LA GÉNESIS DE UNA MATANZA
Entre el 15 y la madrugada del 16 de junio de 1987, doce miembros del
FPMR murieron acribillados a manos de agentes de la CNI, en lo que pasó
a ser uno de los operativos antisubversivos más oscuros del régimen
militar, conocido como la “Operación Albania”.
El germen de la “Operación Albania” radicó en la preocupación que
anidaba en las filas de los aparatos de seguridad tras el atentado a
Pinochet y en el cada vez más consistente trabajo de seguimiento que
tenía ubicada a buena parte de la plana mayor del FPMR en Santiago,
hacia comienzos del año 87.
A comienzos de junio de ese año, Álvaro Corbalán, jefe del estamento
operativo de la CNI, recibió una información que fue clave para lo que
siguió. El oficial a cargo de la Brigada Verde encargada de neutralizar
al Frente Patriótico, Krantz Bauer dio cuenta de que había una
concentración inusitada de frentistas en Santiago.
En esos días, la Dirección Nacional del FPMR había fijado una
importante reunión de sus máximos líderes. Tal era la oportunidad que
habría estado esperando la CNI para atrapar a la mayor cantidad de
líderes del Frente de una sola vez. La idea era darle un golpe mortal al
FPMR, de tal naturaleza que ya no pudiera volver a levantarse.
De acuerdo con antecedentes del proceso, el operativo partió en la
oficina de Bauer, que se percató de la extraña efervescencia que se
vivía entonces en las filas del grupo, situación que informó a sus
superiores. En su calidad de analista de inteligencia, Bauer creía
poseer un completo panorama de la organización izquierdista. De hecho,
sus hombres habían logrado identificar al menos a dos de los seis
miembros de la Dirección Nacional del Frente.
“Llegué a tener una información de aproximadamente quinientos
componentes profesionales del Frente Manuel Rodríguez en Santiago, lo
que estimé que era mucha gente y que ese movimiento nos podía indicar la
preparación para una actividad que podría ser de graves consecuencias
para el país”, declaró Bauer en el proceso.
Gran parte de los datos de la CNI llegaban gracias a la información
obtenida tras los fracasos de la internación de armas en Carrizal Bajo y
el atentado a Pinochet en el Cajón del Maipo, ocurridas meses antes,
operaciones en las que decenas de frentistas y militantes del PC cayeron
detenidos. Además, de acuerdo con una versión extendida posteriormente
entre los familiares de las víctimas de la Operación Albania, uno de los
apresados, mas algunos infiltrados, habrían pasado a colaborar con la
CNI.
La cúpula del Frente había comenzado entonces un trabajo de
contrainteligencia para detectar a los infiltrados. En enero de 1987, ya
figuraba en la tabla de una de las reuniones de la Dirección Nacional
el punto que ellos mismos calificaron como “infiltración”.
En marzo de 1987, tres altos dirigentes frentistas se reunieron en
una casa de seguridad en Santiago, con el fin de analizar detalladamente
los videos grabados de los actos y reuniones realizados por el FPMR en
esos meses. Con lápiz y papel en mano fueron observando las imágenes e
identificando a los asistentes a los actos, chequeando sus nombres, su
tiempo de pertenencia a la organización y su grado de confiabilidad.
En mayo de ese año, es decir apenas un mes antes de las muertes
masivas en la “Operación Albania”, la cúpula del FPMR ya tenía serias
sospechas de militantes específicos de sus filas. Incluso, pensaban que
la infiltración podría haber llegado a un alto nivel dentro de la
organización. Sin embargo, la Operación Albania puso fin a ese trabajo
de contrainteligencia. Según un ex frentista, los dardos indicaban a un
combatiente que se había formado militarmente en Bulgaria, de quien más
tarde se supo que era familiar de una funcionaria de la CNI y que luego
colaboró con “La Oficina”, el organismo de inteligencia creado por la
administración Aylwin en 1991.
Gracias a este informante y a su propio trabajo de inteligencia, los
hombres de la CNI tuvieron claridad respecto de las personas que debían
ser detenidas y, eventualmente abatidas, iniciando a principios de 1987
una exhaustiva ronda de seguimientos y puntos fijos sobre importantes
miembros del FPMR. Según un consultado allegado al proceso, para algunos
efectivos de la CNI esto implicaba “levantarse y acostarse durante
semanas” siguiendo al hombre a su cargo.
Uno de los logros más importantes de esta labor fue la identificación
de José Valenzuela Levi, quien con el nombre de “Ernesto” comandó el
fallido atentado a Augusto Pinochet. En los ficheros de la CNI,
Valenzuela era llamado “Rapa Nui”, debido a que fue visto por primera
vez saliendo de una vivienda en una calle con ese nombre. Por su parte
otro líder frentista, Ignacio Recaredo Valenzuela, era “Chaqueta de
cuero”, por la vestimenta que usaba al momento de su primera detección.
Desconociendo que el FPMR estaba a punto de separarse del Partido
Comunista, Bauer habría interpretado la alta concentración de frentistas
en la capital como un signo de que el grupo preparaba un nuevo golpe.
Con esta certeza, Bauer hizo patente sus inquietudes a su superior, el
mayor Álvaro Corbalán. La decisión fue desarticular este creciente
movimiento en las huestes del Frente con un operativo de gran
envergadura.
Corbalán obtuvo del entonces director de la CNI, el general Hugo
Salas Wenzel, la orden para que efectivos de todas las brigadas a su
cargo procedieran, apoyados por la Unidad Antiterrorista del Ejército y
por funcionarios de Investigaciones. De acuerdo con la confesión
posterior de Corbalán, la orden de Salas Wenzel implicaba acabar con la
vida de todos los frentistas que fueran detenidos. Es decir, “reventar”
definitivamente al FPMR, según la jerga de esos días.
Álvaro Corbalan (arriba) y Hugo Salas Wenzel, jerarcas de la Operación Albania
Según consta en el primer documento de los 30 tomos del expediente,
el mismo 15 de junio el fiscal militar Luis Acevedo había autorizado
todas las detenciones y allanamientos. Como un aviso de lo que vendría,
en la mañana del 15 de junio, varios frentistas alcanzaron a huir
durante un allanamiento a un inmueble en calle Héroes de la Concepción,
en Recoleta.
LA MUERTE DE “BENITO”
Ignacio Recaredo Valenzuela Pohorecky era seguido desde marzo de
1987. La CNI sabía que era importantísimo dentro del FPMR. Valenzuela
era un destacado ingeniero y académico, en la vida pública. En la
privada, el “comandante Benito” era uno de los seis más altos oficiales
del Frente, para esa época. Reconocido por su arrojo, la CNI sabía que
había participado enel asalto a una armería y se había enfrentado a
funcionarios de seguridad en varias ocasiones.
Ignacio Recaredo Valenzuela, el “comandante Benito”
Aquella mañana del 15 de junio de 1987 sería una de las más heladas
del último siglo. La CNI ya esperaba afuera de la casa de Valenzuela, en
la remodelación San Borja, desde cerca de las 6 de la mañana.
