miércoles, 31 de diciembre de 2025
“No abandonamos la cárcel humillados ni a rastras; salimos por los aires”.
Con esta frase, pronunciada por Patricio Ortiz Montenegro en una entrevista concedida al periodista Víctor Gómez, de la revista chilena The Clinic, se sintetiza de manera elocuente lo ocurrido aquel 30 de diciembre de 1996, una fecha que quedó marcada a fuego en la historia reciente de Chile.
Ese día, en una operación tan audaz como inesperada, cuatro prisioneros políticos lograron escapar desde la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago a bordo de un helicóptero, ante la incredulidad y la total impotencia de los gendarmes encargados de la custodia. La escena parecía sacada de una película, pero era absolutamente real.
En pocas horas, la noticia recorrió el país. Millones de personas siguieron el relato a través de radios y noticieros de televisión, intentando comprender cómo había sido posible que la que se consideraba una de las prisiones más seguras del país fuera vulnerada de manera tan espectacular.
Pronto se confirmó la identidad de quienes protagonizaron la fuga: Mauricio Hernández Norambuena, Ricardo Palma Salamanca, Pablo Muñoz Hoffman y Patricio Ortiz Montenegro. Todos ellos militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), organización político-militar que había enfrentado a la dictadura y que, ya en democracia tutelada, seguía siendo perseguida con dureza por el Estado chileno. Al FPMR se le atribuían diversas acciones armadas, entre ellas el asesinato del senador pinochetista Jaime Guzmán, ocurrido en abril de 1991.
La operación fue planificada y ejecutada por el propio Frente, y recibió el nombre de “Vuelo de Justicia”. Con el paso del tiempo, sin embargo, quedaría grabada en la memoria popular como “la fuga del siglo”, no solo por su precisión logística y audacia, sino también por el profundo simbolismo político que representó: una burla directa al aparato represivo y a la narrativa de seguridad del Estado chileno en plena transición.
Años después, murales, ilustraciones y relatos orales continúan recordando aquel episodio que desbordó los límites de lo posible y se instaló definitivamente en el imaginario colectivo, como un acto que mezcló osadía, convicción política y una innegable carga épica.
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