miércoles, 28 de enero de 2015

Chile no necesita reformas, necesita una Revolución

Matías Catrileo (1 de 1)-16
A la par con la crisis de la economía en el “primer mundo” se desarrolla una propia en Chile que reviste características estructurales y terminal del modelo. Estas crisis económicas conllevan conflictos sociales cuya envergadura concuerda con su profundidad. Evidentemente son muy graves puesto que en algunas regiones se han producido revoluciones y guerras civiles sin desenlaces predecibles. En todo el mundo se va sucediendo un continuo aumento de situaciones de guerra en una escalada que ya está lindando con una tercera guerra mundial.

Lo que ocurre en Medio Oriente, en África, Afganistán y Ucrania es la lucha de intereses de grupos nacionales contra intereses de grupos económicos de los países imperialistas, por un lado, y de los intereses de las economías emergentes contra los intereses hegemónicos vigentes. El desenlace probable en una guerra mundial nuclear está dejando de ser una siniestra quimera y ya deviene una realidad. El problema no es cómo evitar la hecatombe sino la actitud que ante ella asumirá cada país, grupo social y partidos

La historia muestra dos posturas generales para enfrentar situaciones similares:

—por un lado, donde priman criterios nacionalistas y chovinistas que han conducido sólo a enormes catástrofes de la humanidad, una posición oportunista en pro de los intereses reaccionarios;

—y por otro, luchas en todos los países contra estas grandes conflagraciones, una lucha contra los intereses de las minorías dominantes, una postura revolucionaria en pro de una sociedad que extirpe estas lacras que destruyen al planeta y a sus habitantes.

Nuestro planeta se halla ante la disyuntiva del retorno a la barbarie o el avance a una nueva era de paz y progreso para la humanidad.

En esta guerra económica entre las antiguas potencias (EEUU, Europa y Japón) y las emergentes (BRICS), los países tercermundistas, principalmente América Latina, como abastecedores de materias primas de las grandes economías han sido favorecidos en su crecimiento generando su propia crisis de desarrollo.

Chile es el ejemplo más claro. El acelerado crecimiento económico de las dos últimas décadas, producto de políticas que impidieron cualquier control del mercado y de las finanzas, ha llevado a toda la superestructura jurídica en que se basan las relaciones sociales y económicas a una serio conflicto entre grandes grupos dominados y las pequeñas minorías dominantes; entre los trabajadores, los pequeños y medianos empresarios, agricultores, campesinos, y todo tipo de minorías sociales enfrentadas a los dueños del gran capital.

Este acelerado desarrollo ha ido corroyendo todas las estructuras del modo de vida de nuestro pueblo. Han sido sobrepasadas, provocando gran malestar y generando constantes protestas y estallidos sociales, desde la educación, la salud, transporte público, medio ambiente, las fuentes de trabajo de los pequeños empresarios y campesinos, de los mapuches y otras etnias hasta el sistema jurídico, político administrativo y el conjunto de las instituciones estatales.

El parlamento, el poder judicial y el poder ejecutivo con su constitución, son incapaces de resolver problemas a los que los se enfrentan.