La madre de Ignacio Valenzuela, Adriana Pohorecky, recuerda: “Ignacio
me llamó como a las diez de la mañana y me dijo que como en media hora o
en una hora estaría acá y pasaba el tiempo y no llegaba…”
Valenzuela fue muerto al mediodía en la calle Alhué, de Las Condes,
por disparos de agentes de la CNI efectuados a unos 25 metros de
distancia, desde un furgón, cuando caminaba por la citada calle. Recibió
tres impactos, uno de ellos en el tórax, que le resultó mortal; otro en
el glúteo y el tercero en el pie. Además, un árbol tras el que se
refugió registró cuatro impactos de bala y la casa por donde él iba
pasando también evidenció balazos.
Valenzuela estaba a escasos 30 metros de la casa de su madre, cuando
fue interceptado, según el relato judicial de René Valdovinos, uno de
los agentes de la CNI que actuó en ese operativo. Este mismo agente
declaró en el proceso; “Lo teníamos rodeado y estábamos armados.
Honestamente pensé que se iba a rendir frente a esa desventaja en que se
encontraba, lo que no hizo y al contrario, tomó la pistola con la
intención de repeler la detención y por lo tanto todos disparamos en su
contra y varios disparos a la vez, cayendo éste al suelo”.
Eran las 12:10 del 15 de junio y la existencia de Ignacio Valenzuela se extinguió casi instantáneamente.
Adriana Pohorecky: “Me asomé a ver qué pasaba y vi la calle llena de
vehículos, llena de gente y un hombre en el suelo, su ropa me resultó
familiar, pero no quise creer que podía ser él, trate de acercarme para
cerciorarme pero no me dejaron, andaba gente de la CNI, había mucha
policía, y no me dejaron seguir por lo que decidí volverme a la casa”.
El cuerpo sin vida de Ignacio Valenzuela
Los primeros días luego del incidente, el entonces abogado de la
Vicaría de la Solidaridad, Sergio Hevia, comenzó a encontrar cosas
extrañas en la muerte de Valenzuela; “En realidad nunca pude encontrar
alguien que dijera que estuviese armado. Aunque tampoco lo descarto, por
la opción política que el tenía”.
Adriana Pohorecky: “Es más, él intentó ocultarse detrás de un árbol
cuando lo atacaron, entiendo que fue fuego cruzado, o sea, no había nada
que el pudiera hacer”.
La operación de encubrimiento de la policía comenzó ya al día
siguiente, cuando en un medio de prensa escrito apareció una mujer
asegurando que su hijo vio como Valenzuela sacaba un arma para
enfrentarse a los agentes.
El abogado Nelson Caucoto, cuenta; “Se dejó lanzada la tesis de que
allí Valenzuela habría repelido el fuego. Bueno, se hizo la
investigación, la señora citada por el diario nunca existió, no tenia
existencia legal, y el domicilio donde se dice que ella vivía nunca fue
ratificado porque lo negó la propia dueña del inmueble citado. Y eso no
es todo, pues en un periódico de la época, llamado “A Fondo” apareció un
titular señalando: “Habla testigo clave, que vio enfrentamiento”. La
persona existía, pero después fue personalmente a reclamar a la fiscalía
militar, como consta en el expediente, indicando que él nunca declaró
ni vio nada. Hasta ahí todo parece un lío entre la prensa y algún
afectado, pero el tema tiene un matiz distinto, investigando quiénes
están detrás de la revista A Fondo, apareció Álvaro Corbalán como el
dueño de la revista”.
El 9 de noviembre de 2000, el ex agente de la CNI, Manuel Morales
Acevedo, agregó un nuevo antecedente que fue crucial para entender el
montaje que se estaba llevando adelante; “Si bien la misión era detener a
este sujeto, el intentó sacar un arma, la tomó y hubo que disparar en
su contra y el arma efectivamente la portaba el sujeto, sin perjuicio
que para darle mayor efectividad se le cargó, colocándole entre sus
ropas una granada”.
La CNI informó en su momento que Valenzuela portaba una pistola y la
citada granada. Pero los testigos afirmaron que no iba armado y que sólo
atinó a darse vuelta, por lo cual le dispararon en un glúteo y en un
pie. Los testigos señalaron que minutos antes de los hechos fueron
advertidos de que iban a producirse disparos y que debían alejarse del
lugar.
LA MUERTE DE PATRICIO ACOSTA
Ese mismo 15 de junio, seis horas más tarde, otro numeroso grupo de
agentes tenía copado el lado poniente de la calle Varas Mena. Los
agentes acechaban a “Jirafales”, como le decían por su altura a Patricio
Acosta Castro, un importante oficial del FPMR.
Patricio Acosta Castro
Según los numerosos testimonios disponibles en el expediente, ese día
la mencionada calle estaba siendo vigilada por sujetos que se
desplazaban en automóviles, algo que los vecinos habían notado que
sucedía desde hacía una semana. Debido a ello, habían llamado a
Carabineros, los que conminaron a los sujetos a identificarse. Cuando
estos lo hicieron se supo que pertenecían a la CNI.
La vecina Carmen Barrera, pudo ver claramente desde su casa que había
gente extraña en su cuadra; “Sí, había un movimiento inusual, porque
habían vehículos parados aquí en la esquina que uno no los conocía y
como que había una tensión, algo raro”.
Patricio Acosta llevaba una vida pública normal e incluso se había
hecho cargo de su hijo Sebastián, tras separarse de otra integrante del
Frente, Patricia Quiroz.
Esa tarde salió de su casa cerca de las 18 horas con su hijo. Ya era
férreamente seguido. Los vecinos declararon que solían verlo solo y que
lo único que sabían de él era que tenía un hijo y que era profesor.
Los amigos como Elizabeth Muñoz le decían Pacho. Ella recuerda ese
día: “Él pasó al negocio a comprar cuchuflís, inclusive le pidió a mi
hermana que lo acompañara, mi hermana le dijo que no podía, porque mi
mamá no estaba y no había nadie más que se pudiese quedar en el negocio.
Y el niño que era Sebastián no quiso acompañarlo y se quiso quedar aquí
en el negocio”.
De lo que vino después todos los agentes, casi sin excepción, inculpan al agente de la CNI, Francisco Zúñiga.
El agente Juan Jorquera declaró en el proceso; “Alrededor de las
18:00 a 19:00 horas salio de esa casa un individuo alto, de bigotes y
que por las características físicas correspondía el sujeto a quien se
buscaba, por lo que lo seguí hasta Santa Rosa, desde donde éste se
devolvió hacia la casa y lo seguí a pie, quedando mi equipo estacionado
allí en Santa Rosa. Se me ordeno detenerlo, pero yo no podía hacer esa
detención solo, por la gran contextura física del sujeto. Es del caso
que, mientras lo seguía, a cierta distancia observe que en sentido
contrario venía el Capitán Zúñiga con otros agentes, por lo que pensé
que ellos iban a proceder a la detención. Sin embargo, en un momento
dado y cuando el sujeto se encontraba más o menos a unos cinco metros de
distancia de mi, sin advertencia alguna y con riesgo de mi integridad
física porque yo me acerque al sujeto para apoyar la detención, el
Capitán Zúñiga le disparó de improviso a unos siete metros de distancia y
éste cayo al suelo. Luego sentí dos disparos y me di cuenta que allí se
había cometido una embarrada”
Según testimonios de testigos, la víctima cayó arrodillada. Entonces
lo rodearon alrededor de ocho sujetos, entre ellos Zúñiga. Ya reducido,
en vez de ser llevado a un centro asistencial, Acosta fue acribillado.
