A la par con la crisis de la economía en
el “primer mundo” se desarrolla una propia en Chile que reviste
características estructurales y terminal del modelo. Estas crisis
económicas conllevan conflictos sociales cuya envergadura concuerda con
su profundidad. Evidentemente son muy graves puesto que en algunas
regiones se han producido revoluciones y guerras civiles sin desenlaces
predecibles. En todo el mundo se va sucediendo un continuo aumento de
situaciones de guerra en una escalada que ya está lindando con una
tercera guerra mundial.
Lo que ocurre en Medio Oriente, en
África, Afganistán y Ucrania es la lucha de intereses de grupos
nacionales contra intereses de grupos económicos de los países
imperialistas, por un lado, y de los intereses de las economías
emergentes contra los intereses hegemónicos vigentes. El desenlace
probable en una guerra mundial nuclear está dejando de ser una siniestra
quimera y ya deviene una realidad. El problema no es cómo evitar la
hecatombe sino la actitud que ante ella asumirá cada país, grupo social y
partidos
La historia muestra dos posturas generales para enfrentar situaciones similares:
—por un lado, donde priman criterios
nacionalistas y chovinistas que han conducido sólo a enormes catástrofes
de la humanidad, una posición oportunista en pro de los intereses
reaccionarios;
—y por otro, luchas en todos los países
contra estas grandes conflagraciones, una lucha contra los intereses de
las minorías dominantes, una postura revolucionaria en pro de una
sociedad que extirpe estas lacras que destruyen al planeta y a sus
habitantes.
Nuestro planeta se halla ante la
disyuntiva del retorno a la barbarie o el avance a una nueva era de paz y
progreso para la humanidad.
En esta guerra económica entre las
antiguas potencias (EEUU, Europa y Japón) y las emergentes (BRICS), los
países tercermundistas, principalmente América Latina, como
abastecedores de materias primas de las grandes economías han sido
favorecidos en su crecimiento generando su propia crisis de desarrollo.
Chile es el ejemplo más claro. El
acelerado crecimiento económico de las dos últimas décadas, producto de
políticas que impidieron cualquier control del mercado y de las
finanzas, ha llevado a toda la superestructura jurídica en que se basan
las relaciones sociales y económicas a una serio conflicto entre grandes
grupos dominados y las pequeñas minorías dominantes; entre los
trabajadores, los pequeños y medianos empresarios, agricultores,
campesinos, y todo tipo de minorías sociales enfrentadas a los dueños
del gran capital.
Este acelerado desarrollo ha ido
corroyendo todas las estructuras del modo de vida de nuestro pueblo. Han
sido sobrepasadas, provocando gran malestar y generando constantes
protestas y estallidos sociales, desde la educación, la salud,
transporte público, medio ambiente, las fuentes de trabajo de los
pequeños empresarios y campesinos, de los mapuches y otras etnias hasta
el sistema jurídico, político administrativo y el conjunto de las
instituciones estatales.
El parlamento, el poder judicial y el
poder ejecutivo con su constitución, son incapaces de resolver problemas
a los que los se enfrentan.
No hay reformas que puedan resolver los
problemas de nuestro país. Sólo un cambio profundo y radical en la forma
económica, en el modo de producción, acompañado de radicales
transformaciones en la superestructura jurídica, podrá conducirlo sin
serios traumas sociales hacia una sociedad mejor.
Los sucesivos gobiernos de la
Concertación y el anterior de la Alianza se han dedicado a administrar
el modelo neoliberal en una coyuntura de expansión de los capitales
hacia todas las latitudes del mundo. La gran demanda de materias primas,
las inversiones extranjeras y los consiguientes grandes ingresos
monetarios, no se han aprovechado para crear una infraestructura
industrial, material y social que permitiera al país su
autosustentabilidad y los niveles de desarrollo correspondientes. La
ambición de la gran burguesía y el servilismo oportunista de los
partidos tradicionales de izquierda les impidieron ver otro camino que
enriquecer sus propios bolsillos. La izquierda ha contribuido a que la
lucha política se enmarque dentro los límites sistémicos heredados de la
dictadura por la debilidad de los sectores revolucionarios, la
incapacidad de asumir un proyecto socialista y la falta de una visión
alternativa progresista.
El rol principal de los gobiernos en la
primera década postdictadura, además de favorecer los intereses del gran
capital, fue neutralizar al movimiento revolucionario aplicando
políticas persecutorias a sus organizaciones y cooptar a los dirigentes
de los movimientos sociales y sindicales. En la primera década del nuevo
siglo y segunda de la Concertación, las políticas aplicadas se han
reducido a fortalecer el modelo neoliberal, bajo las orientaciones de
los bloques imperialistas y sus instituciones en detrimento del medio
ambiente, condiciones de vida y bienestar social, aprovechando la mayor
demanda del cobre, principal ingreso del país (olvidándose de que Chile
es el primer productor y poseedor de las mayores reservas de cobre del
mundo).
Este conglomerado llamado Concertación,
integrado por partidos y personalidades que fueron parte del gobierno de
la Unidad Popular en la lucha por un país soberano, antimperialista y
antioligárquico, democrático y popular, dio un giro subyugándose al
bloque proimperialista y a sus políticas.