No hay reformas que puedan resolver los problemas de nuestro país. Sólo un cambio profundo y radical en la forma económica, en el modo de producción, acompañado de radicales transformaciones en la superestructura jurídica, podrá conducirlo sin serios traumas sociales hacia una sociedad mejor.
Los sucesivos gobiernos de la Concertación y el anterior de la Alianza se han dedicado a administrar el modelo neoliberal en una coyuntura de expansión de los capitales hacia todas las latitudes del mundo. La gran demanda de materias primas, las inversiones extranjeras y los consiguientes grandes ingresos monetarios, no se han aprovechado para crear una infraestructura industrial, material y social que permitiera al país su autosustentabilidad y los niveles de desarrollo correspondientes. La ambición de la gran burguesía y el servilismo oportunista de los partidos tradicionales de izquierda les impidieron ver otro camino que enriquecer sus propios bolsillos. La izquierda ha contribuido a que la lucha política se enmarque dentro los límites sistémicos heredados de la dictadura por la debilidad de los sectores revolucionarios, la incapacidad de asumir un proyecto socialista y la falta de una visión alternativa progresista.
El rol principal de los gobiernos en la primera década postdictadura, además de favorecer los intereses del gran capital, fue neutralizar al movimiento revolucionario aplicando políticas persecutorias a sus organizaciones y cooptar a los dirigentes de los movimientos sociales y sindicales. En la primera década del nuevo siglo y segunda de la Concertación, las políticas aplicadas se han reducido a fortalecer el modelo neoliberal, bajo las orientaciones de los bloques imperialistas y sus instituciones en detrimento del medio ambiente, condiciones de vida y bienestar social, aprovechando la mayor demanda del cobre, principal ingreso del país (olvidándose de que Chile es el primer productor y poseedor de las mayores reservas de cobre del mundo).
Este conglomerado llamado Concertación, integrado por partidos y personalidades que fueron parte del gobierno de la Unidad Popular en la lucha por un país soberano, antimperialista y antioligárquico, democrático y popular, dio un giro subyugándose al bloque proimperialista y a sus políticas.
Mención aparte merece el Partido Comunista, otrora baluarte histórico de la clase obrera chilena, que hoy no sólo reniega de su razón fundacional hasta caer en posturas que contradicen todo su pasado dejando un vacío en los intereses de la clase asalariada. Hace unos años, por lo menos, defendía los intereses inmediatos de la clase obrera (los intereses futuros, la lucha por ser clase dominante los abandonó hace décadas).
El deambular errático y confuso en la vida política también ha sido un factor gravitante en el débil movimiento social y político de la izquierda chilena. En vez de asumir la primera línea en lo relativo a las transformaciones revolucionarias y populares, se tornó vagón de cola del sector democrático burgués y en conjunto sus integrantes pasaron a ser los acólitos de los sectores capitalistas e imperialistas. Hoy, como parte del sector gobernante, jugará el papel de saboteador y persecutor de los movimientos sociales y organizaciones revolucionarias aprovechando sus conocimientos y relaciones construidas en las luchas pasadas, tal como lo ha hecho el Partido Socialista. Tuvo su momento para asumir un proyecto revolucionario al comenzar la crisis del 2008 pero prefirió insertarse en el sistema que se está resquebrajando por todos los lados. Son los yanaconas modernos.
LA NUEVA ÉPOCA QUE NOS TOCA ENFRENTAR
Se produjo un desánimo y confusión en las masas populares después de las elecciones presidenciales del año pasado, mejor dicho, en los sectores cupulares y dirigentes de las fuerzas de izquierda.
El año 2013 tuvo importante significado para nuestro pueblo y sus fuerzas políticas por lo cual merece un exhaustivo y profundo análisis con el fin de sacar lecciones para lo venidero. La conjugación de tres aspectos que en raras ocasiones se presentan en la vida política entrega enormes elementos para sacar conclusiones del qué hacer. Ese año el presente, el pasado y el futuro se expresaron en conjunto permitiendo visualizar las conductas de los diferentes actores políticos a corto y mediano plazo.
El malestar del presente estuvo reflejado en las movilizaciones sociales fue una constante en los cuatro años del gobierno Piñera y de la derecha. Nadie debería sorprenderse si decimos que vienen luchas más amplias y agudas buscando transformaciones reales en el conjunto de las formas económicas, políticas y sociales con todas las relaciones que han generado.
El pasado se asomó fuertemente tomando la fecha redonda del cuadragésimo aniversario del golpe militar contra el gobierno de la Unidad Popular y su presidente Salvador Allende, negándose a matar la memoria y buscando la forma de darle continuidad a casi la totalidad de su programa demostrando su plena vigencia.
El futuro se expresó en la campaña electoral, en todas las promesas de los candidatos al parlamento y presidenciales, dejando ver cómo, por sus posturas e historia, irían a enfrentar lo venidero. Es evidente que la actividad de toda la “clase política” estará enmarcada en defender el sistema y realizar algunas reformas para “mejorarlo”.
La magnitud política de estos tres factores las determina el contexto económico y político en que se desenvuelven lo que este año ha sido relevante ya que han presentado en un corto plazo permitiendo tener una conciencia política más elevada al conjunto de la población reflejado en la baja participación electoral.
LA CRISIS
Se ha hablado mucho de la crisis global que está atravesando el modo de producción capitalista y el conjunto de sus relaciones jurídicas. Sólo mencionaremos que desde los inicios del 2008 se ha ido expandiendo paulatinamente a todos los rincones del planeta generando grandes conflictos sociales, movimientos de indignados, cesantía, miseria, rebeliones y guerras.
A seis o siete años de iniciada esta crisis sistémica, aún no se ha encontrado solución dentro del capitalismo. Ni tampoco las fuerzas revolucionarias han demostrado capacidad para instaurar otro sistema.
Analizar los factores mencionados fuera de este contexto nos impediría entrar en la esencia para su entendimiento. En un marco de auge económico y de una real democracia en que la mayoría de la población sintiera representados sus intereses, las movilizaciones sociales no existirían o serían pocas. Las democracias se ven amenazadas por los serios conflictos sociales, económicos y políticos que trae aparejado el crecimiento incontrolable del capital y por lo mismo su crisis ante la falta de mercado para su consumo y su reciclaje. Las consecuencias son las archiconocidas formas a las que recurren los sectores dominantes para mantenerse en su lugar: los golpes de estado, guerras civiles o locales, invasión e intervención en otros países y, por último, guerra mundial.
