sí, emprender una
iniciativa legal para despenalizar el aborto. Toda la Iglesia mexicana puso el
grito en el cielo y Samuel Ruiz se vio obligado (quiero creer que él no era
antiabortista) a encabezar las marchas provida de Chiapas. Fue bochornoso. Para
muchos en la izquierda fue una línea roja. Fue una curiosa situación, en la que
la izquierda se vio apoyando al cacique criminal contra los zapatistas de
Chiapas, que siguieron al obispo de forma masiva”.
¿Qué es lo que fue bochornoso? ¿Qué el obispo de la
liberación encabezara las marchas provida con el (proto)EZLN detrás? ¿Entonces
fueron los zapatistas los que tuvieron un comportamiento bochornoso? ¿O fue
bochornoso que la izquierda intelectual y laica dictaminara desde la
Universidad que se había traspasado una línea roja y que, por tanto, había que
alinearse con un cacique criminal y corrupto del PRI que planteaba despenalizar
el aborto? A mí que no me lo pregunten. Al contar esto, yo no pretendía
simplificar el problema, sino hacer ver que era más complicado.
Pero cuando el otro día se colgó mi dichoso facebook,
bajo el título "Algo hemos hecho radicalmente mal”, muchos se apresuraron a
decir que si no sería que lo que hemos hecho tan mal algunos es haber prestado
tanto apoyo a presidentes autoritarios y caudillos estatales en lugar de
apoyarnos en las revueltas populares, la defensa de los comunes y la comunidad
horizontal y participativa. ¿Pero es que en eso de despenalizar el aborto dan
mejor resultado los comunes que los presidentes electos? ¿No eran los
zapatistas el modelo de revolución horizontal no estatalista ("no queremos
tomar el poder”, "nuestro camino no pasa por el Estado”, eso de "mandar
obedeciendo”, eso de "crear comunidad”, eso de la "autonomía indígena”, etc.).
No, no dan mejor resultado. El problema, aquí, no ha sido Rafael Correa. Y mucho
menos Rafael Correa aplastando la voluntad popular indígena. Muy al contrario,
al expresarse así se ha limitado a hacerse eco de un clamor muy indígena. El
mismo ha hablado como un indígena.
¿O es que el catolicismo no es una voz
indígena legítima?
Como intenté hacer comprender en mi comentario, el asunto
es que no todo tiene que ir junto. Uno no tiene que dejar ser un beato católico
para ser un (más o menos) keynesiano de izquierdas. En el paquete de la
izquierda europea van incluidos (más o menos) el anticapitalismo, el feminismo
o la liberación de los homosexuales. Pues, bien, en Latinoamérica no. No va de
suyo que un anticapitalista será feminista y no será homófobo. Incluso puedes
encontrarte con paradojas curiosas, como la que he contado de Chiapas en 1990:
la derecha del PRI emprende una despenalización del aborto y la izquierda
(zapatista) sale a la calle a protestar. Al fin y a al cabo, en Latinoamérica,
el catolicismo -bajo la forma de teología de la liberación- ha sido una fuerza
revolucionaria muy poderosa. Pero un católico no suele abogar por la
despenalización del aborto. Por otra parte, quinientos años de catolicismo
impuesto a sangre y fuego se han visto coronados con cincuenta años de
evangelismo lobotomizado, muy financiado por la CIA con la intención
precisamente de combatir la teología de la liberación, es decir, la posibilidad
de que el catolicismo tuviese, pese a todo, una vertiente emancipatoria. Eso no
ha impedido una gloriosa revolución bolivariana, como no impidió la revolución zapatista.
No ha impedido, por supuesto, que las clases populares de Ecuador o Bolivia
votaran masivamente por un programa antineoliberal. Pero es una estupidez
pensar que todo el mundo dejó en ese momento de ser homófobo, machista o
partidario de la penalización del aborto. Lograr este otro objetivo no puede
ser responsabilidad de Correa o de Chavez (o, ahora, de Maduro). Aunque por
supuesto sí tienen ahí grandes posibilidades en su mano (sin duda una palabra
de Chávez habría cambiado mucho el panorama), el primer problema es que
seguramente ellos mismos piensan al respecto de una modo cercano al
catolicismo. Y sobre todo: nadie les votó por ser feministas o militantes del
LGTB y mucho menos para que despenalizaran el aborto.
No digamos ya cómo se plantea este mismo problema cuando,
en lugar de irnos a Latinoamérica no trasladamos al mundo árabe. Ahí nuestros
esquemas europeos sobre lo que empaquetamos como de izquierdas o de derechas,
se vuelven completamente estériles.
Una cosa es el patriarcado (o la homofobia) y otra cosa
es el capitalismo. No son aspectos de la misma cosa. Son cosas distintas, que
tienen orígenes distintos, causas distintas y remedios distintos. Eso no quiere
decir que no haya, por supuesto simbiosis muy funcionales al capitalismo, al patriarcado,
a la homofobia o a las tres cosas a la vez. Pero las luchas pueden
perfectamente desligarse y sorprende, incluso en Europa, que hayan tendido a ir
unidas. ¿Tenía que ocurrir necesariamente que un revolucionario neoliberal como
Gallardón, fuese a la vez un meapilas franquista conservador y retrógrado, un
fascista, y encima de todo, un machista y un homófobo, y que, además, estuviese
en contra de la despenalización del aborto? El caso es que sí, en España, todo
eso suele ir junto en el mismo paquete, pero se reconocerá que no tiene por qué
ser así y que, a veces, no es así. Más allá de la disciplina de partido, puede
haber justicieros neoliberales que no sean nada conservadores, de hecho, los
hay. Mucho más si salimos de España y nos adentramos en Europa. Pero si,
además, salimos de Europa, esos paquetes en los que metemos lo de izquierdas y
lo de derechas, se nos deshacen por todos lados. Y mucho más aún si estamos
convencidos de que la última palabra o la más sabia de ellas la tienen, por
ejemplo, "los pueblos indígenas”, o el islam, el catolicismo, o el pastor
evangélico del Templo.