El propio Zúñiga le disparó en la cabeza, mientras otro lo remató con
una ráfaga de metralleta. Una vez muerto, un agente de la CNI le puso en
sus manos un revólver y un gorro pasamontañas. En esa posición lo
filmaron y le sacaron varias fotografías.
Esta versión, de que Zúñiga le disparó cuando ya estaba muerto, fue
confirmada por al menos tres agentes de la CNI, entre ellos quién era su
subalterno, Jorge Vargas Bories.
Carmen Barrera: “Ya estaba tirado y después lo siguieron acribillando
y el cuerpo saltaba. Fue muy impactante. Después ya llegó el Ejército,
Carabineros, Investigaciones, cerraron las calles y después vinieron las
fotos y lo desnudaron, pero antes de todo a él le pusieron un arma en
la mano”.
Increíblemente, el oficial a cargo de los operativos asume hoy que es
posible que se haya “cargado” a Acosta con armas, tras ser asesinado.
En su declaración judicial, el acusado, ex oficial de la CNI, Krantz
Bauer, relata que: “Tratándose de personas del Frente, a pesar de que en
nuestras actuaciones de enfrentamiento no se preparaba el sitio de
suceso, y nunca se llevaban armas para “cargar” a una persona, puede ser
que en este caso a lo mejor, conociendo como fue Zúñiga, haya cargado
al muerto”.
Francisco Zúñiga, agente de la CNI
Lamentablemente, Francisco Zúñiga no pudo ni en éste ni en los casos
que vinieron, defenderse. El cadáver de este ex agente fue hallado en
1991 en el radiotaxi que manejaba. Aparentemente se había suicidado.
Según testimonios judiciales de uno de lo propios agentes que
llegaron posteriormente al lugar de los hechos habían detalles que no
coincidían con un “enfrentamiento” como se le catalogo. Uno de ellos
declaró en el proceso: “La verdad, lo que me impresionó fue que ese
sujeto estaba armado con un revólver calibre 22. Uno pensaba hasta qué
punto podía andar armado con un revólver de esa naturaleza y enfrentar a
fuerzas de seguridad, salvo que lo hayan pillado”.
Así, Patricio Acosta dejó huérfano a su único hijo Sebastián, con el
que vivía desde que se había separado. A los 5 años, el pequeño perdería
pocas horas después a su madre.
Mientras, Carmen Barrera, la testigo que vio como Acosta fue rematado
y cargado con armas, declaró desde el primer momento y terminó siendo
por algunas horas, la primera detenida del caso, junto a otra mujer. El
abogado querellante Nelson Caucoto lo ratifica: “Los únicos detenidos en
la Operación Albania, mientras estuvo en poder de la Justicia Militar
fueron estos testigos”.
ENFRENTAMIENTO EN VARAS MENA
Esa misma noche, agentes de la policía civil llegaron hasta el
inmueble de calle Varas Mena 417, uno de los varios que a las 23 horas
de esa noche la CNI decidió allanar. Allí se produjo el primer y único
enfrentamiento reconocido por todos.
En el interior de la vivienda, que era utilizada como casa de
seguridad y centro de instrucción, había cerca de una docena de
combatientes del FPMR. Santiago Montenegro era uno de ellos. Había
llegado como todos, con sus ojos cerrados, para no saber dónde estaba,
por medidas de seguridad. Llevaba apenas un día en la casa, que
públicamente aparentaba ser un inmueble arrendado por un joven
matrimonio con un pequeño hijo.
“Allí vivían compañeros que eran buscados por los aparatos de
seguridad de la dictadura; ellos como habían pocas casas, utilizaban la
de Varas Mena, que estaba destinada a la instrucción. Habían además
compañeros que hacían las veces de dueño de casa y al fondo estábamos
los que andábamos con problemas”, cuenta Montenegro.
Quien hacía las veces de dueña de casa era otra militante
rodriguista, Cecilia Valdés, que estaba acompañada de su hijo, de dos
años. La supuesta pareja de Cecilia era el oficial del Frente Juan
Waldemar Henríquez, un ingeniero de 28 años, con instrucción militar en
Alemania y Cuba.
La fachada de los frentistas había resultado para la vecina del
costado poniente del inmueble, Eugenia Torres; “Yo siempre vi un joven
que llegaba en un furgón que lo descargaba siempre adentro, una niña
joven con un niño de como unos 2 años 9 meses. Nunca vi más gente, ni
tampoco ruido, nada. Era todo normal, como cuando uno se cambia, que
hace arreglos, martillazos y cosas así pero nunca vi que hubiera tanta
gente como dijeron que había”.
Estrictas medidas de seguridad obligaban a los rodriguistas a
permanecer en silencio buen parte del día, recluido al fondo del
inmueble y repartido en literas. Cecilia tenía prohibido el acceso a esa
parte y ni siquiera conocía a quienes permanecían escondidos. Ella,
junto a Juan Waldemar Henríquez, eran los únicos visibles para los
vecinos.
Esa noche dentro de la casa ya se sabía de la muerte de Ignacio
Valenzuela y, más aún, de Patricio Acosta a pocas cuadras. Juan Waldemar
Henríquez llegó cerca de las 10 de la noche con noticias inquietantes a
Varas Mena 417.
Juan Waldemar Henríquez, el “comandante Arturo”
Cecilia Valdés: “El comentó que había mucha gente extraña afuera, que había mucho auto y que algo raro estaba pasando”.
Santiago Montenegro: “En un principio, cuando mataron a Patricio
Acosta, nosotros no nos enteramos, y lo asesinaron solo a unas pocas
cuadras de donde nosotros estábamos. Los compañeros que estaban a cargo
de la seguridad no nos lo quisieron decir, obviamente para no causar
alarma. Cuando ellos supieron que habían matado a Patricio, no lo
relacionaron necesariamente con que nuestra casa estuviera ubicada. Es
más, por la cantidad de agentes que se paseaban, se podía pensar que era
por el compañero que había muerto. Nosotros nos enteramos a eso de las
11 de la noche que la casa estaba rodeada por agentes de la CNI; en ese
momento, los encargados de seguridad de la casa nos informaron que se
podía producir un enfrentamiento. Era complicado porque no sabíamos que
tanto sabía la CNI de nosotros, ya que cabía la posibilidad de que ellos
no supieran de nuestro paradero. En ese momento salir era más suicida
que quedarse, pensar que iban a atacar la casa era sólo una posibilidad
entre muchas otras. Ahí empezó una discusión de si nos retirábamos esa
misma noche o permanecíamos hasta el día siguiente. Nosotros decidimos
esperar”.
“Cuando llegaron, vimos la posibilidad de sacar a nuestros compañeros
en auto, pero no teníamos ningún vehículo, por lo cual decidimos
esperar hasta el otro día. La decisión fue común, la consultamos y todos
opinamos que durmiésemos ahí y al otro día nos fuéramos de a poco y por
lo tanto nos acostamos. Ahora bien, si pasaba algo teníamos preparada
una vía de escape”, agrega Montenegro.