Piñera, a diferencia de la Concertación fue más audaz en la ampliación y profundización del modelo conllevando a agudizar los problemas estructurales del sistema. El bajo nivel cultural y el semianalfabetismo no han sido impedimento para entender o intuir correctamente el modelo, pero sí han permitido generar grandes problemas sociales sin tener ningún remordimiento por las penurias de nuestro pueblo. Su filosofía consiste en afirmar que el mercado resuelve todos los problemas.
Dejar la cultura, la educación, la salud, la defensa del patrimonio y otras necesidades sociales básicas a merced del mercado es simplemente acelerar los problemas estructurales del sistema y los conflictos sociales.
Transformar los centros educacionales en empresas, generadoras de mercancías como cualquier fábrica, ha sido la política que ha puesto en pie de lucha a los estudiantes y profesores.
A pesar de que estas políticas malograron el modo de vida de los chilenos, ellas han sido un factor para crear conciencia política y en muchos casos revolucionaria.
No vamos a referirnos a todas las movilizaciones durante estos años, por todos muy bien conocidas. El común denominador de todas ellas, ha sido la guerra librada entre las grandes empresas multinacionales y la mediana y pequeña empresa privada; entre los pescadores artesanales y las siete familias dueñas del mar chileno para su pesca industrial; entre los poblados pequeños y las grandes industrias energéticas y agropecuarias; entre los mapuches con su modo de producción de fuerte raigambre histórica y cultural frente a las grandes empresas madereras, turísticas y energéticas. La movilización en Magallanes fue conflicto con una multinacional energética: Metanex.
Es el capitalismo desbocado al cual Piñera le quitó las riendas el que en definitiva llevará al cataclismo al país. Hoy se desencadena el conflicto interburgués, entre la pequeña burguesía nacional y las grandes transnacionales imperialistas y grandes consorcios nacionales.
Esta es la verdadera razón de la debacle electoral y política de la derecha, del malestar de algunos sectores contra Piñera. Dentro de las movilizaciones sociales, estuvieron los latifundistas y campesinos despojados de agua para el riego por Colbún que la utiliza para la generación eléctrica.
Las indisciplinas, las depresiones, las pugnas por cargos y candidaturas, los llantos, deserciones de los partidos y del conglomerado de la Alianza (derecha más reaccionaria)son consecuencia de esto. La baja votación fue el efecto, no su causa.
Buscar alternativas y soluciones al problema social, económico y político obliga a mirar hacia el pasado.
La Unidad Popular fue un proceso de profundos cambios económicos, sociales y políticos interrumpidos salvajemente por el imperialismo y la derecha. La UP fue el primer gobierno en la historia de Chile que puso en jaque a los sectores dominantes. Duró tres años, pero sus logros, transformaciones y sentimientos hasta hoy perduran en la memoria de nuestro pueblo. Fueron tres años de efervescencia y plena participación en todos los ámbitos de la sociedad. En el contexto actual, surge inevitablemente como recuerdo muy presente, a pesar de haber transcurrido ya cuarenta años. Interrumpieron el proceso porque sabían que su aprobación iba creciendo aceleradamente. La UP, su programa y sus medidas, su método siguen siendo ejemplos —aunque irrepetibles — para la construcción de una alternativa a este modelo. Por más que se intente, la Concertación más el PC, jamás van a lograr ni la mínima parte del fervor logrado por la UP.
La izquierda teniendo un campo de acción favorable, el mejor desde el advenimiento de la democracia, no supo aprovecharla. El actuar aislado de los líderes más carismáticos con falta de visión en los intereses colectivos fue un factor de ir divididos perdiendo la gran oportunidad de transformarse en una fuerza alternativa a las existentes. No obstante de haber responsabilidades individuales, el principal factor de esta falta de unidad es la ausencia de un partido revolucionario sólido ideológicamente y disciplinado, capaz de asumir roles organizativos y orientadores en frentes más amplios de la lucha política. Aunque sea en proyectos que, por el momento, deban ser progresistas y no revolucionarios, pero que claramente señalen el camino hacia cambios revolucionarios.
El punto de partida de todo revolucionario consiste en que jamás debe perder de vista las transformaciones del sistema político económico. Su fundamento estriba en cambiar radicalmente las relaciones sociales en que nos basamos y vivimos, lo cual es imposible sin cambiar el modo de apropiación y distribución de los beneficios generados en el sistema productivo.
La diferencia entre el marxismo y otras ideologías que tienen los mismos objetivos consiste en que para los primeros, las relaciones en que nos desenvolvemos socialmente provienen de las relaciones de producción donde la explotación del hombre y la competencia son, entre otras, las principales causantes de los males sociales. Conocemos dichos males: la miseria, el hambre, la discriminación de todo tipo, la violencia entre géneros, las guerras, delincuencia, etc.
Los revolucionarios no marxistas, en general, creen en la posibilidad de realizar cambios fundamentalmente cambiando la conciencia, las leyes y administraciones políticas para controlar las relaciones económicas y sociales. En ellos predominan factores éticos, morales y emocionales. Para los marxistas, esto es totalmente insuficiente si a la par no se cambia de raíz el modo de producción capitalista por uno socialista, donde no sean el mercado y la producción mercantil los reguladores de la sociedad en que vivimos.
EL PROBLEMA DE LA INDUSTRIALIZACIÓN DEL PAÍS
Este aspecto le interesa a todos los sectores sociales, excepto a quienes están estrechamente relacionados con las grandes transnacionales y a las políticas de las instituciones que dominan la economía mundial (FMI, OMC, BDI, BM, etc.). Hasta el presente, la economía se mantuvo supeditada a los intereses del capital transnacional en cuyos planes no estuvo ni estará presente la industrialización del país. El mercado, como ente donde se concreta la razón de ser del capital, de la fuerza de trabajo y de todas las fuerzas productivas, es manejado por aquellas instituciones.
El desarrollo “sostenido” de la economía de nuestro país está entrando en un proceso de estancamiento unido a una crisis estructural. Por un lado, el exceso de capitales sin tener condiciones materiales, energéticas y sociales para seguir materializándose en fuentes productivas y, por otro, la dependencia de las grandes potencias imperialistas. Por lo cual, los intereses reales, presentes y futuros se encontrarían en seria contradicción con las necesidades de nuestra población.
Para lograr una economía independiente que impida al país ser esquilmado por las grandes potencias, para ser próspero, cuya economía favorezca a toda la sociedad y no sólo a una ínfima minoría como hoy, es indispensable desarrollar una industrialización eje de toda la vida social y económica del país. Esto sólo se conseguirá cuando el control del país y del gobierno esté realmente en manos de las mayorías dispuestas a realizar las transformaciones de fondo en el sistema político y económico.
Cualquier proyecto que no esté encabezado por un partido revolucionario y de clase, no pasará de ser un intento fallido dentro del sistema imperante.