Y aquí es a donde quería llegar. Porque todas esas cosas
de izquierdas, sin embargo, en un cierto sentido muy concreto y definido, sí
forman parte de un mismo paquete. Lo que pasa es que, mira por dónde, no suele
ser un paquete muy respetado por el pensamiento de izquierdas (aunque hay desde
luego excepciones, entre las que, desde luego, me cuento). Ese paquete se llama
Ilustración. Sí que hay una forma muy clásica y con un enorme peso histórico de
lograr que anticapitalismo, feminismo y LGTB vayan en el mismo paquete: se
trata de vertebrar todo eso con las condiciones de posibilidad de lo que la
Ilustración llamó "ciudadanía”. Y por lo tanto, vertebrar tales cosas en un
edificio político coronado por los derechos humanos y constituido como un
imperio de la ley, es decir, como un Estado de Derecho. Pero entonces hay que
confiar en los conceptos de progreso y de civilización. Hay que, ante todo -es
lo que Luis Alegre y yo no hemos parado de repetir-, reclamar como propios del
"paquete de izquierdas” esos conceptos y, por lo tanto, denunciar y demostrar
que bajo condiciones capitalistas toda esa realidad política no es más que un
espejismo. No constituye ningún progreso "descubrir” América y esclavizar o
exterminar a los indígenas que la habitaban. Eso no es extender la civilización
o profundizar en ella. Pero sí lo es prohibir la esclavitud o legislar el
derecho de la mujer a votar. O legislar contra la homofobia o la discriminación
de la mujer. O, ya que estamos, despenalizar el aborto.
Contra ciertos planteamientos indigenistas muy comunes en
Latinoamérica, hay que repetir una y mil veces que lo que es imperialista no es
extender los derechos humanos, sino violarlos.
Y, en fin, eso es a lo que yo me refería que habíamos
hecho rematadamente mal en la izquierda: regalar "el paquete de la Ilustración”
al enemigo, creernos el cuento de que el capitalismo y el Estado de Derecho son
compatibles (e incluso que son lo mismo en dos aspectos distintos); dejar que
nos robaran el concepto de progreso y el concepto de civilización (para
aplicarlos a la reproducción ampliada-acelerada de capital y al imperialismo
genocida); empeñarnos en tener una idea mejor que la ciudadanía (para inventar
la pólvora y descubrir al camarada, al hombre nuevo, al militante, al
trabajador voluntario, al indígena tribal y comunitario, etc.); permitir que el
enemigo se apropiase de todas las conquistas legislativas que tantas luchas
populares, tanta sangre y tanto sufrimiento causaron (hay gente en la izquierda
a la que incluso la enseñanza púbica estatal le parece cosa del enemigo y que
se empeña en defender una enseñanza basada en los comunes, que al final resulta
ser una especie de enseñanza privada para pobres); etc., un sin fin de cosas
como estas es lo que hemos hecho mal. Y sobre todo, algo hemos hecho
rematadamente mal (como ya decía en el facebook en cuestión): no saber
encontrar la manera de que nuestro "paquete de izquierdas”, el paquete de la Ilustración,
estuviera en condiciones de competir con el catolicismo, el evangelismo o los
hermanos musulmanes en la lucha por la hegemonía cultural. Sin duda, hemos
logrado éxitos impresionantes, sin embargo. Los logros del LGTB en el mundo
entero son inconmensurables, por mucho que aún quede tanto por hacer. Lo mismo
puede decirse de la liberación de la mujer. Por ejemplo, hace cincuenta años,
el derecho al control patriarcal de la virginidad de la mujer en España era
incuestionable. Eso ha cambiado radicalmente: hoy ninguna mujer se casa virgen,
ni nadie pretende exigírselo. No poder llamar progreso o civilización a esa
conquista, a esa increíble victoria -y a tantas otras-, me parece miope y
suicida.
Y aprovecho ya, antes de dar la palabra a Luis y a Dani, para
hacer una aclaración sobre otro malentendido que también he oído, porque hay
gente que me ha preguntado que si -habida cuenta de que se había traspasado una
"línea roja”- había retirado mi apoyo a la revolución bolivariana o si por lo
menos estaba desengañado del "chavismo”. Esto sí que es un buen disparate. En
el año 2006 publicamos Luis y yo un libro -Comprender Venezuela. Pensar la
democracia- en el que afirmábamos algo que a mucha gente le pareció que era una
mera exageración retórica que no había que tomarnos en cuenta. Decíamos que las
victorias electorales de Chávez eran el acontecimiento político más importante
y más interesante desde la revolución francesa. Por mi parte, lo sigo pensando.