Mención aparte merece el Partido
Comunista, otrora baluarte histórico de la clase obrera chilena, que hoy
no sólo reniega de su razón fundacional hasta caer en posturas que
contradicen todo su pasado dejando un vacío en los intereses de la clase
asalariada. Hace unos años, por lo menos, defendía los intereses
inmediatos de la clase obrera (los intereses futuros, la lucha por ser
clase dominante los abandonó hace décadas).
El deambular errático y confuso en la
vida política también ha sido un factor gravitante en el débil
movimiento social y político de la izquierda chilena. En vez de asumir
la primera línea en lo relativo a las transformaciones revolucionarias y
populares, se tornó vagón de cola del sector democrático burgués y en
conjunto sus integrantes pasaron a ser los acólitos de los sectores
capitalistas e imperialistas. Hoy, como parte del sector gobernante,
jugará el papel de saboteador y persecutor de los movimientos sociales y
organizaciones revolucionarias aprovechando sus conocimientos y
relaciones construidas en las luchas pasadas, tal como lo ha hecho el
Partido Socialista. Tuvo su momento para asumir un proyecto
revolucionario al comenzar la crisis del 2008 pero prefirió insertarse
en el sistema que se está resquebrajando por todos los lados. Son los
yanaconas modernos.
LA NUEVA ÉPOCA QUE NOS TOCA ENFRENTAR
Se produjo un desánimo y confusión en
las masas populares después de las elecciones presidenciales del año
pasado, mejor dicho, en los sectores cupulares y dirigentes de las
fuerzas de izquierda.
El año 2013 tuvo importante significado
para nuestro pueblo y sus fuerzas políticas por lo cual merece un
exhaustivo y profundo análisis con el fin de sacar lecciones para lo
venidero. La conjugación de tres aspectos que en raras ocasiones se
presentan en la vida política entrega enormes elementos para sacar
conclusiones del qué hacer. Ese año el presente, el pasado y el futuro
se expresaron en conjunto permitiendo visualizar las conductas de los
diferentes actores políticos a corto y mediano plazo.
El malestar del presente estuvo
reflejado en las movilizaciones sociales fue una constante en los cuatro
años del gobierno Piñera y de la derecha. Nadie debería sorprenderse si
decimos que vienen luchas más amplias y agudas buscando
transformaciones reales en el conjunto de las formas económicas,
políticas y sociales con todas las relaciones que han generado.
El pasado se asomó fuertemente tomando
la fecha redonda del cuadragésimo aniversario del golpe militar contra
el gobierno de la Unidad Popular y su presidente Salvador Allende,
negándose a matar la memoria y buscando la forma de darle continuidad a
casi la totalidad de su programa demostrando su plena vigencia.
El futuro se expresó en la campaña
electoral, en todas las promesas de los candidatos al parlamento y
presidenciales, dejando ver cómo, por sus posturas e historia, irían a
enfrentar lo venidero. Es evidente que la actividad de toda la “clase
política” estará enmarcada en defender el sistema y realizar algunas
reformas para “mejorarlo”.
La magnitud política de estos tres
factores las determina el contexto económico y político en que se
desenvuelven lo que este año ha sido relevante ya que han presentado en
un corto plazo permitiendo tener una conciencia política más elevada al
conjunto de la población reflejado en la baja participación electoral.
LA CRISIS
Se ha hablado mucho de la crisis global
que está atravesando el modo de producción capitalista y el conjunto de
sus relaciones jurídicas. Sólo mencionaremos que desde los inicios del
2008 se ha ido expandiendo paulatinamente a todos los rincones del
planeta generando grandes conflictos sociales, movimientos de
indignados, cesantía, miseria, rebeliones y guerras.
A seis o siete años de iniciada esta
crisis sistémica, aún no se ha encontrado solución dentro del
capitalismo. Ni tampoco las fuerzas revolucionarias han demostrado
capacidad para instaurar otro sistema.
Analizar los factores mencionados fuera
de este contexto nos impediría entrar en la esencia para su
entendimiento. En un marco de auge económico y de una real democracia en
que la mayoría de la población sintiera representados sus intereses,
las movilizaciones sociales no existirían o serían pocas. Las
democracias se ven amenazadas por los serios conflictos sociales,
económicos y políticos que trae aparejado el crecimiento incontrolable
del capital y por lo mismo su crisis ante la falta de mercado para su
consumo y su reciclaje. Las consecuencias son las archiconocidas formas a
las que recurren los sectores dominantes para mantenerse en su lugar:
los golpes de estado, guerras civiles o locales, invasión e intervención
en otros países y, por último, guerra mundial.
Piñera, a diferencia de la Concertación
fue más audaz en la ampliación y profundización del modelo conllevando a
agudizar los problemas estructurales del sistema. El bajo nivel
cultural y el semianalfabetismo no han sido impedimento para entender o
intuir correctamente el modelo, pero sí han permitido generar grandes
problemas sociales sin tener ningún remordimiento por las penurias de
nuestro pueblo. Su filosofía consiste en afirmar que el mercado resuelve
todos los problemas.
Dejar la cultura, la educación, la
salud, la defensa del patrimonio y otras necesidades sociales básicas a
merced del mercado es simplemente acelerar los problemas estructurales
del sistema y los conflictos sociales.
Transformar los centros educacionales en
empresas, generadoras de mercancías como cualquier fábrica, ha sido la
política que ha puesto en pie de lucha a los estudiantes y profesores.
