El
día 25 de julio se realizó la Marcha por el Aborto Libre, Gratuito y
Seguro, organizado completamente por organizaciones y colectivas
feministas, participaron miles de hombres, mujeres y familias completas,
con apoyo de marchas también en regiones y con un solidario respaldo en
distintos países como España, Francia, México y Argentina, entre otros.
Como es costumbre ya en nuestro país, la
prensa hizo un eco sobredimensionado en relación a la intervención de
la Catedral de Santiago, ícono de la oposición obtusa al legítimo
derecho de las mujeres a decidir por lo que hacen o no con su cuerpo.
Esta intervención, junto con la importancia de la masividad de la
marcha, se constituye en un acto plenamente político que instala en el
espacio público la discusión sobre el camino que queremos recorrer como
sociedad y como sujetos soberanos.
La Iglesia, aparte de la victimización
política que utiliza convenientemente en casos de cuestionamientos a su
dogma, hizo alarde de su constitución como poder fáctico en un Estado
que se declara así mismo como laico.
El gobierno, por otra parte, condenó la
intervención política enmarcándola en categorías de “delincuencia” y
“violencia”, lo que permite, en el caso de este análisis, vincularlo con
otros acontecimientos que reflejan la política represiva y
extremadamente conservadora de esta administración.
El día 1 de agosto, en un acto de
“delincuencia común” un carabinero es muerto por una bala y es
categorizado de “martir”, (curiosa referencia al significado político
que tiene este concepto para el Islam) y la situación es aprovechada,
descaradamente por Piñera , para relacionarla con la aprobación de la
llamada Ley Hinzpeter, declarando que “El mejor homenaje que podemos
hacer al martirio de Daniel Silva es que el Congreso de una vez por
todas asuma su responsabilidad y se pregunte de qué lado está, si está
del lado de los encapuchados o de la gente inocente que quiere vivir en
paz, si está del lado de los Carabineros o de los que asesinan
Carabineros”. Además de las críticas obvias de distintas organizaciones,
e incluso parlamentarios, por la artificial relación, la cuestión quedó
ahí, y la población que suele observar pasivamente las actuaciones del
gobierno y la política institucional se ha quedado con la idea de que
una marcha, la muerte de un carabinero o la intervención política en una
institución de facto corresponden a una misma lógica. Como se dice
popularmente, “miente, miente, que algo queda”.
En cambio, tras el asesinato durante
esta semana de Rodrigo Melinao, comunero mapuche en clandestinidad, las
reacciones del gobierno han sido absolutamente irrisorias. Piñera no ha
hecho declaraciones y solo el Ministro Chadwick ha hecho referencia a
que se deben hacer las investigaciones pertinentes. Esto contrasta
profundamente con el informe de la Organización Mundial contra la
Tortura, en misión de observación precisamente este mes, que declara
que efectivamente se comprueban “casos de tortura y tratos crueles (…)
preferentemente en momentos de allanamientos que desarrollan las
policías en comunidades mapuche, afectando tanto a familias como a las
comunidades, “y también en el tránsito” “hacia lugares de detención, lo
que constituye una violación a los derechos humanos”, lo que, por
sentido común, debería ser una prioridad para el gobierno.
Ahora, ¿cuál es el vínculo en estos
relatos? Efectivamente, que hay una política de Estado, que se
corresponde completamente con las tendencias mundiales de control y
represión, que promueve abiertamente el repliegue de la protesta social
y la articulación de los movimientos sociales y políticos en torno a
causas que se transversalizan en torno a la resistencia a la
gobernabilidad inter/puesta hacia los cuerpos y los discursos. Discursos
y cuerpos diversos, autónomos, subversos.
Ya sea que estemos en medio de la
sociedad disciplinaria de Foucault o la sociedad de control de Deleuze,
existen los espacios de fuga. Y esa fuga se juega la existencia en
instancias como la toma de la catedral o en las declaraciones de los
familiares y compañeros de lucha de Melinao. No vamos a retroceder.
Nuestra fuga, la fuga de el nosotros, y de los otros de cualquier parte
del mundo, constituyen la madeja enrevesada de resistencia que hace lo
aparentemente imposible, eso que aparece en el espacio público como nos
digiera Arendt, una posibilidad de lo posible.
Insistir y resistir con el aborto como
decisión propia de las mujeres dueñas de su cuerpo y con la porfía
incansable de los Mapuche en la lucha por su tierra/vida, transforman en
ineficaces y hasta ridículos los argumentos de los gobiernos sobre el
control de las vidas, unas vidas con mas “valor” que otras, y rompen, en
el espacio de fuga permanente, con los intentos de gubernamentalizar
los espacios todos de lo humano.
Cristina Oyarzo Varela
Profesora de Historia, Diplomada en Cultura Árabe e Islam, Magíster (c) en Estudios Internacionales Universidad de Chile
Fuente El Ciudadano
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