Pareciera que los misiles tienen un
objetivo noble: “humanizar” al palestino, precisamente. Castigarle con
su muerte. Lo que en esta coyuntura significa: ser borrados del mapa y
convertirse en “árabes” bajo leyes y lenguas israelíes o ser borrados
del mapa y ser exterminados sin dejar huella alguna.
Palestinos “mueren” –dice la prensa.
Como si una gran enfermedad tuviera lugar, como si, de un momento a
otro, el sistema inmunitario de los gazatíes hubiera fallado. Según
sabemos, la “muerte” es algo natural. Un asunto doloroso pero habitual
en la vida de los seres vivos. Estos nacen, crecen y mueren. Y, en este
sentido, los hombres, en efecto, “mueren”. Causas desconocidas o
conocidas, dolorosas o no, en cualquier caso el “mueren” designa una
fatalidad. Sea el destino o el azar, los hombres han muerto y hoy, según
la prensa, son los palestinos quienes “mueren”. “Morir” es, por lo
tanto, un hecho de la vida. Algo a lo que la naturaleza parece destinar.
Así, si los palestinos “mueren” es porque habitan en un lugar exento de
toda cultura, en rigor, los palestinos habitan el reino de lo animal. Y
como todos los animales viven, también “mueren”.
No habría inscripción en una Ley, ni
tampoco responsabilidad, ni ética, los palestinos, en cuanto animales,
simplemente “mueren”. Que los palestinos no sean “exterminados” sino que
simplemente “mueran” cesura la vida en “humana” que sería aquella que
no simplemente “muere” sino que, en su existencia, vive inscrita en una
Ley, en un Lenguaje y una vida “animal” que, al contrario, se definiría
como aquella que simplemente “muere” pues pertenece al mutismo de una
animalidad exenta de Ley y de Lenguaje. Cuando se dice que los
palestinos “mueren” se habla el léxico –y por tanto la estrategia- del
“humanismo”, es decir, de aquella concepción según la cual, el hombre es
un “animal racional” o si se quiere, una “persona”. Los palestinos son
“humanamente” condenados a lo “animal”. “Mueren” los palestinos porque
han sido expulsados del paraíso de lo humano: en ellos, ni la Ley, ni el
Lenguaje se aplican, pues, en ellos parece no haber una pizca de
“humanidad”. Por eso, los palestinos simplemente “mueren”. Por eso,
pueden utilizar “escudos humanos” frente a los misiles que envían los
“humanos” desde el otro lado del muro.
Más aún: esta es la razón por la cual se
vuelve posible que dichos misiles tengan un objetivo noble: “humanizar”
al palestino, precisamente. Castigarle con su muerte. Lo que en esta
coyuntura significa: ser borrados del mapa y convertirse en “árabes”
bajo leyes y lenguas israelíes o ser borrados del mapa y ser
exterminados sin dejar huella alguna. Sobre todo, sólo porque los
palestinos simplemente “mueren” es que los misiles que reciben pueden
ser lanzados por “su propio bien”. Como antes, los franceses legitimaban
su derecho de intervención en las colonias o los estadounidenses lo han
hecho respecto de tantos pueblos, los israelíes lo pueden hacer
respecto de su población “indígena”. Aquella que no se rige por su Ley,
ni tampoco habla su Lengua. En efecto, el discurso sionista no se cansa
de decir: “no estamos atentando contra los palestinos, sino contra el
fundamentalismo islámico”. Entiéndase: “estamos salvando a los
palestinos del fanatismo, la oscuridad, la intolerancia”. Como todo
discurso pastoral, el poder “humanista”, se orienta en función de la
salvación de las “ovejas” descarriadas. Gestiona ese descarrío para
encarrilarlas en la senda de la humanidad.
Un poder gestional, sin duda, que
promete traer a ese “bárbaro” que gruñe, que usa barbas (la barba
siempre ha sido símbolo de “barbarie” ya desde tiempos romanos, la cara
afeitada, en cambio, es símbolo de “civilización”), a ese mudo habitante
de la naturaleza animal, al parlante intercambio del mundo humano.
Dicha gestión es la gestión humanista por definición, esto es, una
estrategia política orientada a decidir a cada instante el terreno de
aquello que es humano de aquello que no lo es. Una estrategia que se
despliega con toda su fuerza en la actual coyuntura que vive Gaza y una
estrategia en la que, por cierto, también está envuelta la prensa
mundial cuando dice: los palestinos “mueren”.
Y es allí donde el “humanismo” decide
donde están sus límites, es decir, donde está lo no humano por
definición, contra lo cual combate. Aquello que no se somete a la Ley ni
a la Lengua, aquello que la politología ha insistido en llamar
“fundamentalismo” o “islamismo radical” y que, según se dice,
“justifica” a los EEUU o a Israel o a quien sea a “intervenir” (ya no a
“invadir” o “conquistar”), es decir, a gobernar a estos mudos animales
que viven tanto como mueren, para elevarlos a la “humana” condición. En
la perspectiva del Estado de Israel, “humano” ha significado, desde el
principio “judío-europeo”, “hombre blanco” que va a la caza de “indios”.
A esta luz, los palestinos de Gaza sólo “mueren”. Ya sea, por el
exterminio militar, ya sea por el exterminio humanitario. Dos formas de
“animalización” que intenta transformar a la intifada (esa potencia
común, absolutamente múltiple e inmanente que resiste a toda ocupación)
en simple “población”. Dos formas en que el “hacer morir” y el “hacer
vivir” parecen coincidir en una misma cruzada: liberar o, si se quiere,
inmunizar al “hombre” de su inhumanidad, impedir que éste simplemente
pueda “morir”.
Así, no hay asesinato, ni menos aún,
exterminio. No es la maquinaria israelí la que despliega cotidianamente
su violencia, sino los palestinos que, no siendo “humanos” amenazan con
infectar al mundo con su hedor. Por eso, cuando los palestinos
simplemente “mueren” todo se despolitiza, todo parece ser parte del
curso natural de los acontecimientos, todo cabe en la guerra gestional
que hoy nos acontece. No hay derecho, sino excepción, no hay Ley sino
fuerza, no hay Lengua sino mutismo. Los palestinos “mueren” es, en
definitiva, la consigna de una estrategia “humanista”. Una estrategia
que pretende destruir toda resistencia bajo la figura de un crimen
“contra la humanidad” en la que el léxico policial popularizó bajo el
término “terrorista” (animal) y cuya especularidad con la figura Estado
(“humano”) aceita ad infinitum las múltiples formas de la guerra
gestional contemporánea en la que se juega la única potencia que
resiste. La potencia que hoy, incluida en la “humanidad” es la forma de
una exclusión, se llama Palestina.
Rodrigo Karmy Bolton*
*Miembro del Grupo de
Investigación en Filosofía y del Centro de Estudios Árabes de la
Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
FOTO: Eman Mohammed