En primer lugar, porque creo que no hay nada más interesante en el mundo que la
idea de una república en estado de derecho. Y en segundo lugar, porque en toda
la historia de la democracia, no había ocurrido jamás que los pobres ganaran
las elecciones (catorce veces seguidas, además) sin que semejante resultado electoral
no fuera seguido de un golpe de Estado, una invasión o una guerra que diera al
traste con el orden constitucional. O si se quiere ser más preciso (para los
que alegan que los pobres también votan a la derecha): lo que no había ocurrido
nunca es que la oligarquía de un país perdiera las elecciones (catorce veces,
además) y se viera obligada a seguir sometida al orden constitucional. Esta
insólita y grandiosa excepción se la debemos sin duda a Chavez y al pueblo
venezolano. Otras excepciones siguieron a ésta, como la victoria de Evo o la de
Correa. Nunca hemos tenido por delante una experiencia más interesante: la de
lograr que el Estado de Derecho funcione al margen de la dictadura económica
capitalista. Nunca hemos tenido un espectáculo más bello: el de un pueblo que
hace morder el polvo a la oligarquía por vía electoral (sin matanzas, sin
guerra, sin montar una carnicería y un estado de excepción). Es lo más parecido
que hemos tenido en la historia a un verdadero Estado de Derecho.
Pues, en dos palabras -no voy a repetir aquí lo que Luís
y yo ya hemos publicado mil veces-, lo que no es de recibo es llamar Estado de
Derecho a este modelo "europeo” en el que se respeta el resultado electoral
siempre que ganen las elecciones los que, de todos modos, ya tienen de antemano
el poder económico. Esto de que llamemos democracia y orden constitucional a un
paréntesis entre dos golpes de Estado, en el que se está seguro de que no se va
a atentar contra los intereses económicos del capital, es una tomadura de pelo.
No se puede llamar democracia a un sistema en el que tienes derecho a
presentarte a las elecciones, pero no a ganarlas (porque, si las ganas, te
tragas, por ejemplo, una guerra civil y cuarenta años de dictadura).
Otra cuestión es cómo va la cosa. ¿Se ha logrado
realmente que el estado de derecho de la revolución bolivariana no esté
secuestrado por los intereses económicos de la oligarquía que, sin embargo,
perdió las elecciones? ¿Cuál es el diagnóstico, diez años después? ¿Cuál va a
ser el futuro del Socialismo del siglo XXI? ¿Qué pasará ahora con el
revocatorio que se planea contra Maduro?
Yo no lo sé. Pero sí creo que, pase lo que pase, lo que
más vamos a echar en falta es lo que podríamos llamar un verdadero Estado
socialista consolidado. Se han creado Misiones, Consejos comunales,
Universidades bolivarianas, redes bolivarianas, organizaciones bolivarianas
populares... pero no se ha podido crear un Estado bolivariano, un Estado
socialista. En uno de sus últimos discursos, el presidente Chávez se preguntaba
¿dónde están las comunas? No sé, pero ¿dónde está el Estado? Podríamos definir
un Estado socialista como un estado democrático en el que los derechos civiles,
políticos y sociales básicos no dependan del impulso político (o
no) de un eventual gobierno de izquierdas sino que se hallen consagrados como
tales derechos fundamentales y amparados (con carácter incondicional) por las
correspondientes instituciones de garantía. Es decir, el equivalente de lo que
gozan los partidos de la oligarquía en todos los Estados capitalistas. El
capitalismo no está vendido a los imprevistos electorales. Está blindado
institucionalmente, empotrado en los aparatos estatales, protegido legal y
constitucionalmente. Es España lo sabemos ahora mejor que nunca, desde que el
PSOE y el PP se pusieron de acuerdo en plenas vacaciones de agosto de 2011 para
reformar la Constitución y poner a los bancos por encima de cualquier vaivén
electoral. Eso mismo, pero en su versión socialista, es lo que tenía que
haberse logrado tras tantas legislaturas con la sartén por el mango.