Según la versión de los vecinos de los costados, temprano esa noche
sus casas se empezaron a llenar de agentes. Laura Valenzuela era la
vecina del costado oriente de Varas Mena 417 recuerda; “Entraron primero
dos individuos altos de negro que eran como una especie de
francotiradores con armas largas, después ya entró el choclón, gente de
jeans, mal vestida con brazaletes y ellos venían con metralletas y qué
se yo. Fácil tienen que haber sido más de 10 personas”.
Cada paso y quién debía darlo estaba programado cuidadosamente por
los frentistas, en caso que la CNI ubicara la casa de seguridad. Juan
Waldemar Henríquez debía ser secundado a la hora de repeler a
funcionarios de seguridad, por uno de los combatientes. Eso se decidía
por turno. Ese día le tocó a Wilson Henríquez.
Cecilia Valdés: “como las 12:00 de la noche yo estaba viendo las
noticias en el living de esta casa que está al final. Sentimos primero
un aviso por el timbre y yo me levanté del sillón, porque era la única
que estaba despierta a esa hora, en esta parte de la casa. No sé, yo
tuve en ese momento un presentimiento, golpearon la puerta súper fuerte;
yo corrí a avisarle a mis compañeros, se sintió un estruendo en el
portón y dimos el aviso de escape, lo que permitió que se salvaran todos
los compañeros, excepto los jefes que estaban a cargo, que fueron los
que se quedaron a cubrir la retirada.”
Santiago Montenegro: “Sí, sentimos un golpe tremendo, casi echaron
abajo el portón, se escucharon gritos y de repente sentí un timbre.
Recuerdo que si se accionaba ese timbre había que efectuar la retirada,
era nuestra alarma. Y empezó a sonar el timbre”.
No hay acuerdo sobre quién disparó primero. Según los CNI y los
funcionarios de Investigaciones que les tocó acompañarlos, los disparos
partieron desde dentro. Según Krantz Bauer, ex oficial de la CNI: “La
policía se presenta al domicilio, golpea, le preguntan de qué se trata,
ellos se identifican como policías y en un momento dado son atacados por
disparos desde el interior”. En las casas colindantes los vecinos eran
testigos de una feroz balacera.
Eugenia Torres: “De repente un tipo entró y dijo tírense al suelo y
quédense ahí, no se muevan, y empezaron a disparar, y disparaban de
adentro de mi casa hacia fuera, hacia la casa del lado por una ventana,
por el patio hacia atrás y del techo hacia arriba”.
Cecilia Valdés: “Tome a mi hijo, le avisé a Héctor Figueroa y él tocó
el timbre acordado. Luego nos reunimos con Juan y otro compañero, y
acordamos evacuar por el peligro inminente que representaba la entrada
de los allanadores. En el momento que nos dirigíamos por el pasillo para
abandonar el inmueble se produjo una especie de silencio, cesando la
balacera, y allí nos percatamos de la existencia de compañeros heridos.
Subimos por la escalera con Juan, luego un alumno -que después supo era
Santiago Montenegro-, yo y mi hijo, y atrás Héctor Figueroa. Al asomarse
al techo Santiago recibió un balazo en la cabeza y yo caí al piso con
él, y todos los que venían detrás, con excepción de Juan que estaba en
el techo, con las rodillas flectadas y tenía en sus manos un arma corta,
pero que no disparaba.”
Santiago Montenegro: “Y de repente empezó la respuesta desde acá
adentro y ahí aprovechamos de correr, ahí me toca subirme a la mesa,
junto a un compañero rompimos esa calamina plástica y justamente era
plástica para en la oscuridad ver el espacio, la luz que llegaba desde
afuera. La rompimos y cuando yo salgo ahí fui herido, el disparo me
entró en la región occipital, todavía tengo ahí alojado parte del
proyectil. Con el golpe me caigo para dentro nuevamente. La tensión del
momento, la adrenalina todo eso me impidió sentir dolor, sufrí un
rasguño en la caída en la oscuridad, me caí arriba de la mesa y la mesa
cayó al suelo y cuando estaba en el suelo me recuerdo que me pase la
mano por la cabeza y sentí lo tibio de la sangre, y lo espeso, pero
también me di cuenta que no era grave, porque estaba bien”.
Prácticamente una decena de rodriguistas escapaba en medio de la
balacera. Entre los que escaparon por los techos de las casas vecinas,
para luego ser capturados, se encontraban Cecilia Valdés, Santiago
Montenegro y Héctor Figueroa Gómez. Este último posteriormente enfrentó
la pena de muerte por su anterior participación en el atentado al
general Augusto Pinochet. Después fue condenado a presidio perpetuo y,
finalmente exiliado a Bélgica en 1994.
Héctor Figueroa Gómez, luego de ser detenido en la “Operación Albania”
Entretanto, desde los mismos techos, Juan Waldemar Henríquez y Wilson Henríquez, respondían el ataque policial con sus armas.
Eugenia Torres: “Dentro de la balacera yo sentí un cuerpo caer, algo cayó del techo, yo no supe qué era”.
El que había caído era Juan Waldemar Henríquez, quien ya estaba
herido. Este se encontraba cubriendo la retirada de sus compañeros
disparando desde el techo de la casa vecina signada con el N° 415. En un
momento dado la techumbre cedió y Henríquez cayó herido al interior de
la vivienda, en medio del comedor, donde fue encontrado mas tarde por la
dueña de casa. Henríquez le solicitó ayuda, pero ésta se negó por temor
a la acción policial. En el baño quedaron rastros de sus heridas, donde
intentó evitar un desangramiento.
Luego ingresaron los policías al inmueble encontrando a Henríquez
tendido en el piso, y a esas alturas sin ofrecer resistencia. Sin
embargo, fue rematado por ráfagas de disparos en el mismo lugar. Una de
las balas le atravesó el tórax y le comprometió el corazón. La bala
entró justo por debajo de la axila.
Luego lo sacaron a la calle donde le dispararon nuevamente. El
cadáver de Juan Waldemar Henríquez quedó tendido toda la noche en la
calle, junto a un árbol.
La mujer, quien se refugió en su dormitorio lo relataría así: “Desde
la pieza sentimos como arrastraban un bulto, luego oímos mas balazos”.
Algunos testigos señalaron que Henríquez se había rendido y que estaba
con los brazos en alto cuando fue ultimado.
Cecilia Valdés recuerda sobre los compañeros que cubrieron la
retirada; “Bueno a mí me tocó trabajar con ellos más directamente. Yo
tuve la posibilidad de hablar con Juan, ya que como una de las
encargadas de seguridad tenía que quedarme en la casa, pero, en
conversaciones con Juan se acordó que yo debía abandonar la casa junto
con mi hijo, fue la última vez que hable con él, no nos dijimos ni chao
ni adiós, sino sólo conservo su mirada que queda para siempre.”
Con la muerte de Juan Waldemar Henríquez, no se acabaron las
escaramuzas. En el caso de Wilson Henríquez, quien se encontraba herido a
bala, fue rodeado por agentes de la CNI en el patio de otra casa, la
numero 419, donde se había refugiado. Ahí fue visto por la familia de la
casa quienes le indicaron que debía entregarse, a lo que él se negó.