El Chile de hoy y su crisis

Para entender lo que ocurre en Chile, en el plano económico y político, el análisis no puede estar ajeno a lo que acontece en el mundo. El carácter dependiente somete al país a los vaivenes externos aunque aún no lleguen a ser determinantes, por el momento. La crisis mundial y la chilena tienen diferentes naturalezas, pero transcurren de forma paralela y van convergiendo además de retroalimentarse. La diferencia entre ambas reside en que la de los países imperialistas está determinada por una sobreproducción de capitales y mercancías que no encuentran mercado. Con la globalización, con la caída del campo socialista y la penetración de la economía china al mercado mundial de capitales, el capitalismo terminó de coparlo imponiendo su propio límite en la continuidad. En cambio, la crisis que sufre Chile es producto del auge económico y se refleja principalmente en los altos requerimientos —por parte de los mercados internacionales — de las materias primas chilenas, lo cual ante el acelerado desarrollo le genera una incapacidad estructural para cumplir dichas exigencias. Las consecuencias son una depredación salvaje del medioambiente, un acelerado deterioro del modo de vida de la población, una desvalorización de la economía y mercado interno, amén del poder adquisitivo de la mayoría de la población.
La necesidad de un ritmo de crecimiento económico más elevado en el país y las pocas posibilidades reales de que ello ocurra, llevan a un punto crítico la continuidad de esa expansión. La causa del estancamiento económico se debe por un lado, a las limitantes energéticas, técnicas, laborales, de servicios y sociales, y, por otra parte, a la disminución de la demanda de materias primas —principalmente de China — reflejada en bajas abruptas de los precios.
El rol de del gobierno y de la “Nueva Mayoría” es destrabar la economía para mantener un elevado crecimiento o suavizar el impacto de la crisis inminente. Todas las políticas y reformas orientadas a este fin son insuficientes. La superestructura jurídica instalada a sangre y fuego por la dictadura de Pinochet para sostener el modelo neoliberal, la fuerte ideología clasista dominante y el odio a todo lo que huela a progresismo y socialismo, han impedido cualquier evolución que permita paliar las penurias del pueblo que se van agravando a galope.
La reforma tributaria no sale del marco de maniobras técnicas para recaudar mayores fondos, con el fin de poder realizar reformas en otros ámbitos pero que, a final de cuentas, perjudicará a la mayoría de los pequeños y medianos empresarios. El gran capitalista no se verá afectado, cualquier pérdida la suplirá a costa de los trabajadores y pequeñas empresas.
La necesidad de políticas que beneficien al conjunto de la sociedad y disminuya en algo la enorme brecha de desigualdad entre los que más ganan y los pobres, por lo menos en materia tributaria, exigía la aplicación de impuestos progresivos, o sea el que más gana más paga. Única forma para poder hacer algo en la redistribución de los ingresos. Cualquier reforma dentro de este sistema político, jamás afectará a los grandes capitalistas ni evitará la hecatombe económica y política.
De la misma manera la reforma educacional jamás podrá lograr los objetivos exigidos de gratuidad y calidad si no está inserta dentro de un plan económico integral, acorde con las necesidades del país. Para esto se requiere cambios políticos profundos, revolucionarios. La educación, colocada al servicio del mercado, dejó la función de formar profesionales al servicio de la economía e intereses del país, pasando a ser una mera generadora de plusvalía con las consecuencias que todos conocemos. En estas condiciones, para restituir su rol esencial, no basta subsidiarla, es indispensable vincularla a la economía y a toda la vida social del país. Eso solo es posible transformando el modelo económico y político del país. Realizando cambios revolucionarios en todas las instancias del Estado, su economía y relaciones sociales.
Al igual que en la educación, en la salud se ve el mismo fenómeno, un centro de enriquecimiento de unos pocos a costa de los enfermos. Las constantes reformas del sistema de salud no han resuelto ni logrado mejorar en un ápice la atención y seguridad sanitaria. Por el contrario, el alto grado competitivo y estresante del sistema económico es solo un generador de enfermedades físicas y psíquicas del cual el sistema de salud se lucra. Este requiere de transformaciones revolucionarias donde los pacientes dejen de ser un elemento de obtención de ganancias. Es un deber del Estado velar por la salud de su población y no de transformarlo en un centro empresarial.
El constante aumento de la desigualdad entre el sector asalariado, los pequeños y medianos empresarios frente a los sectores ligados al gran capital es fuente permanente de conflictos y movilizaciones sociales. La reforma laboral planteada es el intento de suavizar o neutralizar el malestar incorporando a más sectores a organizaciones sindicales. La cooptación de los dirigentes permite manejar con mayor facilidad a grandes masas de trabajadores. Pero no va a disminuir la brecha entre capitalistas y trabajadores. Las reformas planteadas no pueden amenazar el modelo económico de libre mercado sobre el cual se sustenta el Estado, su constitución y “democracia”. Solo el 11% de los trabajadores están sindicalizados y la capacidad negociadora de las centrales sindicales abarca a un 15%. El resto del 85% de los trabajadores debe conformarse con lo que decidan los dirigentes sindicales que mayormente son cooptados por la clase política.