A pesar de que estas políticas
malograron el modo de vida de los chilenos, ellas han sido un factor
para crear conciencia política y en muchos casos revolucionaria.
No vamos a referirnos a todas las
movilizaciones durante estos años, por todos muy bien conocidas. El
común denominador de todas ellas, ha sido la guerra librada entre las
grandes empresas multinacionales y la mediana y pequeña empresa privada;
entre los pescadores artesanales y las siete familias dueñas del mar
chileno para su pesca industrial; entre los poblados pequeños y las
grandes industrias energéticas y agropecuarias; entre los mapuches con
su modo de producción de fuerte raigambre histórica y cultural frente a
las grandes empresas madereras, turísticas y energéticas. La
movilización en Magallanes fue conflicto con una multinacional
energética: Metanex.
Es el capitalismo desbocado al cual
Piñera le quitó las riendas el que en definitiva llevará al cataclismo
al país. Hoy se desencadena el conflicto interburgués, entre la pequeña
burguesía nacional y las grandes transnacionales imperialistas y grandes
consorcios nacionales.
Esta es la verdadera razón de la debacle
electoral y política de la derecha, del malestar de algunos sectores
contra Piñera. Dentro de las movilizaciones sociales, estuvieron los
latifundistas y campesinos despojados de agua para el riego por Colbún
que la utiliza para la generación eléctrica.
Las indisciplinas, las depresiones, las
pugnas por cargos y candidaturas, los llantos, deserciones de los
partidos y del conglomerado de la Alianza (derecha más reaccionaria)son
consecuencia de esto. La baja votación fue el efecto, no su causa.
Buscar alternativas y soluciones al problema social, económico y político obliga a mirar hacia el pasado.
La Unidad Popular fue un proceso de
profundos cambios económicos, sociales y políticos interrumpidos
salvajemente por el imperialismo y la derecha. La UP fue el primer
gobierno en la historia de Chile que puso en jaque a los sectores
dominantes. Duró tres años, pero sus logros, transformaciones y
sentimientos hasta hoy perduran en la memoria de nuestro pueblo. Fueron
tres años de efervescencia y plena participación en todos los ámbitos de
la sociedad. En el contexto actual, surge inevitablemente como recuerdo
muy presente, a pesar de haber transcurrido ya cuarenta años.
Interrumpieron el proceso porque sabían que su aprobación iba creciendo
aceleradamente. La UP, su programa y sus medidas, su método siguen
siendo ejemplos —aunque irrepetibles — para la construcción de una
alternativa a este modelo. Por más que se intente, la Concertación más
el PC, jamás van a lograr ni la mínima parte del fervor logrado por la
UP.
La izquierda teniendo un campo de acción
favorable, el mejor desde el advenimiento de la democracia, no supo
aprovecharla. El actuar aislado de los líderes más carismáticos con
falta de visión en los intereses colectivos fue un factor de ir
divididos perdiendo la gran oportunidad de transformarse en una fuerza
alternativa a las existentes. No obstante de haber responsabilidades
individuales, el principal factor de esta falta de unidad es la ausencia
de un partido revolucionario sólido ideológicamente y disciplinado,
capaz de asumir roles organizativos y orientadores en frentes más
amplios de la lucha política. Aunque sea en proyectos que, por el
momento, deban ser progresistas y no revolucionarios, pero que
claramente señalen el camino hacia cambios revolucionarios.
El punto de partida de todo
revolucionario consiste en que jamás debe perder de vista las
transformaciones del sistema político económico. Su fundamento estriba
en cambiar radicalmente las relaciones sociales en que nos basamos y
vivimos, lo cual es imposible sin cambiar el modo de apropiación y
distribución de los beneficios generados en el sistema productivo.
La diferencia entre el marxismo y otras
ideologías que tienen los mismos objetivos consiste en que para los
primeros, las relaciones en que nos desenvolvemos socialmente provienen
de las relaciones de producción donde la explotación del hombre y la
competencia son, entre otras, las principales causantes de los males
sociales. Conocemos dichos males: la miseria, el hambre, la
discriminación de todo tipo, la violencia entre géneros, las guerras,
delincuencia, etc.
Los revolucionarios no marxistas, en
general, creen en la posibilidad de realizar cambios fundamentalmente
cambiando la conciencia, las leyes y administraciones políticas para
controlar las relaciones económicas y sociales. En ellos predominan
factores éticos, morales y emocionales. Para los marxistas, esto es
totalmente insuficiente si a la par no se cambia de raíz el modo de
producción capitalista por uno socialista, donde no sean el mercado y la
producción mercantil los reguladores de la sociedad en que vivimos.
EL PROBLEMA DE LA INDUSTRIALIZACIÓN DEL PAÍS
Este aspecto le interesa a todos los
sectores sociales, excepto a quienes están estrechamente relacionados
con las grandes transnacionales y a las políticas de las instituciones
que dominan la economía mundial (FMI, OMC, BDI, BM, etc.). Hasta el
presente, la economía se mantuvo supeditada a los intereses del capital
transnacional en cuyos planes no estuvo ni estará presente la
industrialización del país. El mercado, como ente donde se concreta la
razón de ser del capital, de la fuerza de trabajo y de todas las fuerzas
productivas, es manejado por aquellas instituciones.