Daniel Iraberri:
Sí, pero las furias antiestatalistas de ciertos sectores
de la izquierda no facilitaban la cosa. Yo creo que la manía anti-Ilustración
de la izquierda ha hecho muchísmo daño en el propio proceso bolivariano. A lo
largo de todos estos años hemos tenido que oír cosas tales como que el chavismo
se apoyaba en una burocracia estatal corrompida y que este equilibrio de
fuerzas impedía avanzar la revolución. Hay una izquierda negrista,
antiestatalista, que ha inoculado en el proceso bolivariano un diagnóstico
fatal respecto a casi todos los problemas. Me refiero a esa cantinela
antiestatalista que siempre encumbra algo así como la democracia de los comunes
y la imaginación de la multitud frente a cualquier esfuerzo de consolidar las
instituciones de siempre, las instituciones propias de un Estado de Derecho: el
parlamentarismo, la división de poderes, la sanidad universal, la educación
pública, la policía, etc. Luis y tú, cuando escribisteis Comprender Venezuela,
pensar la Democracia, decíais que la oposición fundamental no era democracia
participativa / democracia representativa, sino democracia frente a dictadura
de los poderes económicos. El problema de nuestros sistemas parlamentarios no
es que sean parlamentarios, sino que no es verdad que sean sistemas
parlamentarios: son dictaduras económicas disfrazadas con una fachada
parlamentaria. Lo que vosotros defendíais era que había que concentrarse en
construir un verdadero aparato de Estado, no en abandonar esa tarea como
imposible y sustituirla por las Misiones. Pero había cierta izquierda que
estaba siempre dispuesta a identificar lo vivo, lo espontáneo, lo horizontal,
lo creativo, lo popular, en suma, lo "de izquierdas”, en las Misiones, y a
considerar en cambio cualquier forma estatal como un obstáculo destinado a ser
abolido en el proceso a mayor o menor plazo. Por lo visto, había que inventar
algo mejor que la asamblea legislativa. No bastaba con hacerla funcionar de
verdad. Había que inventar algo mejor que la policía... no era posible
proponerse que obedeciera a las leyes y trabajara para que se cumplieran. Entre
los intelectuales que han acompañado al proceso bolivariano ha habido mucho
enamorado del poder constituyente al que le horrorizaba cualquier cosa
constituída. Enamorados de la potencia, horrorizados por los actos. En suma, ha
habido un verdadero cáncer antiestatalista que no ha sido de ninguna ayuda para
avanzar en lo que verdaderamente era un reto tan difícil como imprescindible:
la constitución de un verdadero Estado socialista que pudiera resistir
cualquier embate electoral (lo mismo que el Estado capitalista resiste
cualquier oscilación electoral). Pero hay una izquierda que no quiere ni oír
hablar de nada que suene a Estado, ni aunque sea socialista, porque algo les
convenció -no sé leyendo a quién- de que el Estado, el Derecho y el capitalismo
eran momentos equivalentes de la misma ignominia. Identifican Estado con
burocracia y dictadura sobre el pueblo, sin advertir que existe una posibilidad
que puede ser muy difícil, pero que es la más bella y la más irrenunciable que
puede plantearse la humanidad: la posibilidad de una sociedad en estado de
derecho, en estado de Ley, la posibilidad -podríamos decir para resumir- de una
verdadera República.
Esta posibilidad asombrosa se abría frente a la
revolución bolivariana, una revolución en la que, como dices, los pobres habían
tomado el poder por vía electoral. Era un experimento insólito, que la
humanidad llevaba esperando desde los tiempos de Sócrates o Platón: la
posibilidad de que la ley emanada del pueblo estuviese realmente por encima de
cualquier otro poder, también de los más ricos o influyentes. Era el proyecto
de la Ilustración: la construcción de una sociedad de ciudadanos en estado de
derecho, es decir, la construcción de una sociedad en la que incluso los más
poderosos estén sometidos a los dictados de las leyes que emanan de la
argumentación y contraargumentación entre los ciudadanos. Es increíble que la
construcción de este milagro haya interesado relativamente poco en cierta
izquierda muy extendida. En la izquierda de corte estalinista, porque se
desconfía del Derecho como de un subproducto burgués. En la izquierda
"negrista” o "spinozista” de los "autónomos”, porque se desconfía del Estado
por las mismas razones. La fórmula "estado derecho” interesaba poco a la
izquierda. Aquí Chávez fue siempre más clarividente: sabía que la fortaleza del
proceso bolivariano residía en un Estado de derecho socialista, no en un
socialismo que inventara algo mejor que el Estado de derecho. Pero la tarea era
muy difícil. Emprender una reforma en profundidad de la administración pública
era una tarea colosal y tremendamente conflictiva. Supongo que grandes sectores
de la burocracia estatal corrupta se habrán estado frotando las manos viendo
que el objetivo se desplazaba hacia las Misiones, hacia un intento de duplicar
el aparato de Estado desde abajo, en lugar de poner patas arriba el aparato
mismo del Estado.
El resultado ha sido que la población ha ido perdiendo
cada vez más la confianza en las leyes. Uno no puede ilusionarse por la
producción de leyes si observa que luego no hay forma de hacerlas cumplir. Por
ejemplo, la Constitución de 1999 ya establecía en su artículo 115 que "la
propiedad estará sometida a las contribuciones, restricciones y obligaciones
que establezca la ley con fines de utilidad pública o de interés social”. Sin
embargo, esta subordinación constitucional de la propiedad privada a la
utilidad pública no ha logrado impedir que los comportamientos especulativos
eleven por ejemplo el precio de la vivienda hasta unos límites que generan
dramáticas consecuencias sociales; no ha logrado impedir que las grandes redes
de distribución y comercialización acaparen productos (incluso de primera
necesidad) y generen situaciones de escasez sin que eso implique la
expropiación inmediata; tampoco la legislación penal ha servido para meter en
la cárcel a los acaparadores; tampoco ha servido para llevar a la cárcel a
todos los burócratas corruptos que parasitan los recursos del Estado. Se han
organizado, sí, programas sociales de emergencia (las Misiones), pero se ha
hecho para atender necesidades que eran competencia de Instituciones del Estado
que siguen sin rendir cuentas por su escandalosa dejación de funciones. Ni
siquiera se ha podido aplicar el peso de la ley a los burócratas corruptos que
han parasitado también estos programas sociales.