Laura Valenzuela y su madre hallaron a Wilson Henríquez en el patio
de su casa antes de que fuera capturado por los agentes. Laura
recuerda:”Mi mamá le preguntó si estaba armado y él dijo que no. Era muy
joven, o sea yo en ese tiempo lo veía como un joven bien débil,
indefenso, y se notaba que estaba herido. Mi mamá le dijo “pero
entréguese, porque o si no aquí es obvio que lo van a matar, vamos yo lo
acompaño para que se entregue, para que no le hagan nada”. Él no quiso,
dijo no déjenme aquí no más, porque o si no los van a matar a todos”.
Wilson Henríquez Gallegos
Laura y su madre decidieron dejar el patio y volvieron a entrar a su
casa. Testimonios indican que al rato ingreso un grupo de agentes e hizo
a la familia introducirse en el dormitorio. Apresaron a Wilson
Henríquez y comenzaron una suerte de juego con él, lo golpearon, lo
sacaron a la calle arrastrándolo, dijeron que lo iban a volver a entrar
para que no se resfriara y luego lo mataron, registrando su cuerpo según
el protocolo de autopsia 21 orificios de bala.
Laura Valenzuela; “Volvió a entrar ese grupo de gente con gritos y
nos volvieron a encerrar en la pieza, o sea dijeron aquí está y qué se
yo y lo tomaron a él ahí. Nosotros estábamos en la pieza, que tenia una
ventana que daba al patio. Desde ahí se veía solamente sombra y
escuchamos todos los golpes que le dieron. Le pegaron con armas,
patadas, lo del dolor se sintió”.
El ex agente Manuel Morales relató varios años después en el proceso,
lo que vio en ese patio; “Y lo vi que tenía lesiones en la pierna, en
la parte del tórax o del estómago y en el cuello, heridas que se tapaba
con la mano”.
Laura Valenzuela: “Después de pegarle bastante, se escucharon
balazos. De pronto se acabó la bulla, y se sentía que arrastraban algo.
Nosotros queríamos salir de la pieza, pero no nos dejaron. Pusieron un
gorila en la puerta que nos garabateaba todo el rato para que no
saliéramos de la pieza”.
El ex agente Morales no hace mención a la golpiza, pero recuerda lo
que vino después. “Le alcancé a colocar la esposa en la mano derecha y
lo tiré al suelo. En ese momento apareció el capitán Velasco, que es
Belarmino Quiroz, se metió entremedio y con una subametralladora HK,
americana, con silenciador, le disparó de tres a cuatro balazos,
diciendo mátalo, mátalo”. El 20 de octubre del 2000, en su declaración
judicial, el ex oficial Quiroz negó haber ultimado a Wilson Henríquez.
Flavio Oyarzún era un detective de Investigaciones en esa época y
declaró en el expediente que patrullaba el sector y al escuchar los
tiroteos entró a la casa donde acababan de balear a Wilson Henríquez;
“En la cama de abajo había un individuo que se quejaba, dándome la
impresión que estaba herido, entonces se dio la orden de tomarlo de las
manos y de los pies y yo, siempre pensando en ayudar, lo tomé de uno de
los pies y lo trasladamos al fondo del pasillo, donde hay un patio con
piso de tierra y lo dejamos en el suelo tendido. En ese momento apareció
el que daba las órdenes por señales, que andaba con una metralleta o
fusil, pero era un arma larga y se acerca al individuo y sin decir nada
le dispara matándolo”.
El relato de Laura Valenzuela continúa “Y después se siente que lo
van sacando, lo arrastran y lo llevaban en andas. Alguien dice este
huevón quedó vivo y lo vuelven a entrar y en eso lo tiran seguramente en
el patio nuevamente; y hacen ruidos y empiezan a golpear las ventanas
para apaciguar un poco la bulla que metían”.
Detrás de Varas Mena 417, Cecilia Valdés había logrado llegar a la
calle por los techos, junto a Héctor Figueroa y su hijo, pero fue
interceptada por una patrulla de la CNI.
Cecilia Valdés; “Yo salí por los techos con mi hijo y con otro
compañero y cuando llegamos a una calle, nos encontramos con un vehículo
de la CNI. En ese momento mi hijo tenía dos años y medio. Cuando nos
detuvieron, nosotros dijimos que íbamos al hospital, pero no nos
creyeron. A mi hijo lo pusieron en la camioneta y a mi me llevaron hacia
una esquina para asesinarme.”
Cecilia Valdés continúa; “Me empiezan a golpear en la calle, me
empiezan a pegar cachetadas, golpes en la cabeza, a tironear y me
empiezan a preguntar de dónde había salido, pero como yo no les
respondía, ellos me dijeron que me iban a fusilar y me hacen caminar de
ahí hasta una esquina. La cosa es que pasó bala el tipo, que tenía una
cara desorbitada, súper alterado y después hay una discusión entre
ellos, y justo en ese momento pasó un vehículo lleno de hombres, tal vez
pensaron que eran compañeros que venían a rescatarnos, se asustaron y
nos devolvieron nuevamente a la casa, lo que a la postre salvó mi vida.”
Uno de los frentistas que logró escapar de Varas Mena declaró para
“El Rodriguista”; “Sonó la alarma y al mismo tiempo los disparos; se
implementa el plan de evacuación. Hay que improvisar y salir con lo que
teníamos puesto, salvar en lo posible el armamento. Para subir al techo
hubo que repeler el ataque enemigo. Tengo viva la imagen de Arturo,
parapetado en la parte delantera de la casa efectuando la contención que
nos permitió evacuar por los tejados. Nos arrastramos por los techos,
cruzamos patios, hasta que finalmente llegamos a la calle, todo ello en
medio de disparos, gritos, sirenas… En la calle correr, saltar un muro
cuando las fuerzas y el nerviosismo no se soportan. Llegamos a una
bodega abandonada, llena de fierros, palos y no se cuantas cosas… se
mantienen los ruidos, disparos, sirenas, gritos y pasos. ¡Ahí vienen!,
entran a la bodega, el M16 preparado, la luz de su linterna nos ciega.
¡No nos vieron!… se alejan los pasos… se van”.
Herido en su cabeza, Santiago Montenegro fue el último en huir por
los techos desde la casa de Varas Mena; “Cuando ya salí de la casa, en
la calle no quedaba nadie de nosotros y de pronto me disparan, no sé si
de un pasaje vecino o del fondo. Nos dispararon por todos los flancos;
luego aparece una camioneta, me enfoca y me dispara nuevamente. Yo quedé
herido, recibí un balazo en el hombro y aún tengo una bala incrustada
en el cráneo. A pesar de eso logré salir del cerco”.
Santiago llegó apenas al final del pasaje Gengis Khan, ya sin fuerzas
para saltar la muralla. Le pidió ayuda al vecino de la penúltima casa,
pero éste aterrorizado, se la negó. A través de un pasadizo, Santiago
logró escabullirse igual en la casa del vecino que le había negado
ayuda. Santiago se desangraba en el patio trasero de la casa, cuando fue
descubierto por otra vecina que llamó a Carabineros, que habían
reemplazado a la CNI en los alrededores.
Santiago Montenegro;”El carabinero viene y le dice al teniente: “Mi
teniente, la CNI está buscando al detenido”, y él le dice: “No, no lo
vamos a entregar”. Montenegro es rápidamente retirado del lugar por
Carabineros y llevado a una comisaría.