Cambiar el sistema binominal por uno representativo para lograr una mayor y mejor democracia, es utopía. Es imposible que los múltiples intereses del pueblo sean representados solo con el aumento del número de parlamentarios. Las nuevas economías, por la multiplicidad de nuevas ramas y relaciones de producción que, a su vez, de forma proporcional elevan la cantidad de intereses individuales y grupos sociales, requieren de democracias participativas. Una democracia participativa sólo es posible si existe un gobierno de la mayoría, que incorpore los intereses de toda la población en sus políticas. La “apatía” electoral cada vez más creciente no es por falta de interés político, es por desconfianza y rechazo a la clase política y sistema político vigente. Si en las elecciones un poco más del 50 % no votó por ningún candidato, hoy, según encuestas, el rechazo a la clase política está entre el 60 y 70 por ciento. No obstante estos resultados, ésta quiere mantener a toda costa el modelo en crisis porque vive de él y para él. No pretende ni piensa cambiarlo aunque se caiga a pedazos.
La “clase política”, hay que entenderla como el conjunto de personajes y partidos políticos insertos en el sistema, del cual lucran a sabiendas y a destajo. Es una casta social cooptada y corrompida por el sistema pues de él vive y se nutre. A sus integrantes para nada les interesa el cambio del modelo, excepto para incrementarlo y poderle sacar mejores beneficios. La tan cacareada Asamblea Constituyente se ha convertido en un instrumento de manipulación política que si se llegara a realizar sería a beneficio de los mismos que están gobernando.
Una nueva Constitución solo es posible con un nuevo sistema de participación popular, por niveles y a través de todo el país. Solo una revolución en todas las instancias del Estado puede lograr la realización de una Asamblea Constituyente que incorpore los intereses de la mayoría de nuestro pueblo.No puede la institucionalidad vigente asumir el rol de convocar ni de instituir dicha asamblea. El parlamento, el poder judicial, las FFAA y el gobierno deben inhabilitarse en la participación del reordenamiento democrático de nuestra sociedad. El intento de mantener lo “vigente” solo puede conducir a alargar y profundizar la debacle con su consecuente mayor violencia.
Con estos antecedentes no es de difícil pronosticar que la actitud del gobierno y sus partidos será enfrentar los crecientes conflictos sociales tomando medidas con reformas de medias tintas; recurrir en el ámbito internacional buscando alianzas que contribuyan a la mantención del modelo y generar condiciones para la continuidad superando los conflictos internos de la coalición que son directamente proporcionales a los que existen en el país.
Todos los eventos políticos que vienen, como las elecciones municipales y después las presidenciales, serán centros de acondicionamiento, manipulación de conciencias y reclutamiento para las diferentes alternativas del continuismo. El pragmatismo de Bachelet y su afán de ser una personalidad mundial es lo que permite mantener unido al conglomerado del gobierno. Esta filosofía de la conveniencia en situaciones de crisis es muy peligrosa y nociva. Ante la caída de los precios del cobre, las guerras son “bienvenidas” pues aumentaría la demanda, por lo que no sería difícil inferir que las alianzas serán con los sectores guerreristas o con sus políticas.
La agudización de los problemas sociales y la incapacidad del gobierno por superarlos irán generando una mayor animadversión por el sistema político vigente y sus acólitos. El descrédito y la descomposición de la “clase política” hacen de las “personalidades” carismáticas y fuertes, seguros candidatos a las elecciones presidenciales. La demagogia y manipulación mediática serán los principales ingredientes de las campañas políticas. La inclinación hacia propuestas populistas será la tónica principal. La derecha igualmente recurrirá a propuestas demagógicas ante la crisis ideológico-política en que está sumida, producto del desastre que sufre el modelo neoliberal. Si ésta y su candidato no despegan, surgen alternativas populistas junto a la Nueva Mayoría, como la que se asoma con Marco Enríquez-Ominami.
Es ambigua la definición de populismo, pero se puede entender como corriente política inspirada en la voluntad del pueblo que se mantiene dentro de los marcos del sistema vigente con excepción de situaciones revolucionarias en que asumen un accionar independiente. La orientación del pueblo hacia políticas populistas es movida por los intereses más inmediatos que suelen ser posturas contrarrevolucionarias. Todos los dictadores se han apoyado en políticas populistas. En menor grado, también sectores progresistas se han impulsado por estas políticas y doctrinariamente son su fundamento.
Aunque una dictadura militar o un gobierno civil instaurado por los militares no son viables en estos momentos, los nuevos métodos usados para su ejecución, como en Honduras y Paraguay, ante una crisis de ingobernabilidad lo pueden validar como alternativa. Un golpe institucional con el fin de aumentar la represión para neutralizar a las masas y cualquier impulso revolucionario.
Se impone el miedo, la inseguridad, la sensación de represión en todos los ámbitos, sobre todo en el laboral.
Sobre Chile se cierne una situación difícil, lo que requiere decisiones y medidas heroicas.