Sin duda, sin duda que era un tarea dificilísima. Pero no
por eso hay que cambiar el diagnóstico. Si en vez de apelar al eterno punto de
fuga que caracteriza el trazo pictórico argumentativo del spinozismo negrista,
a saber, que "la multitud proveerá" (proveerá ausencia de conflictos,
solución a los problemas, a los delitos, a la propiedad, al trabajo, a la justicia,
panes, peces, etc.), vamos a los procesos concretos, materiales, lo que se ve
en procesos como los de Venezuela es precisamente el drama de la falta de
Estado. Es tan evidente que clama al cielo. No creo que esto sea demasiado
imputable al chavismo. (Aunque algo responsables sí son, y esto es más bien un
elogio: cómo no van a serlo, cualquiera que haga algo políticamente relevante
pasa a ser responsable de los logros y de los errores, el derecho a fallar hay
que ganárselo; en España, por ejemplo, la izquierda todavía no se ha ganado ese
derecho, por eso no se le puede imputar nada). Los marxistas republicanos somos
defensores de la edificación de una arquitectura institucional, estatal y
jurídica republicana, y por eso pensamos que el gran problema del Proceso
comenzó desde el momento en que se desistió de apropiarse hasta el final del
Estado. La verdad es que aquí no hay quien pueda dar lecciones: haber expulsado
de la administración a toda la oligarquía anterior, por completo, habría sido
imposible sin una guerra civil. Y con esa oligarquía... imposible. ¿Qué se hizo
en vez de limpiar el Estado para que fuese verdaderamente una herramienta de
transformación? Cualquiera que haya seguido con un mínimo de atención lo que ha
ocurrido en Venezuela desde hace muchos años no puede tener la más mínima duda:
la impotencia de cara a librarse de la anterior administración (pues asumir el
coste de una guerra civil, con EEUU desestabilizando cualquier situación, es
probablemente inasumible, y entonces igual es que la cosa no tiene remedio y
punto, pero una cosa es lamentarse de que no haya tenido remedio y otra poner
las ideas a la altura del error o de la impotencia) se solucionó con dos cosas:
dinero (del petróleo), y retórica. Con ambas cosas se creó una especie de
"estado comunal" paralelo, ultrasubvencionado, que logró solucionar
la mayoría de los problemas que no podía resolver un Estado heredado podrido
hasta la médula. En vez de sistema nacional de salud: misión barrio adentro,
etc. Las misiones fueron un invento maravilloso del chavismo, y realmente han
cambiado la vida de los venezolanos. Todas. Bueno, algunas más que otras. Y
todo se puso al servicio de una retórica muy comunitaria, se crearon miles de
proyectos de economía cooperativa, comunitaria, etc. Se vertieron chorros de
dinero encima de todo lo comunitario, lo asambleario, lo barrial, lo
horizontal. Y sí, se solucionaron muchas cosas con eso, cómo no.
¿Cuál es el problema? Pues bien sencillo: que si en el
período constituyente, cuando tienes el entusiasmo revolucionario, el apoyo
popular, la hegemonía, el ejército, incluso cierta capacidad para expulsar a la
oligarquía a base de fuerza revolucionaria (y sí, un poquito de terror
jacobino), no lo aprovechas para construir un entramado institucional, jurídico,
político, estatal, lo suficientemente sólido, que haga completamente
irreversibles los cambios incluso si la oposición gana las elecciones, si no
consigues eso, al final has construido una casa de barro. Evidentemente
Venezuela es un proceso vivo, ¡y lo que le queda! Y queda mucho por hacer, pero
el desgaste es evidente, y ni siquiera los venezolanos, con el ejemplo de curro
político absolutamente increíble que han dado al mundo, ni siquiera ellos,
digo, son tan fuertes como para sostener a base de pura voluntad y puro
entusiasmo, dos décadas de revolución. Si es que es imposible inventar la
pólvora, joder... o aprovechas la revolución para instituir las condiciones
materiales de la reforma (sí, claro, efectivamente, el Estado de Derecho, es
decir, un Estado al que ningún poder privado le haga ni cosquillas y donde las
leyes establezcan un carril del que ya no se pueda salir), o aprovéchala para
ser muy muy muy feliz mientras dure, porque el enemigo no está todo el día con
pájaros en la cabeza y sabe perfectamente que la verdad está en la espada y el
trono. Y no deja de ser una de las razones de que siempre perdamos... Y que
siempre perdamos no deja de ser una de las razones de que tengamos estos
discursos, tan guays, por lo demás. Porque el momento constituyente mola que te
pasas, y lo constituido (la policía, los jueces, los impuestos, las leyes, las
victorias parlamentarias, las derrotas parlamentarias...) es mucho más
aburrido, dónde va a parar.
No creo que en Venezuela hayan faltado cooperativas, experiencias
asamblearias, poder popular, ni nada de eso. De hecho, la intervención estatal
de PDVSA, recuperar el principal recurso económico de la nación y ponerlo al
servicio del pueblo, es algo que se hizo desde el Estado, aprovechando el
boicot del paro petrolero, pero con ese dinero se financiaron las misiones.
¿Qué es más sólido e irreversible, PDVSA o las Misiones y su carácter popular?
Esa me parece una buena pregunta (que no estoy capacitado para responder). Otra
buena pregunta es ésta ¿qué forma de propiedad y explotación se le habría dado
a PDVSA desde la concepción negrista-spinozista de los comunes? No sé, en
varias discusiones -también en facebook- les hemos planteado una pregunta que
creíamos precisa, si "habrá policía en la democracia radical de la
multitud y las pasiones alegres" y nos han contestado que les parece una
pregunta metafísica indigna de respuesta. Supongo que con estas otras preguntas
será aún peor.