Santiago Montenegro: “La verdad es que los que participaron en estos
hechos estaban con órdenes de matar a toda la gente del Frente que
encontraran; el error para ellos fue que carabineros me llevó a la
comisaría y me anotó en el libro de guardia. Entonces, cuando la CNI me
fue a buscar para matarme yo escuchaba la conversación, ellos decían:
mira huevón, lo echamos arriba de la camioneta y lo matamos; pero el
teniente que estaba a cargo decidió llevarme a la Posta.”
Al igual que Cecilia Valdés, Santiago Montenegro pasó casi tres años
preso. Sólo salió casi agónico, debido a una tuberculosis, no tratada.
Fue esa enfermedad la que le impidió fugarse el año 90, junto a otros 49
presos políticos desde la Cárcel Pública.
LA MUERTE DE JULIO GUERRA
Casi simultáneamente a los sucesos de Varas Mena, otro centenar de
agentes y policías, rodeó el dúplex 213, del block 33 de la Villa
Olímpica, en Ñuñoa. Allí Julio Guerra Olivares arrendaba una pieza a
Sonia Hinojosa. Estaba clandestino desde su participación como fusilero
en el atentado a Pinochet, nueve meses atrás.
Julio Guerra Olivares, “Guido”
Eran alrededor de las 12 de la noche y el ex agente de la CNI Iván
Cifuentes recuerda así lo que sucedió, tras forzar la puerta del
departamento; “Ahí entro primero yo y estaba oscuro, pero sin embargo
desde el segundo piso de este duplex vi dos fogonazos que correspondían a
dos disparos que se hicieron desde arriba. En ese momento sale una
mujer despavorida gritando por las escaleras que la iban a matar”. Era
la dueña de casa, Sonia Hinojosa.
El abogado de la Vicaría de la Solidaridad, Sergio Hevia: “Ella bajó
para tratar de saber qué pasaba, la tomaron, la sacaron afuera y
empezaron a gritarle a Guerra, para que saliera. Eso es todo lo que ella
recuerda.”.
El oficial de la CNI decidió lanzar al interior del dúplex una bomba
lacrimógena militar. Mientras esperaban que Guerra saliera, llegó otro
equipo de seguridad. Uno de ellos, el ex agente Fernando Burgos,
valiéndose de una máscara anti gas, debido a que en el interior estaba
irrespirable, llegó hasta el baño del segundo piso.
Fernando Burgos; “Y de un puntapié abro la puerta, observando que
agazapado cerca del WC, se encontraba un sujeto con un arma en la mano
y, por lo tanto, sin pensarlo le disparo inmediatamente alrededor de
cuatro disparos, con mi arma de servicio, que era una pistola CZ e
inmediatamente lo tomo y lo saco de ese lugar, dejándolo cerca de una
baranda”.
Detrás de Burgos iba su jefe, el oficial Arturo Sanhueza, que
reaccionó como él mismo explica en su declaración; “En esas condiciones
yo subo al segundo piso y observo que el sujeto estaba como medio muerto
y en un estado de mucha presión y confusión, yo le disparo también un
tiro hacia el pecho”. Luego, el cadáver de Julio Guerra apareció con los
ojos baleados.
Continúa Sanhueza: “Y si esta persona posteriormente apareció en el
descanso de la escalera con otros disparos en el rostro, debo señalar
enfáticamente que alguien lo puso en esa posición y disparado más
balazos”.
Al primero que le tocó investigar este caso fue al abogado Guillermo
Hevia. “La primera sensación es que no hubo enfrentamiento. Los
disparos, no soy experto en balística, pero algo sé, estaban
direccionados en un sólo lugar, hacia abajo, o sea Guerra fue rematado
en el suelo”.
La autopsia de Julio Guerra demostró que tenía disparos a corta
distancia, siempre de arriba hacia abajo y de atrás hacia adelante. Dos
de ellos en los ojos. Además se comprobó que el frentista no estaba
armado.
Como anécdota, el revólver que apareció colocado junto al cuerpo de
Julio Guerra, en Villa Olímpica, tenía una inscripción que decía
“Carabineros de Chile”.
LA MASACRE DE CALLE PEDRO DONOSO
El último capítulo de la Operación Albania se escribió en un
abandonado inmueble de la calle Pedro Donoso, en Conchalí. Esa noche aún
faltaba decidir el destino de siete frentistas que aguardaban detenidos
en el cuartel de calle Borgoño.
Álvaro Corbalán, recuerda en el expediente que le pidió instrucciones
al director de la CNI, general Hugo Salas Wenzel, de qué hacer con los
detenidos; “Y se me comunica por parte del general Salas Wenzel que no
cabían posibilidades con respecto de aquellos que resultaron ser
importantes dentro del Frente y por lo tanto había que eliminarlos”.
En los calabozos de Borgoño estaban quiénes eran considerados
importantes como José Valenzuela Levi, el “comandante Ernesto” y Esther
Cabrera Hinojosa. Pero también se encontraban Ricardo Rivera Silva,
Ricardo Silva Soto, Manuel Valencia Calderón, Elizabeth Escobar Mondaca y
Patricia Quiroz Nilo, dirigentes que no tenían gran relevancia para los
agentes. Todos habían sido detenidos en las horas previas.
José Valenzuela Levi, el “comandante Ernesto”
Valenzuela Levi, Ricardo Rivera y Ricardo Silva habían sido
capturados esa tarde cuando salían de una reunión en una casa del
paradero 21 de Vicuña Mackenna, Esther Cabrera había sido abordada luego
de salir de la casa de un amigo, y Manuel Valencia había sido aprendido
en la calle cuando se dirigía a realizarse unos exámenes médicos.
En el 2004 el coronel Iván Quiroz, quien participó de la operación,
declaró ante el tribunal: “Alrededor de las 3 de la mañana Corbalán
llamó al general Salas Wenzel para preguntarle si el asunto de los siete
frentistas que todavía quedaban vivos detenidos en el cuartel Borgoño
se mantenía en pie, el general Salas le respondió a Corbalán que sí”.
“El asunto” se refería, según Quiroz, a la eliminación inmediata de los
siete detenidos.
“Yo estaba en la oficina de Corbalán en ese momento, y escuché cuando
él preguntó al general Salas si la orden se podía postergar para seguir
investigando a los detenidos”, dijo Quiroz. Y agregó que luego escuchó
de Corbalán un cortante “a su orden mi general, será cumplido de
inmediato”. Acto seguido, dijo que Corbalán le ordenó que eligiera a
cinco oficiales para que se hicieran responsables de juntar a su gente
para llevar a cabo la eliminación de los siete detenidos, que fueron
trasladados a la calle Pedro Donoso.
La madrugada del 16 de junio de 1987, los detenidos fueron
trasladados en caravana a la casa deshabitada de Pedro Donoso 582, que
la CNI ya tenía identificada. El mayor Álvaro Corbalán había encargado
al capitán Francisco Zúñiga elegir el lugar donde los frentistas serían
acribillados. Luego de meditarlo, el oficial optó por el inmueble
deshabitado del cual la CNI sospechaba que en ocasiones funcionaba como
una casa de seguridad frentista.
La casa de calle Pedro Donoso.