Nuestra Tarea Revolucionaria

La profundización de la crisis y los problemas estructurales en todas las ramas de la sociedad y medioambientales nos empujan inevitablemente a una situación revolucionaria. Cualquier iniciativa que se tome para prevenir una catástrofe social debe ser radical, lo cual significa arrancar de raíz las causas que están engendrando esta situación. Los objetivos que eviten la hecatombe y sitúen al país en la senda para conseguir la meta del desarrollo en conjunto con el bienestar de nuestro pueblo, están bien definidos.
En primer lugar, es posicionar al país y su economía en el plano internacional. Chile debe dejar de ser títere o vagón de cola de las grandes potencias imperialistas y de sus instituciones. Continuar en tal situación solo conduce a ser arrastrado en su crisis y a los conflictos que ésta genera en el mundo. De una vez por todas, los chilenos debemos lograr la independencia plena para decidir nuestro destino.
En segundo lugar, nuestra vida social, cultural y desarrollo merece abandonar su dependencia de los dictados del mercado. Éste debe servir al país y no el país al mercado. El modelo neoliberal debe ser erradicado de nuestras vidas.
Tercero, se impone un nuevo orden jurídico que permita ordenar las relaciones sociales y políticas supeditadas a la voluntad de la verdadera mayoría de nuestro país. Así, la toma de decisiones corresponderá a la participación en instancias democráticas instaladas a todo nivel y todo lugar del país. Es imperativo remover desde sus raíces la plutocracia vigente con su parlamentarismo, sufragio universal e instituciones estatales, todo lo cual solo funciona al vaivén de quienes poseen el dinero, representantes de una ínfima minoría del país. Dicha plutocracia debe ser reemplazada por una democracia participativa y popular.
En lo referente a lo político, con el modelo económico instaurado a sangre y fuego en los 17 de años de dictadura -y continuado en su fortalecimiento durante los 25 años de la pseudo-democracia-, es evidente que la riqueza y los grandes medios de producción se han concentrado en pocas manos. Esto sólo ha servido para “comprar” los votos en las elecciones, para “comprar” los resultados judiciales en los tribunales, “comprar” las leyes en el parlamento, “comprar” (usando un eufemismo sería cooptar) a los dirigentes sindicales y sociales, en definitiva, prácticamente comprar el país para la satisfacción de los intereses de quienes representan menos del 1% de la población.
En cuarto lugar, iniciar una verdadera integración regional de un territorio que por sus idiomas, etnias, cultura e intereses debe ser un solo país, una sola nación. Hoy las divisiones se deben a influencias externas que debilitan en el plano internacional y en el desarrollo de cada país. Desde el punto de vista económico, las fronteras son anacrónicas, con mayor razón entre los pueblos de nuestra América Latina, donde contribuyen a perjudicar otros aspectos de las relaciones. La posibilidad real de unirnos con el resto de los pueblos de América Latina se logrará en la medida de que cada país vaya alcanzando su propia independencia política y económica.
Resulta conclusión lógica y evidente que cualquier cambio que se plantee reside en el control sobre los grandes medios de producción y el gran capital, por parte del nuevo Estado democrático y popular. Es la premisa para cualquier transformación en lo político, social y cultural. Es la matriz para mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo, para asegurar el desarrollo económico de los pequeños y medianos productores, para evitar la depredación salvaje de nuestra fauna y medio ambiente, para acabar con las discriminaciones de toda índole y lograr el respeto y coexistencia armónica de los diferentes modos de vida y de producción.
Hoy más que nunca, el capitalismo muestra su total incapacidad para evitar las penurias e indignidad en que está hundiendo a la humanidad. Hoy más que nunca, la humanidad clama por cambios reales, por una nueva sociedad que en todo sentido sea mejor que lo vivido hasta ahora.
Los intentos de transformaciones permanentemente se estrellan contra el muro de la codicia de los grandes empresarios y la debilidad unida al oportunismo de la “clase política” cuya demagogia engaña al pueblo pretendiendo que con sus inocuas reformas hace lo máximo en la “medida de lo posible”.
Ha llegado la hora de luchar por cambios políticos y no por mezquinas reformas.
Los estudiantes deben retomar las reivindicaciones políticas con que impusieron el movimiento del 2011. La fortaleza del movimiento residió en darle a su lucha un carácter político. Consideraban que la solución a las demandas en la educación partiría por cambios profundos en el sistema político y económico. Por ello exigían la nacionalización del cobre, cambios a la constitución y al sistema democrático. En el momento en que circunscribieron la lucha y demandas de forma exclusiva dentro del marco de la educación, el movimiento se estancó y comenzó a declinar. La falta de firmeza en los principios de los líderes estudiantiles los empujó, en su mayoría, a integrar la corrompida “clase política”.
