El 30 de agosto se
conmemora el día internacional del detenido-desaparecido y no pude dejar
que este día pasara sin compartir algunas breves reflexiones al
respecto. Mi padre, Jorge Alberto Rosal Paz y Paz, fue desaparecido por
el estado de Guatemala el 12 de agosto de 1983, cuando yo tenía apenas 8
meses de nacida.
Este año marca el 31
aniversario de su desaparición – ese mismo número es la edad que tuvo mi
mamá en el momento del secuestro y desaparición de mi papá y, es la
edad que tengo hoy.
Como pueden ver, para mí
agosto es un mes lleno de muchas emociones y cada año las fechas y
aniversarios adquieren distintos significados y, lo cierto es que cada
año viene y se va, pero no sin dejar su huella indeleble.
En este día, recordamos a
aquellas personas que fueron capturadas por las fuerzas armadas y de
seguridad, y que fueron llevadas y nunca más se supo de ellas. La
desaparición forzada como práctica sistemática se instaló en toda
América Latina bajo la doctrina de seguridad nacional durante las
décadas de los años 60, 70 y 80.
Es importante destacar el
papel que tuvo la Escuela de las Américas en su implementación, ya que
miles de soldados latinoamericanos fueron entrenados en la misma durante
esta época. En el continente Americano en su conjunto ocurrieron miles
de miles de desapariciones y, solo en el caso de Guatemala, hubo más de
45.000 desapariciones, entre ellas 5.000 eran de niños. Hoy, aunque no
se habla de la desaparición forzada como una práctica sistemática de los
estados, como se vio en el pasado, debemos recordar y denunciar los
casos más recientes de desapariciones en Colombia y México, marcadas por
la impunidad.
Mientras que la
desaparición forzada implica un compendio de violaciones a los derechos
del desaparecido, también representa una tortura psicológica para sus
familiares porque el desaparecido no esta vivo, pero tampoco esta
muerto.
Por
consecuente, la desaparición forzada constituye una de los mas
horribles crímenes de lesa humanidad y, es una violación que se perpetúa
cada día que no aparece la persona. Los familiares, sin poder hacer un
duelo, sin poder hallar los restos, viven una tortura psicológica llena
de angustia y tristeza cada día. Lo sé porque como familia, si bien
hemos rescatado la memoria de mi padre, somos una familia incompleta. La
verdad es que la sociedad en su conjunto está incompleta. En el proceso
de búsqueda, lo personal se vuelve en lo colectivo, lo colectivo se
convierte en lo político. Seguir alzando la voz, seguir recordando a
todos los desaparecidos es tanto una decisión política y un deber ético
para combatir la impunidad – al no olvidar, estamos dignificando la
memoria de los desaparecidos y diciendo ésto pasó aquí .
A mi familia nos tocó el
exilio en 1985, y desde entonces hemos permanecido en los Estados
Unidos. Yo podría decir que hasta recientemente, estando tan lejos de
otras familias quienes están en la misma lucha que mi familia, a veces
me causa dolor y frustración por no poder estar más cerca, luchando
hombro a hombro junto a ellas. A la vez, siendo parte del Movimiento por
el Cierre de las Américas ha sido una experiencia muy especial para mí –
hay un espacio en donde se puede recordar y decir la verdad sobre lo
ocurrido. Mientras que el desarraigo me haya alejado físicamente de
otras agrupaciones de familiares de desaparecidos, SOA Watch ha llegado a
ser una comunidad en donde puedo seguir construyendo espacios de lucha.
En la vigilia el año pasado pude escuchar el nombre de mi padre – uno
de nuestros ausentes presentes y, Padre Roy llevó su nombre escrito en
una cruz. ¿Dónde más en los Estados Unidos puedes ver una muestra de
solidaridad como esta?
Como movimiento dedicado a
trabajar, no sólo por el cierre de la Escuela de las Américas, sino
también contra la militarización y la política devastadora de Estados
Unidos en América Latina, estoy cada día más impresionada con la
dedicación de cada uno de ustedes. La vigilia anual que se hace frente a
la base militar de Fort Benning donde esta la Escuela de las Américas
para recordar a los mártires (entre muchas otras cosas), es una
expresión de amor y un trabajo de memoria. En este día es oportuno
instarles a rescatar el 30 de agosto para visibilizar la desaparición
forzada, ya que varias de las personas cuyos nombres pronunciamos frente
a la escuela son desaparecidas y varias de las personas dentro de las
filas del movimiento son sus familiares.
Tomemos
este día para educar, y no solamente sobre la desaparición forzada como
crimen de lesa humanidad; debemos colocar las desapariciones en el
marco del genocidio en toda América Latina. Utilicemos la verdad de lo
ocurrido como una herramienta para hacerle frente al silencio,
particularmente para hablar sobre el papel que tuvo los Estados Unidos.
Que el 30 de agosto nos sirva para seguir exigiendo la verdad y para
dignificar la memoria de los desaparecidos, desde nuestro espacio de
lucha. Acompañemos a los familiares que durante años vienen exigiendo la
verdad y justicia y siguen su búsqueda incansable. Hagamos todo esto.
Hagámoslo porque en el proceso, los desaparecidos estarán presentes
entre cada uno de nosotros.
Washington, D.C.,
Maria Luisa Rosal