El desarrollo “sostenido” de la economía
de nuestro país está entrando en un proceso de estancamiento unido a
una crisis estructural. Por un lado, el exceso de capitales sin tener
condiciones materiales, energéticas y sociales para seguir
materializándose en fuentes productivas y, por otro, la dependencia de
las grandes potencias imperialistas. Por lo cual, los intereses reales,
presentes y futuros se encontrarían en seria contradicción con las
necesidades de nuestra población.
Para lograr una economía independiente
que impida al país ser esquilmado por las grandes potencias, para ser
próspero, cuya economía favorezca a toda la sociedad y no sólo a una
ínfima minoría como hoy, es indispensable desarrollar una
industrialización eje de toda la vida social y económica del país. Esto
sólo se conseguirá cuando el control del país y del gobierno esté
realmente en manos de las mayorías dispuestas a realizar las
transformaciones de fondo en el sistema político y económico.
Cualquier proyecto que no esté
encabezado por un partido revolucionario y de clase, no pasará de ser un
intento fallido dentro del sistema imperante.
El Chile de hoy y su crisis
Para entender lo que ocurre en Chile, en
el plano económico y político, el análisis no puede estar ajeno a lo
que acontece en el mundo. El carácter dependiente somete al país a los
vaivenes externos aunque aún no lleguen a ser determinantes, por el
momento. La crisis mundial y la chilena tienen diferentes naturalezas,
pero transcurren de forma paralela y van convergiendo además de
retroalimentarse. La diferencia entre ambas reside en que la de los
países imperialistas está determinada por una sobreproducción de
capitales y mercancías que no encuentran mercado. Con la globalización,
con la caída del campo socialista y la penetración de la economía china
al mercado mundial de capitales, el capitalismo terminó de coparlo
imponiendo su propio límite en la continuidad. En cambio, la crisis que
sufre Chile es producto del auge económico y se refleja principalmente
en los altos requerimientos —por parte de los mercados internacionales —
de las materias primas chilenas, lo cual ante el acelerado desarrollo
le genera una incapacidad estructural para cumplir dichas exigencias.
Las consecuencias son una depredación salvaje del medioambiente, un
acelerado deterioro del modo de vida de la población, una
desvalorización de la economía y mercado interno, amén del poder
adquisitivo de la mayoría de la población.
La necesidad de un ritmo de crecimiento
económico más elevado en el país y las pocas posibilidades reales de que
ello ocurra, llevan a un punto crítico la continuidad de esa expansión.
La causa del estancamiento económico se debe por un lado, a las
limitantes energéticas, técnicas, laborales, de servicios y sociales, y,
por otra parte, a la disminución de la demanda de materias primas
—principalmente de China — reflejada en bajas abruptas de los precios.
El rol de del gobierno y de la “Nueva
Mayoría” es destrabar la economía para mantener un elevado crecimiento o
suavizar el impacto de la crisis inminente. Todas las políticas y
reformas orientadas a este fin son insuficientes. La superestructura
jurídica instalada a sangre y fuego por la dictadura de Pinochet para
sostener el modelo neoliberal, la fuerte ideología clasista dominante y
el odio a todo lo que huela a progresismo y socialismo, han impedido
cualquier evolución que permita paliar las penurias del pueblo que se
van agravando a galope.
La reforma tributaria no sale del marco
de maniobras técnicas para recaudar mayores fondos, con el fin de poder
realizar reformas en otros ámbitos pero que, a final de cuentas,
perjudicará a la mayoría de los pequeños y medianos empresarios. El gran
capitalista no se verá afectado, cualquier pérdida la suplirá a costa
de los trabajadores y pequeñas empresas.
La necesidad de políticas que beneficien
al conjunto de la sociedad y disminuya en algo la enorme brecha de
desigualdad entre los que más ganan y los pobres, por lo menos en
materia tributaria, exigía la aplicación de impuestos progresivos, o sea
el que más gana más paga. Única forma para poder hacer algo en la
redistribución de los ingresos. Cualquier reforma dentro de este sistema
político, jamás afectará a los grandes capitalistas ni evitará la
hecatombe económica y política.
De la misma manera la reforma
educacional jamás podrá lograr los objetivos exigidos de gratuidad y
calidad si no está inserta dentro de un plan económico integral, acorde
con las necesidades del país. Para esto se requiere cambios políticos
profundos, revolucionarios. La educación, colocada al servicio del
mercado, dejó la función de formar profesionales al servicio de la
economía e intereses del país, pasando a ser una mera generadora de
plusvalía con las consecuencias que todos conocemos. En estas
condiciones, para restituir su rol esencial, no basta subsidiarla, es
indispensable vincularla a la economía y a toda la vida social del país.
Eso solo es posible transformando el modelo económico y político del
país. Realizando cambios revolucionarios en todas las instancias del
Estado, su economía y relaciones sociales.
Al igual que en la educación, en la
salud se ve el mismo fenómeno, un centro de enriquecimiento de unos
pocos a costa de los enfermos. Las constantes reformas del sistema de
salud no han resuelto ni logrado mejorar en un ápice la atención y
seguridad sanitaria. Por el contrario, el alto grado competitivo y
estresante del sistema económico es solo un generador de enfermedades
físicas y psíquicas del cual el sistema de salud se lucra. Este requiere
de transformaciones revolucionarias donde los pacientes dejen de ser un
elemento de obtención de ganancias. Es un deber del Estado velar por la
salud de su población y no de transformarlo en un centro empresarial.