Parecida suerte corrieron los movimientos medioambientalistas contra Hidroaysen, el bypass del Alto Maipo y termoeléctricas. Nada hasta el momento ha logrado detener la depredación y el avance incontenible en la destrucción del medioambiente por parte del desarrollo de las grandes industrias. Ponerle rienda al capital desbocado solo es posible en el socialismo, solo así es posible lograr un equilibrio entre el progreso y la devastación. El socialismo además de controlar para preservar nuestro hábitat también puede reconstruirlo, no así el capitalismo.
El pueblo mapuche sigue siendo pisoteado, perseguido, humillado y encarcelado pero manteniendo con dignidad la lucha de casi 500 años por la preservación de su modo de vida, de su cultura y su modo de producción, todo lo cual conforma una cosmovisión sólida. En esto reside la razón de su fortaleza y continuidad. Sus expectativas, el modo de producción histórico en el que se sustenta su forma de vida, su cultura, religión y relaciones sociales únicamente pueden salvaguardarse en una sociedad socialista.
Los pescadores artesanales luchan por un lugar donde pescar en un país cuya extensa costa limita con el mar pero un mar del que siete familias se han adueñado.
Así se pueden ir sumando todos los movimientos sociales que se han desarrollado desde el 2008 cuando comenzó la crisis económica y financiera. Ante esto, vino una readecuación económica que permitió un circunstancial y acelerado crecimiento en ciertas ramas -en especial en la extracción minera y producción energética-, exponiendo todas las contradicciones y amarres ocultos de las relaciones de producción, económicas y sociales con el sistema jurídico y administrativo instaurado durante la dictadura. Los movimientos surgidos en Magallanes, Freirina, de los profesores, de los empleados públicos, de los campesinos (por el agua), trabajadores, etc., son muestras de estos conflictos. Todos ellos tienen el mismo enemigo: el gran capital, el Estado y sus instituciones.
El capitalismo va dejando de ser un espacio “natural” para la pequeña y mediana producción capitalista, para los intereses de los sectores pequeñoburgueses. El socialismo va consolidando su condición de real alternativa para la sustentación y desarrollo de las pequeñas y medianas empresas. Éstas, más que entrar en un conflicto con la propiedad social, pasan a ser un aporte al bienestar del conjunto de la sociedad. Sólo el agotamiento de la necesidad de su existencia decidirá si serán absorbidas o extinguidas.
Reflexión aparte amerita nuestra clase obrera. Otrora el sector social más organizado y más consciente de nuestro pueblo, hoy diezmada como fuerza productiva y organizativamente, se ha transformado en un actor que solo se limita, en el plano de la lucha, a sus demandas y mejoras económicas. Durante la dictadura, sus principales dirigentes fueron asesinados y perseguidos. Se eliminó la industria nacional manufacturera limitándola al sector de extracción de materias primas. Las leyes laborales instauradas limitaron la sindicalización. Todas estas condiciones implicaron que el actuar mayoritario de los dirigentes sindicales se ejerciera por voluntad personal, sin mayor apoyo partidista. El mérito de los sindicalistas reside en haber sobrevivido en estas luchas por mejoras, y el defecto, transformarse en caudillos fáciles de cooptar. Tales factores solo lograron debilitar el movimiento sindical y evitar su incidencia en el escenario político.
La división del mundo asalariado es el mayor éxito de la dictadura de Pinochet, éxito que la Concertación oportunistamente explotó y profundizó. Un sector del mundo obrero, al ser parte de una producción globalizada, percibe un salario muy superior a la media de los trabajadores cuya producción está limitada al mercado nacional -aunque por la plusvalía creada sea más explotado-, pasa a ser parte de una aristocracia obrera privilegiada. Tal situación ha conseguido que la lucha obrera tenga muy poco de política y que sus protagonistas estén casi conformes con su modo de vida. Esta primavera se está acabando de forma acelerada.
Los ingentes esfuerzos para mantener el sistema vigente solo contribuyen a profundizar la crisis y a poner sobre el tapete una potencial situación revolucionaria, todo lo cual obliga a un análisis profundo. Hace casi cien años V.I.Lenin definió la situación revolucionaria, y como hoy tiene plena vigencia es oportuno reproducirla.
“A medida que aumente la crisis mundial acelerará la crisis nacional conduciéndola a una situación revolucionaria.
Creemos no incurrir en error si señalamos estos tres síntomas principales:
1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las “alturas”, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por donde irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no basta con que “los de abajo no quieran”, sino que urge, además, que “los de arriba no puedan” seguir viviendo como hasta el momento.
2) Un agravamiento, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas.
3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas que, en tiempos de “paz”, se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba “, a una acción histórica independiente.