Cuando estuve en Venezuela, un tipo bastante listo que
era economista y había estudiado en mil países, y había estado ya de ministro
con Chávez y siempre ligado a cargos de economía, vivienda, productividad,
etc., me explicó todo el asunto de la economía cooperativa, el hostión que por
desgracia (él lo había apoyado con una enorme fe y esperanza) se habían dado, y
el drama de, por concesiones a la retórica asamblearia y participativa, no
haber podido poner suficientemente en marcha una economía estatalizada con
sectores fuertes, orientados a la diversificación de la producción del país, controlados
por el Estado, capaces de impulsar un tejido productivo suficiente para
Venezuela: por debajo de un determinado nivel de desarrollo del tejido
productivo, la soberanía política tarde o temprano acaba mermada. Y Venezuela
tiene un grave problema histórico de producción, puesto que la suerte que
supone su condición de reserva petrolera mundial no se ve compensada con una
diversificación suficiente de la economía, de modo que sigue siendo una
economía profundamente importadora, vaya, es que se importa hasta la harina de
las arepas. Evidentemente este desequilibrio tampoco le es imputable al
chavismo, puesto que es fruto de un siglo de colonización y explotación salvaje
por parte de petroleras internacionales y una oligarquía local profundamente
antipatriota, a la que nunca le interesó el desarrollo del pueblo venezolano,
sino simplemente asegurar su cuota en la extracción de las plusvalías de las
rentas del petróleo, mientras el país se empobrecía y se desestructuraba cada
vez más. Revertir décadas y décadas de desestructuración económica y social es
algo que requiere una determinación política y una eficacia que quizá
sencillamente sean incompatibles con tiempos políticos cortos. Yo no lo sé, no
sé si se podría haber hecho algo más o algo mejor.
En fin. Lo que quiero decir es que por lo visto si eres
ministro de economía en Venezuela, y quieres llevar el país a algún sitio donde
la gente tenga trabajo y harina para las arepas (además de poder popular) por
lo visto las infinitas concesiones retóricas a lo popular son más un obstáculo
que un apoyo.
Y sí, claro que por lo demás hay corrupción en la
administración y no sólo en la heredada, sino también en la chavista. Pero ¿y
en las asambleas, y en los proyectos comunitarios, y en las misiones? Es que no
me fastidies... Si intentas montar un Estado heredas el Estado anterior y
además necesitas cuadros. Y si no tienes cuadros técnicos te los inventas o los
importas. Y si aún así te falta gente (gobernar un país, por lo visto, es muy
complicado, y ni la multitud provee soluciones mágicas ni la multitud es en sí
misma y por sí misma un antídoto especialmente eficaz contra cosas como la
corrupción), pues te la vuelves a inventar (eso que decía Lenin de que tuvieron
que poner un "barniz" bolchevique a cuadros del zar o a cuadros que
no eran ni cuadros). Y si son unos ladrones, pero son los tuyos, pues les
vigilias todo lo que puedes. Y si mientras está Chávez no le tiembla el pulso a
la hora de expulsar a gobernadores, cargos, etc, pero en cuanto no está Chávez
todo el mundo (también la multitud, vaya) se desperdiga y cada uno va a lo
suyo, pues qué le vas a hacer. Si es que es muy difícil, montar una República
es jodidamente difícil. Tan difícil que si miramos a la historia casi diríamos
que es imposible. Es que aquí debajo de la luna las cosas son un rollo,
imperfectas, una chapuza. Y claro, lo que siempre acaba fallando es el Estado:
porque es lo único real. Los anti-estado tienen un montón de ejemplos que
echarnos a la cara en cuanto a estados que no han defendido lo público y los
comunes o que directamente han sido sistemas de expropiación sistemática de los
comunes. Yo no sé qué ejemplos de democracias radicales de la multitud y los
comunes fracasadas podemos echarles en cara porque no sé si eso ha existido alguna
vez (en este lado de la luna, en el otro, seguro). Creo que jamás una
"democracia radical de la multitud y los comunes basada en las pasiones más
alegres” ha estado ni siquiera cerca de fracasar, y creo que eso ya dice mucho.
Aunque... un momento, a nuestra izquierda "negrista”, aún
se les podría preguntar ¿realmente no hay ejemplos de multitudes operando
políticamente? Lo que me parece es que no les parecen buenos ejemplos por puro
voluntarismo, porque en el fondo por mucha palabrería althusseriana y
presuntamente materialista que exhibas, al final no puedes dejar de estar de
acuerdo con unos cuantos principios mínimos que no dependen de la multitud (y
que por tanto la trascienden): unos cuantos principios muy tontos, de esos que
siempre les parecen individualistas, liberales, burgueses. ¿Si no por qué les
parece mal, como no puede dejar de parecernos a todos, que Correa, en
consonancia con el sentir de la multitud al respecto, tenga esta postura contra
el aborto? ¡Cómo no íbamos a estar de acuerdo en defender ciertos principios
liberales contra ciertas inercias tribales, patriarcales, criminales, de la
multitud!