El constante aumento de la desigualdad
entre el sector asalariado, los pequeños y medianos empresarios frente a
los sectores ligados al gran capital es fuente permanente de conflictos
y movilizaciones sociales. La reforma laboral planteada es el intento
de suavizar o neutralizar el malestar incorporando a más sectores a
organizaciones sindicales. La cooptación de los dirigentes permite
manejar con mayor facilidad a grandes masas de trabajadores. Pero no va a
disminuir la brecha entre capitalistas y trabajadores. Las reformas
planteadas no pueden amenazar el modelo económico de libre mercado sobre
el cual se sustenta el Estado, su constitución y “democracia”. Solo el
11% de los trabajadores están sindicalizados y la capacidad negociadora
de las centrales sindicales abarca a un 15%. El resto del 85% de los
trabajadores debe conformarse con lo que decidan los dirigentes
sindicales que mayormente son cooptados por la clase política.
Cambiar el sistema binominal por uno
representativo para lograr una mayor y mejor democracia, es utopía. Es
imposible que los múltiples intereses del pueblo sean representados solo
con el aumento del número de parlamentarios. Las nuevas economías, por
la multiplicidad de nuevas ramas y relaciones de producción que, a su
vez, de forma proporcional elevan la cantidad de intereses individuales y
grupos sociales, requieren de democracias participativas. Una
democracia participativa sólo es posible si existe un gobierno de la
mayoría, que incorpore los intereses de toda la población en sus
políticas. La “apatía” electoral cada vez más creciente no es por falta
de interés político, es por desconfianza y rechazo a la clase política y
sistema político vigente. Si en las elecciones un poco más del 50 % no
votó por ningún candidato, hoy, según encuestas, el rechazo a la clase
política está entre el 60 y 70 por ciento. No obstante estos resultados,
ésta quiere mantener a toda costa el modelo en crisis porque vive de él
y para él. No pretende ni piensa cambiarlo aunque se caiga a pedazos.
La “clase política”, hay que entenderla
como el conjunto de personajes y partidos políticos insertos en el
sistema, del cual lucran a sabiendas y a destajo. Es una casta social
cooptada y corrompida por el sistema pues de él vive y se nutre. A sus
integrantes para nada les interesa el cambio del modelo, excepto para
incrementarlo y poderle sacar mejores beneficios. La tan cacareada
Asamblea Constituyente se ha convertido en un instrumento de
manipulación política que si se llegara a realizar sería a beneficio de
los mismos que están gobernando.
Una nueva Constitución solo es posible
con un nuevo sistema de participación popular, por niveles y a través de
todo el país. Solo una revolución en todas las instancias del Estado
puede lograr la realización de una Asamblea Constituyente que incorpore
los intereses de la mayoría de nuestro pueblo.No puede la
institucionalidad vigente asumir el rol de convocar ni de instituir
dicha asamblea. El parlamento, el poder judicial, las FFAA y el gobierno
deben inhabilitarse en la participación del reordenamiento democrático
de nuestra sociedad. El intento de mantener lo “vigente” solo puede
conducir a alargar y profundizar la debacle con su consecuente mayor
violencia.
Con estos antecedentes no es de difícil
pronosticar que la actitud del gobierno y sus partidos será enfrentar
los crecientes conflictos sociales tomando medidas con reformas de
medias tintas; recurrir en el ámbito internacional buscando alianzas que
contribuyan a la mantención del modelo y generar condiciones para la
continuidad superando los conflictos internos de la coalición que son
directamente proporcionales a los que existen en el país.
Todos los eventos políticos que vienen,
como las elecciones municipales y después las presidenciales, serán
centros de acondicionamiento, manipulación de conciencias y
reclutamiento para las diferentes alternativas del continuismo. El
pragmatismo de Bachelet y su afán de ser una personalidad mundial es lo
que permite mantener unido al conglomerado del gobierno. Esta filosofía
de la conveniencia en situaciones de crisis es muy peligrosa y nociva.
Ante la caída de los precios del cobre, las guerras son “bienvenidas”
pues aumentaría la demanda, por lo que no sería difícil inferir que las
alianzas serán con los sectores guerreristas o con sus políticas.
La agudización de los problemas sociales
y la incapacidad del gobierno por superarlos irán generando una mayor
animadversión por el sistema político vigente y sus acólitos. El
descrédito y la descomposición de la “clase política” hacen de las
“personalidades” carismáticas y fuertes, seguros candidatos a las
elecciones presidenciales. La demagogia y manipulación mediática serán
los principales ingredientes de las campañas políticas. La inclinación
hacia propuestas populistas será la tónica principal. La derecha
igualmente recurrirá a propuestas demagógicas ante la crisis
ideológico-política en que está sumida, producto del desastre que sufre
el modelo neoliberal. Si ésta y su candidato no despegan, surgen
alternativas populistas junto a la Nueva Mayoría, como la que se asoma
con Marco Enríquez-Ominami.
Es ambigua la definición de populismo,
pero se puede entender como corriente política inspirada en la voluntad
del pueblo que se mantiene dentro de los marcos del sistema vigente con
excepción de situaciones revolucionarias en que asumen un accionar
independiente. La orientación del pueblo hacia políticas populistas es
movida por los intereses más inmediatos que suelen ser posturas
contrarrevolucionarias. Todos los dictadores se han apoyado en políticas
populistas. En menor grado, también sectores progresistas se han
impulsado por estas políticas y doctrinariamente son su fundamento.