Sin la presencia de estos factores objetivos, no solo independientes de la voluntad de los distintos grupos y partidos, sino también de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es, por regla general, imposible. El conjunto de estos factores objetivos es precisamente lo que se denomina situación revolucionaria. Esta situación se dio en 1905 en Rusia y en todas las épocas revolucionarias en Occidente; pero también existió en la década del 60 del siglo pasado en Alemania, en 1859-1861 y en 1879-1880 en Rusia, a pesar de lo cual no hubo revolución en esos casos. ¿Por qué? Porque no toda situación revolucionaria origina una revolución, sino tan solo la situación en que a los cambios objetivos arriba enumerados se agrega un factor subjetivo. Este factor reside en la capacidad de la clase revolucionaria para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo suficientemente fuertes para romper (o quebrantar) el viejo gobierno, que nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, “caerá” si no se lo “hace caer”.”
En la historia de las luchas de nuestros pueblos se han dado innumerables momentos como los señalados y en muy pocas ocasiones han desembocado en victorias revolucionarias. Ha predominado la inmadurez del llamado “factor subjetivo”, la debilidad o insuficiencia del partido revolucionario para conducir al éxito la lucha por los cambios revolucionarios.
En nuestro país, los partidos que tradicionalmente lucharon por transformaciones políticas consiguieron su mayor logro con la Unidad Popular y Salvador Allende. Pero hoy son parte de la burocracia política sobre la que se sostiene el sistema de dominación. Ocasionalmente, buscan ciertas mejoras económicas y sociales de carácter superficial, pero en lo concreto son representantes del sistema de acumulación capitalista. Cuando se entra en crisis, las reformas dentro del sistema pasan a ser la máxima aspiración. Rehúyen la sola idea de que la revolución devenga una necesidad. Para ellos, la contradicción principal surge entre quienes están por las reformas y los que están contra ellas. A los socialistas y comunistas solo les queda el nombre (y les pesa).
Para lograr cambios políticos reales, se necesita una organización que luche por los cambios políticos. Esos cambios sólo pueden ser transformaciones revolucionarias por una democracia popular y participativa, por el socialismo. Es decir, un partido revolucionario cuyo programa político proponga instaurar un sistema social basado en los intereses de los sectores populares y cuyo eje ordenador y dirigente sean los sectores más conscientes y organizados de la clase obrera.
Cualquier otra salida a una crisis que no produzca cambios estructurales y radicales al sistema vigente, al sistema de distribución de los ingresos, a las leyes sociales, al sistema administrativo y político -sobre todo que cambie el sistema de dominación de la minoría por el de la mayoría- conduce a una cruenta lucha entre diferentes sectores por el poder. Lucha cuyo objetivo es instalar “sistemas sociales” basados en concepciones ideológicas fundamentalistas que abarcan desde el fascismo, pasando por toda suerte de fanatismos religiosos, hasta el anarquismo.
Solo el socialismo cuyo fundamento teórico se sustenta en la historia de las luchas de nuestros pueblos, en las ciencias como el pensamiento más avanzado y en las leyes objetivas que rigen a la sociedad, nos permite realizar un proceso que nos lleve a una sociedad superior.
A partir de esta premisa, la conciencia revolucionaria en la lucha por el socialismo es la principal tarea de la organización revolucionaria. El profundo conocimiento de la teoría revolucionaria de sus miembros y dirigentes, permitirá que la acción práctica y las formas orgánicas que adquieran, sean acertadas y sólidas.
Nuestra historia, nuestras luchas, nuestros héroes y revolucionarios de cada época -como Manuel Rodríguez, Francisco Bilbao, Santiago Arcos, Luis Emilio Recabarren, Salvador Allende, Miguel Enríquez, Raúl Pellegrin – son y serán los ejemplos de nuestro comportamiento.
Consideramos al rodriguismo como una actitud de lucha frente a las injusticias sociales y por los cambios revolucionarios, que debemos emular. Durante la dictadura de Pinochet, el accionar del FPMR y de las Milicias Rodriguistas integró para siempre el rodriguismo al vocablo político, sustentado en el símbolo de lo que fue Manuel Rodríguez y en su actitud revolucionaria.
Manuel Rodríguez fue uno de los principales artífices de la victoria de los chilenos sobre los colonizadores españoles. Su actitud, en el contexto de la época, fue la de un revolucionario que impulsó las transformaciones más avanzadas tanto desde el punto de vista político como de la habilidad y audacia para enfrentarse a los realistas, no sólo en el campo de batalla.
Fue actor fundamental y precursor en el forjamiento del luchador popular, de la ética e identidad nacional que se ha ido mostrando a través de la historia de nuestra patria en la lucha del pueblo contra los sectores dominantes.
La teoría del socialismo y comunismo científico junto al rodriguismo -fundamentalmente como ética revolucionaria – y la historia de nuestras luchas, en particular el proceso que culminó en la Unidad Popular, serán la base nuestra organización revolucionaria.

via Portal Rodriguista - Fuente El Ciudadano