El abogado Nelson Caucoto: “Los agentes de la CNI hicieron un
verdadero show frente a esa casa, una casa en que ya cerca de las 10:00
de la noche comenzó a circular mucha gente con zapatillas, vestidas de
sport, llegaban Carabineros, se retiraban, llegaban vehículos no
identificados, se bajaban sujetos. Hasta que de repente aparecen unos
equipos de televisión, entonces la gente pensaba que irá a pasar acá y
era precisamente los preparativos para un enfrentamiento entre comillas,
en que uno de los bandos contendientes llega con aparatos de televisión
para filmar los hechos”.
Una de las primeras en ser trasladada hasta Pedro Donoso fue Esther
Cabrera, la “Chichi”. La condujo el comando de élite del Ejército Erich
Silva Reichart. “No la vi nerviosa, la vi tranquila, no estaba esposada
ni vendada, y le dije que bajara la vista y que estuviese tranquila.
Esta persona no habló nada, ni hizo ningún comentario y se fue sentada
en el asiento trasero”. El trayecto hasta Pedro Donoso no duraba a esa
hora de la madrugada más de 10 minutos.
Esther Cabrera Hinojosa, la “Chichi”
El matrimonio Berríos-Vergara vio movimientos extraños casi toda la
noche, frente a su casa. Edith Vergara: “Como a las 4 y media empezaron a
llegar más vehículos, se iban, volvían, después fue cuando bajaron las
cajas, dos cajas grandes muy pesadas que la tomaron una de cada lado.
Luego llegaron los furgones que se estacionaron por el lado de nosotros,
donde traían la gente. Las personas que iban detenidas, estaban
descalzas con los brazos atados atrás a la espalda, amarrados y la vista
vendada”.
El sargento Arturo Quiroz y el capitán Francisco Zúñiga fueron
encomendados para designar a parejas de oficiales que ejecutarían a cada
uno de los siete frentistas detenidos.
El abogado Nelson Caucoto: “Los colocan a cada uno de ellos en sus
respectivas habitaciones, al interior de la casa y en algún minuto se
supone que ingresan sólo los ejecutores, o sea 14 hombres de la CNI para
matar a 7 personas”.
Mientras eso ocurría dentro de la casa abandonada, afuera los vecinos
comenzaron a ser testigos de la primera parte, de lo que sería un gran
montaje de encubrimiento.
Edith Vergara: “Después gritaron, por alto parlante, que estaban todos rodeados, que se rindieran”.
La misma CNI calcula que esa noche había cerca de un centenar de
agentes, carabineros y detectives dentro y fuera de la casa. La orden
para que los efectivos asignados a cada víctima percutara sus armas, se
dio lanzando un ladrillo en el techo, mientras el resto de los agentes
disparó al aire y gritó para dar a los vecinos la idea de un
enfrentamiento. Alrededor de las 05.30 AM, los siete frentistas fueron
acribillados.
El oficial Iván Cifuentes, que tenía a cargo a Valenzuela Levi, fue
el primero en disparar. “En ese momento procedimos a dispararle, lo que
motivó que empezaran a hacer fuego los que estaban afuera, en el
exterior de esa casa y el resto de los otros agentes para eliminar a los
otros detenidos”.
Todos fueron asesinados simultáneamente. De los 14 ejecutores, él
único que ha negado haber disparado es el detective Hugo Guzmán Rojas,
quien tenía a su cargo a Patricia Quiroz. “Una vez que el agente Pérez
dispara el primer tiro, la mujer, a mi juicio, fallece en forma
instantánea y cuando termina su accionar, Pérez dirige su arma hacia mí
con un claro propósito intimidatorio y con un gesto me ordena dispararle
a la mujer, cosa que no hice”.
Después, entró en acción Francisco Zúñiga, según varios agentes.
Manuel Morales Acevedo, ex agente de la CNI: “Y Zúñiga con mi pistola y
con otra que él llevaba en la otra mano, remató a las víctimas que
estaban en la pieza mía, recordando que a Valenzuela Levi debió haberle
disparado unos seis tiros a la cabeza y luego siguió en la misma misión
con el resto de las personas que estaban al interior de la casa, porque
siguieron los disparos”.
Manuel Morales Acevedo, confesó expresamente que se premeditó el
montaje. “También recuerdo que se hicieron mucho más disparos en el
interior de la casa y había también personas encargadas de disparar
desde afuera de la casa para aparentar un enfrentamiento”.
En el primer dormitorio quedaron los cuerpos de Ricardo Rivera Silva,
con cinco impactos recibidos a mediana distancia, y de José Valenzuela
Levi, el “comandante Ernesto” con 16, efectuados a corta distancia.
Ricardo Rivera Silva
En el primer pasillo fue muerto Manuel Valencia Calderón, con 14
disparos hechos desde unos tres metros, en ráfaga. Del informe balístico
y de la autopsia se concluye que fue colocado al final de este pasillo,
donde había una puerta abierta, y fusilado.
El cuerpo de Ester Cabrera Hinojosa, con cinco impactos de bala, fue
encontrado en el interior de la cocina. En ese lugar no hay huellas de
disparos. Del análisis de los peritajes se concluye que la víctima fue
fusilada en un pasillo lateral y que, posteriormente, su cuerpo fue
dejado en la cocina.
El cuerpo de Ricardo Silva Soto, presentaba 10 impactos de bala. De
acuerdo con los informes periciales, fue baleado dentro del segundo
dormitorio y rematado en el suelo, según revelan varios impactos en el
piso de la pieza. Un detalle significativo de que no hubo
enfrentamientos es el hecho de que Ricardo Silva presentaba heridas de
bala en las palmas de sus dos manos, en un intento instintivo de
protegerse, desde el suelo, de las balas con que finalmente lo mataron.
Ricardo Silva Soto
Muy cerca del cuerpo de Ricardo Silva fue encontrado el de Elizabeth
Escobar Mondaca, con 13 impactos de bala, 10 de los cuales fueron
efectuados a muy corta distancia, según la autopsia. La joven, igual que
Ricardo Silva, fue baleada primero dentro del segundo dormitorio y,
posteriormente, rematada a menos de un metro de distancia, con varias
ráfagas, contra un muro de una habitación deshabitada. El cuerpo de
Patricia Quiroz Nilo apareció al fondo del extenso pasillo interior de
la casa de Pedro Donoso y presentaba 11 impactos de bala.
Uno de los peritajes balísticos revela, en primer lugar, que de los
casi 200 balazos dentro de la casa, no hay ninguna bala disparada desde
el interior hacia el exterior, no obstante que la CNI dijo que en Pedro
Donoso las víctimas contaban con dos fusiles M-16, una subametralladora,
tres revólveres, tres pistolas, cuatro granadas, dos cartuchos de
amongelatina y un kilo de amonio para fabricar explosivos. Pese a tan
alto poder de fuego, todas las trayectorias de las balas incrustadas en
la casa son de adentro hacia afuera. Tampoco hay ningún rastro de
enfrentamiento dentro de la casa.
Otro peritaje determinó que las armas de los frentistas nunca fueron
percutadas. En segundo lugar, resulta curioso observar que el mayor
poder de fuego que supuestamente tenían los frentistas -una
subametralladora- lo habría portado Patricia Quiroz (cuyo cuerpo
apareció al fondo de la casa), en circunstancias que con esa arma
debería haber estado en la ventana disparando contra sus agresores y no Ricardo Rivera, quien lo hacía presumiblemente con una pistola.