Aunque una dictadura militar o un
gobierno civil instaurado por los militares no son viables en estos
momentos, los nuevos métodos usados para su ejecución, como en Honduras y
Paraguay, ante una crisis de ingobernabilidad lo pueden validar como
alternativa. Un golpe institucional con el fin de aumentar la represión
para neutralizar a las masas y cualquier impulso revolucionario.
Se impone el miedo, la inseguridad, la sensación de represión en todos los ámbitos, sobre todo en el laboral.
Sobre Chile se cierne una situación difícil, lo que requiere decisiones y medidas heroicas.
Nuestra Tarea Revolucionaria
La profundización de la crisis y los
problemas estructurales en todas las ramas de la sociedad y
medioambientales nos empujan inevitablemente a una situación
revolucionaria. Cualquier iniciativa que se tome para prevenir una
catástrofe social debe ser radical, lo cual significa arrancar de raíz
las causas que están engendrando esta situación. Los objetivos que
eviten la hecatombe y sitúen al país en la senda para conseguir la meta
del desarrollo en conjunto con el bienestar de nuestro pueblo, están
bien definidos.
En primer lugar, es posicionar al país y
su economía en el plano internacional. Chile debe dejar de ser títere o
vagón de cola de las grandes potencias imperialistas y de sus
instituciones. Continuar en tal situación solo conduce a ser arrastrado
en su crisis y a los conflictos que ésta genera en el mundo. De una vez
por todas, los chilenos debemos lograr la independencia plena para
decidir nuestro destino.
En segundo lugar, nuestra vida social,
cultural y desarrollo merece abandonar su dependencia de los dictados
del mercado. Éste debe servir al país y no el país al mercado. El modelo
neoliberal debe ser erradicado de nuestras vidas.
Tercero, se impone un nuevo orden
jurídico que permita ordenar las relaciones sociales y políticas
supeditadas a la voluntad de la verdadera mayoría de nuestro país. Así,
la toma de decisiones corresponderá a la participación en instancias
democráticas instaladas a todo nivel y todo lugar del país. Es
imperativo remover desde sus raíces la plutocracia vigente con su
parlamentarismo, sufragio universal e instituciones estatales, todo lo
cual solo funciona al vaivén de quienes poseen el dinero, representantes
de una ínfima minoría del país. Dicha plutocracia debe ser reemplazada
por una democracia participativa y popular.
En lo referente a lo político, con el
modelo económico instaurado a sangre y fuego en los 17 de años de
dictadura -y continuado en su fortalecimiento durante los 25 años de la
pseudo-democracia-, es evidente que la riqueza y los grandes medios de
producción se han concentrado en pocas manos. Esto sólo ha servido para
“comprar” los votos en las elecciones, para “comprar” los resultados
judiciales en los tribunales, “comprar” las leyes en el parlamento,
“comprar” (usando un eufemismo sería cooptar) a los dirigentes
sindicales y sociales, en definitiva, prácticamente comprar el país para
la satisfacción de los intereses de quienes representan menos del 1% de
la población.
En cuarto lugar, iniciar una verdadera
integración regional de un territorio que por sus idiomas, etnias,
cultura e intereses debe ser un solo país, una sola nación. Hoy las
divisiones se deben a influencias externas que debilitan en el plano
internacional y en el desarrollo de cada país. Desde el punto de vista
económico, las fronteras son anacrónicas, con mayor razón entre los
pueblos de nuestra América Latina, donde contribuyen a perjudicar otros
aspectos de las relaciones. La posibilidad real de unirnos con el resto
de los pueblos de América Latina se logrará en la medida de que cada
país vaya alcanzando su propia independencia política y económica.
Resulta conclusión lógica y evidente que
cualquier cambio que se plantee reside en el control sobre los grandes
medios de producción y el gran capital, por parte del nuevo Estado
democrático y popular. Es la premisa para cualquier transformación en lo
político, social y cultural. Es la matriz para mejorar las condiciones
de vida de nuestro pueblo, para asegurar el desarrollo económico de los
pequeños y medianos productores, para evitar la depredación salvaje de
nuestra fauna y medio ambiente, para acabar con las discriminaciones de
toda índole y lograr el respeto y coexistencia armónica de los
diferentes modos de vida y de producción.
Hoy más que nunca, el capitalismo
muestra su total incapacidad para evitar las penurias e indignidad en
que está hundiendo a la humanidad. Hoy más que nunca, la humanidad clama
por cambios reales, por una nueva sociedad que en todo sentido sea
mejor que lo vivido hasta ahora.
Los intentos de transformaciones
permanentemente se estrellan contra el muro de la codicia de los grandes
empresarios y la debilidad unida al oportunismo de la “clase política”
cuya demagogia engaña al pueblo pretendiendo que con sus inocuas
reformas hace lo máximo en la “medida de lo posible”.
Ha llegado la hora de luchar por cambios políticos y no por mezquinas reformas.
Los estudiantes deben retomar las
reivindicaciones políticas con que impusieron el movimiento del 2011. La
fortaleza del movimiento residió en darle a su lucha un carácter
político. Consideraban que la solución a las demandas en la educación
partiría por cambios profundos en el sistema político y económico. Por
ello exigían la nacionalización del cobre, cambios a la constitución y
al sistema democrático. En el momento en que circunscribieron la lucha y
demandas de forma exclusiva dentro del marco de la educación, el
movimiento se estancó y comenzó a declinar. La falta de firmeza en los
principios de los líderes estudiantiles los empujó, en su mayoría, a
integrar la corrompida “clase política”.
