El aborto como gesto de amor
"Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las insatisfechas, las que nadie desea, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena mujer" Virginia Despentes
La última vez que escribí sobre el
aborto me dijeron que ojalá hubiese sido legal antes, para que mi madre
hubiera tenido la oportunidad de abortarme y esa idea terminaba con un
fantástico: ¡Hija de puta!
Y es que claro, cuando uno hace opinión y
está bien hecha (flores a parte), lo que tienes que provocar es el 50 y
50 de adhesión y de diferencia. Sin embargo, debo reconocer que me dejó
pensando.
Comienzo así esta columna porque vengo
llegando de la segunda marcha pro aborto y fue ma-ra-vi-llo-sa. Así,
care palo. Cerca de cinco mil personas marchamos por la Alameda con
velas, antorchas, bailes y gritos tan inteligentes que me llegué a
sentir orgullosa del aparato teórico que se está hablando y
democratizando a través de carteles y panfletos que se reparten y
circulan por la calle.
Es verdad, no éramos una multitud, pero
lo cierto es que hace diez años (o sea, cuando tenía 20 años) era
impensable siquiera imaginar que uno pudiera hablar de aborto –incluso
con las amigas- sin que eso significara otra cosa que llanto
y drama.
Incluso un par de años antes, estando todavía en el cole, obviamente me
vi en situación de consejo y de buscar info al respecto y todo daba
terror ya que ante la sola posibilidad de que alguien se enterara de que
alguna de nosotras estaba en situación de preñez era como el
Apocalípsis, con jinetes, trompetas y muertos saliendo de sus tumbas. O
sea, cero posibilidad. Recuerdo las vacas que hacíamos para juntar las
lukas para los test de embarazo que tantas veces tuvimos que hacernos en
los baños y la espera de las más cercanas como si estuvieras en el
patíbulo esperando que la biología pusiera el pulgar en la posición de
vida (la tuya). Y luego de que salía, insistentemente, negativo, venían
las dudas de las más desgraciadas que indicaban que en verdad no eran
tan seguros y que tenías que ir a una farmacia a que te sacaran sangre,
porque eso era mejor que enfrentar a un médico y explicarle a lo que
ibas. Sin embargo, también aparecían las otras, en contraposición a las
primeras, señalando que ellas conocían a una señora o que la mamá era
amiga de un enfermero que por 300 lukas (de la época) te podía hacer “un
trabajito piola”.
Con esto quiero retratar un ápice de la
desolación que había, hace tan poco, respecto del tema. Sin embargo hoy
(y aquí voy a sonar como vieja culiá) “se me hinchó el corazón de
alegría” al darme cuenta de que hay tantas agrupaciones de mujeres (más
de cincuenta) que arman redes de apoyo en la diversidad y que hay
teléfonos de aborto seguro, manuales, que hay libros de ginecología que
se apoya en la herbolaria, que hay profesionales de la salud y de
humanidades que te dan, no sólo apoyo y soporte en términos técnicos,
sino también en términos de teoría, para ayudar a las mujeres –hoy- a
entender que realmente tenemos derecho sobre nuestro cuerpo.
Para los hombres (ojo, no voy por el
feminismo de la diferencia, yo creo en que los hombres pueden ser
feministas, porque tengo la fortuna de tener uno a mi lado como
compañero) debe sonar raro esto de “tener derecho sobre tu cuerpo”
porque en verdad es algo lógico. Sin embargo, es un hecho que las
mujeres no tenemos –socialmente- libertad de decidir sobre muchos
aspectos de nuestro “desplazamiento social” y de eso se desprende,
necesariamente, nuestra corporalidad.
Y eso se multiplica al infinito cuando
pasamos a ser “receptáculos de un feto” y ojo, porque esto lo digo con
conocimiento de causa, porque soy dos veces madre y a pesar de ser muy
feliz por serlo, también tengo que reconocer que la experiencia fue un
trauma. No quiero sonar cruel, por favor, no se me entienda mal, pero
estar embrazada significa que tienes que dejar de carretear, dejar de
fumar, cambiar tus hábitos alimenticios por más de un año y eso está
bien, pero los que están al rededor de uno repiten como mantra la idea
del “hazlo por tu hijo” y eso lleva implícitamente el: porque vos ahora
importas una raja. Para qué hablar del nacimiento y de todo el proceso
de ser madre, porque sería una tontera ya que, de ahí en adelante, cada
una vive su maternidad según sus subjetividades. Pero con esto, quiero
decir que todo ese proceso no lo decide una, sino que está tan
incorporado en las familias y en la sociedad que uno no puede evitarlo y
para vivirlo plenamente una debiera tener la opción de vivir, como yo,
una maternidad consciente.
Y ojo, como se dijo en la marcha, esto
es un problema social. Porque no es un misterio para nadie que en Chile
se provocan más de 160 mil abortos al año y tampoco es un misterio que
las mujeres con recursos pueden optar a una clínica en el extranjero o
al “médico de la familia” para interrumpir un embarazo y con toda una
red de apoyo familiar para que la niña no deje los estudios, para que
siga progresando en la vida o para que no manche el buen nombre de la
familia. Sin embargo, en las poblaciones, o en los colegios públicos
como en el que yo estudié, las niñas sólo tiene los palillos de tejer de
la mamá, la ramita de perejil o de ruda metida en las paredes del útero
con riesgo a que se pudra adentro y nos de una septicemia, o una
clínica insalubre cuando el pololito atina a conseguirse doscientas
lukas y en varios casos el trabajo se hace sin anestesia porque “cuando
lo bueno gusta, lo malo entretiene”.
Y ahora vuelvo con la primera idea,
porque si todo era tan inhóspito cuando yo partí con el merequetengue,
pienso justamente en mi mamá y en todo lo que sufrió por nosotros (sus
hijos), más encima, le tocó ser mamá en dictadura, en condiciones
sanitarias de perro y ella es increíblemente inteligente y sacrificada y
con sólo esas dos herramientas hubiera llegado lejos en la vida, pero
debe conformarse con 270 lukas de premio de 35 años de servicio en una
institución de mierda en la que ha dejado su vida, justamente porque
tuvo hijos y no tuvo la opción de decidir. Entonces pienso: ojalá
hubiera sido legal el aborto antes, porque es una mina a toda raja y
quizás, si me hubiera abortado hubiese tenido la vida maravillosa que se
merecía y entonces, en el supuesto de que me hubiera abortado, a cambio
de su felicidad, de verdad me importaría una callampa no haber existido
nunca.
Por eso esta marcha es algo histórico, y
es maravilloso que se haga, que se insista y se reitere en la idea de
leyes para prevenir, anticonceptivos para no abortar y aborto seguro
para no morir. Hoy fuimos cinco mil, pero estoy segurísima que el
próximo año seremos muchos más y así, hasta que no quepa duda que
nuestros cuerpos son nuestros y que tenemos todo el derecho a decidir lo
que cargamos adentro. Hasta que no quepa duda que la iglesia patriarcal
y misógina puede meterse los rosarios en sus propias rajas, pero no en
las ajenas y hasta que el estado entienda que tiene soberanía en lo
social y en lo geográfico, pero no en lo personal, en lo privado, en lo
íntimo y menos si no es capaz de proveer las condiciones óptimas para
que todos tengamos igualdad de derechos, tal y como lo cita la
constitución, porque si somos puntillosos en el asunto, hasta ahora eso
no es cierto.