Un policía que estuvo en todos los lugares donde murieron las
personas en la “Operación Albania”, declaró en el proceso que todos los
sitios del suceso estaban profundamente alterados y que al llegar a
ellos los impactos de bala en los muros habían sido removidos. También
le llamó la atención que “todas las armas de las víctimas estaban
colocadas en la mano izquierda”.
Según el agente Iván Quiroz tanto el como Alvaro Corbalán llegaron al
lugar después de ocurridos los hechos; “Llegamos y recuerdo que había
mucha gente. Carabineros había acordonado el lugar, había cámaras de
televisión. Una vez que entramos se observaban algunos cadáveres
destrozados, muy destrozados. Esas fotos están en el proceso”.
EL RECUERDO DE LA VÍCTIMAS
A todas las familias de las victimas, cuál más cual menos, se les quebró la vida y siempre habrá un antes y un después.
Ruth Cabrera, hermana de Esther: “Se llevaron todo lo que sabían que
era de ella, no dejaron nada. Nosotros no tenemos ni siquiera fotos, hay
una que circula que la tenía un amigo, era un negativo de tamaño
carnet. Dejaron como limpio, rastro de ella no quedo nada, sus
cuadernos, sus cosas, se llevaron todo. Es como si hubiera
desaparecido”.
Un documental sueco sobre una de sus mejores amigas, “Chela”,
registró unos pocos segundos de su existencia, dos años antes de su
asesinato.
Para Ruth, que hoy recorre la casa que alguna vez habitó la “Chichi”,
su hermana fue otro ejemplo de fuerza y decisión, sólo siente no haber
estado con ella en esa fría madrugada de junio; “La pena a lo mejor es
porque no está con uno, porque quizás le faltó la hermana, la tía, todas
esas cosas que uno se imagina. El si yo hubiese estado, pero bueno así
es la vida no más”.
Diecisiete años después de la muerte de Manuel Valencia, su madre
Eliana Calderón, aún necesita apoyo psicológico. Completamente
entregados a su vida en la Iglesia, sólo se enteraron que su hijo era
del Frente al día después de su muerte. Hastiado, dicen de la violencia
en la poblaciones, Manolo ingresó a las juventudes comunistas.
Eliana: “Cuando habían muerto a este compañero en la Victoria, el
lloraba conmigo, me decía “mamá hasta cuando, hasta cuando vamos a
soportar esto mamá, esto no se puede seguir soportando, tenemos que
luchar para que esto termine si no van a haber más y más muertos”. Y
lloraba conmigo, me tomó de las manos me acuerdo y lloraba conmigo, con
una impotencia, con una rabia muy grande”.
Para los padres de Manuel Valencia, asesinado en Pedro Donoso, sólo
quedaron sus fotos y un cassette que Manolo grabó a los 14 años para su
padre.
Manuel Valencia Calderón
Eliana: “Hay una parte de nosotros que murió, y en mi especialmente
mi calidad de mujer murió, se fue con mi niño, mi calidad de madre es
una cosa que me llevaron, la mitad de mi ser. Ya no lloro, no tengo
lagrimas, puede estar pasando lo más terrible, puede estar todo el mundo
llorando, en esos momentos se me aprieta la garganta, pero no puedo
llorar”.
Hasta hoy sus padres no entienden la violencia desatada contra el
joven de 20 años, que ni siquiera estaba en los antecedentes de la CNI y
recibió 14 balazos.
Eliana: “Se le había corrido la venda y ahí yo casi me espanté porque
era un hoyo profundo el que tenia, porque la salida de bala era como
una rosa para afuera, y su cara… le habían volado la mitad de su
carita”.
Ricardo Silva, era el segundo hombre del Frente en Concepción, y
sabía que su vida corría peligro. Su hermana recuerda que su principal
preocupación era su hijo.
Patricia Silva: “Ricardo me decía, “mira yo lo único que pido es que
si me van a matar me den un minuto para pensar en Cristián”, así era el.
Cuando hubo que reconocerlo, él estaba con una expresión de rabia muy
marcada en su rostro, con los ojos abiertos como mirando a sus asesinos.
Sabemos que el estaba en el suelo y que le dispararon en esa posición,
entonces creo que si llego a tener el tiempo que el quería para pensar
en su hijo”.
Aun hoy, Vicky Ormeño no logra superar el dolor y la rabia de perder a
su esposo, Juan Waldemar Henríquez, muerto en Varas Mena 417. A ella y a
su hijo de nada les ha servido que sea considerado un héroe.
La familia de otra de las victimas, Wilson Henríquez, es una de las
que más férreamente ha luchado para que se haga justicia, a pesar del
miedo que sintieron incluso en sus funerales.
Raquel Arias: “Así que ahí estuvimos, dignamente creo, como hermanos
al lado de él, para que supiera que (se emociona) los sueños no mueren,
ni aunque lo hayan dejado de esa manera y que si nos faltaron cosas por
decir, cosas que contarnos, éramos hermanos y nos íbamos a saber
entender”
Adriana Pohorecky, madre de Ignacio Valenzuela, asesinado en la calle
Alhué, ha hecho de su vida un duelo y su único objetivo es hacerle
justicia a su hijo. Por eso, en su antejardín, conserva el tronco del
árbol que nunca protegió a Ignacio y por eso sigue viviendo a ínfimos
metros del lugar de su muerte. “Realmente cuando mataron a mi hijo, me
mataron a mí también, no me mataron físicamente, pero en espíritu me
mataron”.
Hoy, las familias no tienen un sentimiento común para con los acusados.
Ruth Cabrera: “Yo te lo estoy hablando en forma muy personal, a esta
altura que sean reconocidos los asesinos y que digan estos fueron los
que los mataron, ya eso es castigo suficiente, porque yo creo que ellos
también tienen familia, tienen otro drama. Por último para uno el drama
es una pérdida, pero no es una vergüenza, y yo pienso en la familia de
todos esos que están ahora confesos, que deben tener hijos, señora,
madre”
En su trabajo como médico en la Posta Central, a Avelina Cisternas,
pareja de José Valenzuela Levi, le tocó atender, sin saberlo en un
principio, a uno de los acusados en la Operación Albania; “Dios me puso
en la situación más difícil que me podía poner alguien, me lo puso en la
situación de paciente, y en la situación de paciente reaccioné como
médico, no hice nada, me quedé callada, al día siguiente lo fui a ver.
Hoy día siento pena por ellos y que bueno que así sea, me dan pena, me
dan lástima. Pobre gente, que en realidad no se dieron cuenta que
estaban cometiendo un asesinato”.
Hasta hoy, una cincuentena de ex agentes de la CNI han declarado en
el caso. Pese a ello ha resultado muy difícil para la justicia, por una u
otra razones, poner a los responsables de este gran montaje tras las
rejas.
Con el tiempo, y con el convencimiento de que la masacre fue un hecho
fríamente premeditado por los organismos de seguridad del gobierno
militar, la opinión publica rebautizaría la acción de los agentes
denominándola “La Matanza de Corpus Christi”.
Fuente http://historiadetodos.wordpress.com