Parecida suerte corrieron los
movimientos medioambientalistas contra Hidroaysen, el bypass del Alto
Maipo y termoeléctricas. Nada hasta el momento ha logrado detener la
depredación y el avance incontenible en la destrucción del medioambiente
por parte del desarrollo de las grandes industrias. Ponerle rienda al
capital desbocado solo es posible en el socialismo, solo así es posible
lograr un equilibrio entre el progreso y la devastación. El socialismo
además de controlar para preservar nuestro hábitat también puede
reconstruirlo, no así el capitalismo.
El pueblo mapuche sigue siendo
pisoteado, perseguido, humillado y encarcelado pero manteniendo con
dignidad la lucha de casi 500 años por la preservación de su modo de
vida, de su cultura y su modo de producción, todo lo cual conforma una
cosmovisión sólida. En esto reside la razón de su fortaleza y
continuidad. Sus expectativas, el modo de producción histórico en el que
se sustenta su forma de vida, su cultura, religión y relaciones
sociales únicamente pueden salvaguardarse en una sociedad socialista.
Los pescadores artesanales luchan por un
lugar donde pescar en un país cuya extensa costa limita con el mar pero
un mar del que siete familias se han adueñado.
Así se pueden ir sumando todos los
movimientos sociales que se han desarrollado desde el 2008 cuando
comenzó la crisis económica y financiera. Ante esto, vino una
readecuación económica que permitió un circunstancial y acelerado
crecimiento en ciertas ramas -en especial en la extracción minera y
producción energética-, exponiendo todas las contradicciones y amarres
ocultos de las relaciones de producción, económicas y sociales con el
sistema jurídico y administrativo instaurado durante la dictadura. Los
movimientos surgidos en Magallanes, Freirina, de los profesores, de los
empleados públicos, de los campesinos (por el agua), trabajadores, etc.,
son muestras de estos conflictos. Todos ellos tienen el mismo enemigo:
el gran capital, el Estado y sus instituciones.
El capitalismo va dejando de ser un
espacio “natural” para la pequeña y mediana producción capitalista, para
los intereses de los sectores pequeñoburgueses. El socialismo va
consolidando su condición de real alternativa para la sustentación y
desarrollo de las pequeñas y medianas empresas. Éstas, más que entrar en
un conflicto con la propiedad social, pasan a ser un aporte al
bienestar del conjunto de la sociedad. Sólo el agotamiento de la
necesidad de su existencia decidirá si serán absorbidas o extinguidas.
Reflexión aparte amerita nuestra clase
obrera. Otrora el sector social más organizado y más consciente de
nuestro pueblo, hoy diezmada como fuerza productiva y organizativamente,
se ha transformado en un actor que solo se limita, en el plano de la
lucha, a sus demandas y mejoras económicas. Durante la dictadura, sus
principales dirigentes fueron asesinados y perseguidos. Se eliminó la
industria nacional manufacturera limitándola al sector de extracción de
materias primas. Las leyes laborales instauradas limitaron la
sindicalización. Todas estas condiciones implicaron que el actuar
mayoritario de los dirigentes sindicales se ejerciera por voluntad
personal, sin mayor apoyo partidista. El mérito de los sindicalistas
reside en haber sobrevivido en estas luchas por mejoras, y el defecto,
transformarse en caudillos fáciles de cooptar. Tales factores solo
lograron debilitar el movimiento sindical y evitar su incidencia en el
escenario político.
La división del mundo asalariado es el
mayor éxito de la dictadura de Pinochet, éxito que la Concertación
oportunistamente explotó y profundizó. Un sector del mundo obrero, al
ser parte de una producción globalizada, percibe un salario muy superior
a la media de los trabajadores cuya producción está limitada al mercado
nacional -aunque por la plusvalía creada sea más explotado-, pasa a ser
parte de una aristocracia obrera privilegiada. Tal situación ha
conseguido que la lucha obrera tenga muy poco de política y que sus
protagonistas estén casi conformes con su modo de vida. Esta primavera
se está acabando de forma acelerada.
Los ingentes esfuerzos para mantener el
sistema vigente solo contribuyen a profundizar la crisis y a poner sobre
el tapete una potencial situación revolucionaria, todo lo cual obliga a
un análisis profundo. Hace casi cien años V.I.Lenin definió la
situación revolucionaria, y como hoy tiene plena vigencia es oportuno
reproducirla.
“A medida que aumente la crisis mundial acelerará la crisis nacional conduciéndola a una situación revolucionaria.
Creemos no incurrir en error si señalamos estos tres síntomas principales:
1) La imposibilidad para las clases
dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las
“alturas”, una crisis en la política de la clase dominante que abre una
grieta por donde irrumpen el descontento y la indignación de las clases
oprimidas. Para que estalle la revolución no basta con que “los de
abajo no quieran”, sino que urge, además, que “los de arriba no puedan”
seguir viviendo como hasta el momento.
2) Un agravamiento, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas.
3) Una intensificación considerable, por
estas causas, de la actividad de las masas que, en tiempos de “paz”, se
dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son
empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos
“de arriba “, a una acción histórica independiente.