Lo que no entiendo es por qué no se puede reconocer y asumir
abiertamente: estamos de acuerdo con este principio, y con este otro, y por esta
razón, etc. Me parece muy fácil, y no se te cae el carné de marxismo por
hacerlo. A Marx desde luego no se le caían los anillos por defender principios
republicanos y jurídicos. Siempre recurren a la multitud como piedra de toque
de todo: pero donde la multitud se pone en marcha e intenta hacer una casa para
todos que dure, una real, chapucera, pero sólida, ya no les parece una buena
multitud. En cuanto lo constituyente consigue constituir algo, parece que se
traicionara, desde su punto de vista. Me recuerda bastante a lo que hacen los
neoliberales con el mercado: incluso donde más clamorosamente falla el mercado
(real) ellos siempre pueden decir que lo que faltaba era mercado, porque su
mercado es una utopía escandalosamente supralunar. En toda América latina
tienen ejemplos a miles de tensiones dentro de procesos de transformación entre
el momento estatal y el momento popular. Está Bolivia y toda la contradicción
entre el indigenismo que aúpa a Evo y que luego le quiere tirar cuando éste
intenta hacer carreteras (con el indigenismo y toda la izquierda poscolonial
chachiguay europea e internacional estando al ladito de las ONGs ecologistas
financiadas por EEUU), o Ecuador y todas las tensiones entre evangelismo,
indigenismo, Estado, etc. Ahí tenemos los procesos concretos, a ver qué es ahí
Estado y a ver qué es multitud. Multitud debe ser eso que Hardt contaba el otro
día en El Diario (me quedé boquiabierto, es impresionante que se pueda hacer de
la palabrería vacía toda una carrera, sin ser político profesional) que está en
las plazas "inventando" una nueva democracia.
Pues así nos va con
nuestra nueva democracia súper mega novedosa: el que manda, manda. Y no se
manda en las plazas, no. No si no las usas para tomar el palacio de invierno.
Volviendo al caso español: por supuesto que hay que tomar las plazas, y luchar
por la hegemonía, y revitalizar el pulso político de la calle en un país
políticamente anestesiado desde la Transición, y por supuesto que sin una
revitalización de los movimientos sociales nada de lo que se consiga hacer
después tendrá sentido. Sin encontrarnos en las plazas, revivirnos como sujeto
político, trazar lazos, afectos, incluso sin ser un poco felices sintiéndonos
dignos en la lucha colectiva, sin todo eso nada es posible.
Pero es que nunca
lo ha sido, esto no es nuevo. Todo esto no se puede dejar de celebrar, pero de
ahí a coger y llamarlo "una nueva manera de entender la democracia”... Supongo
que si no inventas algo nuevo no molas tanto como para hablar en el Reina
Sofía. No mira, es que aquí en España no había democracia, había una cáscara
amable (amable a ratos, y no para todos) para un país gobernado por una casta
franquista y heredera del franquismo; pero coger y llamar a eso "políticas de
la representación”, "Ilustración”, y tal, y pasar el resto del tiempo
intentando descubrir la pólvora con la que inventar algo mejor... No es difícil
inventarse algo mejor que un estado capitalista tutelado por una casta
postfranquista, ya está inventado, se llama Estado socialista de derecho, se llama
democracia. En fin, hay una tradición republicana socialista que desde
Robespierre hasta Hobsbawm o Ada Colau ha martilleado todo el rato con lo
mismo, yo tampoco creo que podamos tener un plan mucho mejor que realizar de
una puñetera vez lo que nunca nos han dejado realizar. Y sí, si lo que pasa es
que no podemos tomar el palacio, pues lo que pasa es que no podemos.
Pero yo
con lo que no puedo es con trajes que vistan nuestras derrotas de algo distinto
que derrotas. O con teorías que condenen nuestras victorias "actuales” a este
lado de la luna (es decir, reales, imperfectas, perfecionables) a parecer
siempre traiciones a la "potencia”. El trono, el poder soberano, siempre tiene
algo de traición, pero tanto como un triángulo de tiza en la pizarra traiciona
a la idea de triángulo, tanto como la materia traiciona a la forma. Si fuéramos
dioses o viviéramos con los angelitos no sería un problema. Ahora bien, o
aceptamos ese mínimo de traición que requiere hacer cosas políticamente reales,
y trabajamos desde ello, o lo harán otros. Mi opinión con lo poco que sé de
Venezuela es clara: en Venezuela no ha faltado democracia popular ni poder
popular ni asambleas ni implicación del pueblo vivo en el proceso (gracias a
dios de eso ha habido tanto como para montar más de una década de proceso
constituyente, lo cual es realmente asombroso aunque sólo sea a un nivel
puramente anímico). De eso no ha faltado. En cambio ha sobrado retórica de todo
eso y ha faltado, sí, arquitectura jurídica y política republicana, es decir,
Estado.
Luis Alegre Zahonero: Bueno, realmente creo que no puedo
estar más de acuerdo con todo lo que decís. De hecho, el acuerdo es tan rotundo
y las fórmulas que utilizáis me parecen tan exactas que no se me ocurre gran
cosa que añadir. No sé cómo se puede dudar de lo que dice Dani sobre que el
proceso constituyente y revolucionario cuenta siempre con un tiempo limitado,
después del cual te quedas con las instituciones que hayan logrado cristalizar
durante ese período. Antonio de Cabo, uno de los mejores constitucionalistas de
este país (y, sin duda, uno de los mejores conocedores de Venezuela) solía
decir que es necesario y urgente pasar del Gobierno Bolivariano (en el que las
grandes conquistas se han logrado con enormes dosis de participación y entusiasmo
popular y necesitando de la iniciativa y el impulso constantes del Ejecutivo)
al Estado Bolivariano (en el que el orden institucional instaurado,
radicalmente democrático y de fuerte contenido social, marcase ya un terreno de
juego enteramente distinto dentro del cual tuviese ya que jugar a la fuerza
cualquier futuro gobierno posible). Demonios, el capitalismo sí parece capaz de
hacerlo. En ese sentido, en España, sí vivimos en un "Estado
capitalista" (y mucho más después de la última reforma constitucional) en
el que el margen de maniobra que queda para los gobiernos de izquierda o
derecha es realmente escaso.
Y precisamente eso es lo que, en mi opinión, no ha
terminado de lograrse en Venezuela (pese a las enormes conquistas que se han
logrado y que sería sin más una vileza negar). De hecho, si tuviese que poner
algún ejemplo sobre esa deficiencia, el primero que se me ocurriría, mira por
dónde -así damos otra vuelta de tuerca más a nuestra discusión con la izquierda
negrista-, es justo el de la policía. La falta de una reforma en profundidad de
la Administración pública y, en particular, el retraso en la creación de un
cuerpo de policía eficaz y fiable (que no fuese una banda de malandros más en
competencia con el resto de bandas de malandros) ha permitido que se mantuviese
un nivel de inseguridad que está erosionando mucho el apoyo al proceso
revolucionario. Suena bastante antipático y en cualquier caso poco resultón en
ambientes de izquierdas defender la idea de Estado y de policía, pero un mundo
en el que nadie está tan loco como para decirle a su hijo pequeño "si te
pierdes busca a un guardia" termina desembocando en una "dictadura de
los malandros" (que, por cierto, esos sí que son multitud) difícil de
soportar.
Otra cuestión fundamental es el asunto de cómo están
"empaquetadas" las ideas y las propuestas políticas. Por ejemplo, una
de las cosas que más me han decepcionado personalmente de la revolución
bolivariana es la escasa o nula atención que se ha prestado a reivindicaciones
feministas fundamentales (como el derecho al aborto) o al derecho a la
diversidad sexual. Me parece increíble, por ejemplo, que Venezuela no se haya
puesto a la cabeza en la defensa del matrimonio igualitario, pero ya el colmo
ha sido que hayan abundado tanto los argumentos homófobos contra el candidato
de la oposición en la campaña electoral. Para mí, quizá por lo que me toca
personalmente, ha supuesto un motivo grande de distanciamiento con el proceso.
Y, sin embargo, sería absurdo decir que con eso han estado "traicionando a
su pueblo".
Creo que gran parte de la población venezolana (incluyendo por
supuesto a gran parte del electorado chavista) es homófobo y antiabortista.
También es verdad que si Chávez se hubiese comprometido con esos derechos, su
electorado habría dejado masivamente de serlo (la población venezolana tampoco
era socialista y ni siquiera anti-imperialista hasta que Chávez explicó que era
imprescindible serlo para emprender un programa de emancipación). En cualquier
caso, el asunto relevante es que todas esas cosas no tienen por qué ir
necesariamente juntas, en el mismo "paquete político", tampoco en lo
que se refiere al "paquete" de la derecha. Esto me parece algo tan
evidente que ni siquiera entiendo cómo es posible que haga falta discutirlo.
Ser neoliberal, patriota español, católico, aficionado a los toros y machista
son cosas que no tienen por qué ir necesariamente juntas. Aunque a veces
pudiera parecerlo, no forman un pack indivisible que te entregan con la
licencia del taxi. Y, sin embargo, pertenecemos a una atmósfera o una cultura
política en la que lo más frecuente es encontrar las cosas así empaquetadas.
Exactamente lo mismo ocurre respecto a la izquierda. Si la tradición política
que ha marcado un cierto hilo histórico en la tradición socialista europea ha
podido unir derechos sociales, libertades individuales, derechos reproductivos,
diversidad sexual, reivindicaciones de la clase obrera, etc., ha sido
precisamente gracias a un puñadito muy pequeño de principios que te obligan a
articular un programa que incluya todas esas cosas en el mismo saco.
Y ese
puñadito diminuto de principios es, precisamente, el que se forja en la
Ilustración: los ciudadanos tenemos derechos inalienables por el mero hecho de
serlo, y derechos que son individuales antes de ser ni tribales, ni religiosos,
ni comunitarios ni nada por el estilo. Por ello, no se puede renunciar a que
los ciudadanos tengan garantizadas unas condiciones mínimas de existencia,
acceso a la vivienda, la sanidad y la educación, condiciones dignas de trabajo
con unos salarios y unas jornadas laborales decentes (que permitan disfrutar de
la familia, los amigos, hacer política o ir a misa el domingo, como cada uno
vea). Pero, por lo mismo, no se puede renunciar a que los ciudadanos puedan
disfrutar de su vida sexual como mejor les parezca (en igualdad de derechos con
las opciones sexuales mayoritarias); que tengan derecho pleno sobre su propio
cuerpo (también en las cuestiones reproductivas) y, por supuesto, que haya
seguridad jurídica, garantías procesales... y todo ese paquete amplísimo
(descomunal) de derechos que derivan de ese puñadito de principios que se ponen
en juego con el lema jacobino de Libertad, Igualdad y Fraternidad.