Sin la presencia de estos factores
objetivos, no solo independientes de la voluntad de los distintos grupos
y partidos, sino también de la voluntad de las diferentes clases, la
revolución es, por regla general, imposible. El conjunto de estos
factores objetivos es precisamente lo que se denomina situación
revolucionaria. Esta situación se dio en 1905 en Rusia y en todas las
épocas revolucionarias en Occidente; pero también existió en la década
del 60 del siglo pasado en Alemania, en 1859-1861 y en 1879-1880 en
Rusia, a pesar de lo cual no hubo revolución en esos casos. ¿Por qué?
Porque no toda situación revolucionaria origina una revolución, sino tan
solo la situación en que a los cambios objetivos arriba enumerados se
agrega un factor subjetivo. Este factor reside en la capacidad de la
clase revolucionaria para llevar a cabo acciones revolucionarias de
masas lo suficientemente fuertes para romper (o quebrantar) el viejo
gobierno, que nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, “caerá” si no
se lo “hace caer”.”
En la historia de las luchas de nuestros
pueblos se han dado innumerables momentos como los señalados y en muy
pocas ocasiones han desembocado en victorias revolucionarias. Ha
predominado la inmadurez del llamado “factor subjetivo”, la debilidad o
insuficiencia del partido revolucionario para conducir al éxito la lucha
por los cambios revolucionarios.
En nuestro país, los partidos que
tradicionalmente lucharon por transformaciones políticas consiguieron su
mayor logro con la Unidad Popular y Salvador Allende. Pero hoy son
parte de la burocracia política sobre la que se sostiene el sistema de
dominación. Ocasionalmente, buscan ciertas mejoras económicas y sociales
de carácter superficial, pero en lo concreto son representantes del
sistema de acumulación capitalista. Cuando se entra en crisis, las
reformas dentro del sistema pasan a ser la máxima aspiración. Rehúyen la
sola idea de que la revolución devenga una necesidad. Para ellos, la
contradicción principal surge entre quienes están por las reformas y los
que están contra ellas. A los socialistas y comunistas solo les queda
el nombre (y les pesa).
Para lograr cambios políticos reales, se
necesita una organización que luche por los cambios políticos. Esos
cambios sólo pueden ser transformaciones revolucionarias por una
democracia popular y participativa, por el socialismo. Es decir, un
partido revolucionario cuyo programa político proponga instaurar un
sistema social basado en los intereses de los sectores populares y cuyo
eje ordenador y dirigente sean los sectores más conscientes y
organizados de la clase obrera.
Cualquier otra salida a una crisis que
no produzca cambios estructurales y radicales al sistema vigente, al
sistema de distribución de los ingresos, a las leyes sociales, al
sistema administrativo y político -sobre todo que cambie el sistema de
dominación de la minoría por el de la mayoría- conduce a una cruenta
lucha entre diferentes sectores por el poder. Lucha cuyo objetivo es
instalar “sistemas sociales” basados en concepciones ideológicas
fundamentalistas que abarcan desde el fascismo, pasando por toda suerte
de fanatismos religiosos, hasta el anarquismo.
Solo el socialismo cuyo fundamento
teórico se sustenta en la historia de las luchas de nuestros pueblos, en
las ciencias como el pensamiento más avanzado y en las leyes objetivas
que rigen a la sociedad, nos permite realizar un proceso que nos lleve a
una sociedad superior.
A partir de esta premisa, la conciencia
revolucionaria en la lucha por el socialismo es la principal tarea de la
organización revolucionaria. El profundo conocimiento de la teoría
revolucionaria de sus miembros y dirigentes, permitirá que la acción
práctica y las formas orgánicas que adquieran, sean acertadas y sólidas.
Nuestra historia, nuestras luchas,
nuestros héroes y revolucionarios de cada época -como Manuel Rodríguez,
Francisco Bilbao, Santiago Arcos, Luis Emilio Recabarren, Salvador
Allende, Miguel Enríquez, Raúl Pellegrin – son y serán los ejemplos de
nuestro comportamiento.
Consideramos al rodriguismo como una
actitud de lucha frente a las injusticias sociales y por los cambios
revolucionarios, que debemos emular. Durante la dictadura de Pinochet,
el accionar del FPMR y de las Milicias Rodriguistas integró para siempre
el rodriguismo al vocablo político, sustentado en el símbolo de lo que
fue Manuel Rodríguez y en su actitud revolucionaria.
Manuel Rodríguez fue uno de los
principales artífices de la victoria de los chilenos sobre los
colonizadores españoles. Su actitud, en el contexto de la época, fue la
de un revolucionario que impulsó las transformaciones más avanzadas
tanto desde el punto de vista político como de la habilidad y audacia
para enfrentarse a los realistas, no sólo en el campo de batalla.
Fue actor fundamental y precursor en el
forjamiento del luchador popular, de la ética e identidad nacional que
se ha ido mostrando a través de la historia de nuestra patria en la
lucha del pueblo contra los sectores dominantes.
La teoría del socialismo y comunismo
científico junto al rodriguismo -fundamentalmente como ética
revolucionaria – y la historia de nuestras luchas, en particular el
proceso que culminó en la Unidad Popular, serán la base nuestra
organización revolucionaria.
via Portal Rodriguista - Fuente El Ciudadano