Aquí están otra vez. Voces,
rostros y ritmos nuevos, pero con contenido continuo. Las
nuevas generaciones de punks, raperos, payadores y trovadores están
unidas por una fuerza social y política inspirada en la Violeta, en
Víctor Jara, en Quilapayún. Una voz nueva en las tomas y las calles
capaz de derribar montañas.
Lo inusual no era la canción: “De Pascua Lama”, una crítica contra la depredación del ecosistema. Tampoco era el autor: Patricio Manns, un nombre mayor del canto comprometido en Chile. Lo inusual era el lugar: el Festival de Viña.
Patricio Manns fue a ganar con “De Pascua Lama” en 2011 la
llamada competencia folklórica del Festival de Viña e incluso
obligó, fuera de todo contexto en medio de la farándula circundante, a
la intervención de algún gerente del aparato de comunicaciones de Barrick Gold en defensa del destructivo proyecto minero operado por esa transnacional en la Región de Atacama.
Dos años después, en 2013 Barrick Gold ha reconocido las infracciones cometidas a la legislación ambiental. Pascua Lama está paralizado por la justicia chilena y por la acción organizada de las comunidades de la provincia de Huasco.
Y “De Pascua Lama” se oye como una señal anticipada de que la canción
contingente no sólo vive en la calle, sino de que hasta puede llegar al
espectáculo frívolo de masas por definición que es la TV. El autor suma
de por sí un tonelaje propio. Manns es el mismo que con los Parra, Víctor Jara, Rolando Alarcón, Héctor Pavez, Quilapayún, Inti-Illimani
y muchos más definieron hace cincuenta años un giro hacia la canción
comprometida en el Chile en los 60, y tras abrazar el canto más
militante después del golpe de Estado de 1973 durante la
dictadura, mantiene ese carácter junto a las varias generaciones que
en cuatro décadas se han plegado a esa canción social.
No siempre esa presencia ha sido la
misma en estos años. Está documentada en abundante bibliografía el
rumbo que toma la Nueva Canción Chilena confinada al exilio mientras en
Chile se afianza un movimiento simultáneo de resistencia cultural
plasmado luego bajo el nombre de “Canto Nuevo”, con creadores hasta hoy
vigentes y vinculados con músicos más actuales. Es desde 1990, con la
llamada ‘transición a la democracia’, que se proyectan las primeras
sombras de ese proceso. La postura frontal de grupos de punk y rap como Los Miserables o Panteras Negras es
excepcional en los años 90, mientras los cantores de protesta de los 70
y 80 y una nueva generación de cultores del canto y la música
latinoamericana quedaron en segundo plano o invisibles en el nuevo
mercado musical.
Pero también hay señales contrapuestas. Ya en 1996 aparece un disco llamado El Bío-Bío sigue cantando, suscrito por una serie de músicos chilenos unidos contra la construcción de la represa Ralco en el Alto Bío-Bío, doce años antes de la iniciativa similar a favor de la campaña Patagonia Sin Represas prensada en el disco Voces X Patagonia (2008). Desde comienzos de los 90 Illapu impone su poderío popular sin renunciar a las herramientas de la gran industria. En 1999 Sol y Lluvia marcan un hito al ser los primeros músicos chilenos en llenar por sí solos el Estadio Nacional. El mismo coliseo es escenario de homenajes masivos al Che Guevara y al Presidente Allende en 1997 y 1998, y grupos de pop y rock graban discos de tributo a Víctor Jara y Violeta Parra.
Esta vez es memoria, pero también es
mercado. Son compañías disqueras multinacionales las que en los 90
editan las discografías de músicos chilenos proscritos por la dictadura
de Pinochet: así vuelven a circular en Chile los Parra,
Quilapayún, Inti-Illimani o Víctor Jara, y sería cínico negar el
significado simbólico de ese proceso. Pero, aunque es la misma música,
el contexto es distinto, y es Internet la herramienta
que vendrá a confirmarlo. El acceso digital desmantela el sentido
inicial de esa música y la instala en el nuevo contexto aleatorio de un
reproductor de MP3 o en la parrilla programática de Radio Uno, donde es posible escuchar a Violeta Parra pegada con Síndrome o Miguelo, mientras medios de comunicación de derecha editan compilados de los principales exponentes del Canto Nuevo.
El mismo Internet sirve en todo caso de
amplificador –e incluso de única plataforma– para nuevos músicos que en
el nuevo siglo se toman las calles literalmente, desde bandas
que revindican el espacio público al son de una música festiva
y consciente como Manka Saya, Banda Conmoción, Chorizo Salvaje, Juana Fe y más, hasta nuevos nombres que apelan a un público fiel, como sabe cualquiera que haya visto a MCs como Legua York, Subverso, GuerrillerOkulto, Portavoz, Michu MC o Ana Tijoux rapear en las tomas secundarias de 2006 y 2012, junto a payadores como Moisés Chaparro, Manuel Sánchez o Cecilia Astorga, a grupos de rock como Vejara o el Colectivo Cantata Rock, autor de una versión actualizada de la Cantata Santa María de Iquique, y a cantantes nuevos como Evelyn Cornejo o mayores como Mauricio Redolés o Luis Le-Bert que, junto a muchos otros, hablan sobre aquí y ahora en sus canciones y versos.
Ha crecido también en los últimos años
una generación menos visibilizada aún, que asume una trova libertaria
y antisistema y que, si bien no está ligada en lo musical al punk o al hip-hop,
sí comparte espacios de presentación en casas okupas, plazas, ferias
libertarias y pequeños locales. Son voces que retoman esa idea-fuerza
de la música con voz y guitarra –ese mismo instrumento que sirve para
matar fascistas, según dijo Woody Guthrie–
sumada a una lírica poética y a la vez directa que apunta a evidenciar
montajes y falsedades. En la televisión ganó hace dos años una
canción contra Pascua Lama, pero al mismo tiempo hay generaciones que ni
siquiera están pendientes de ver la tele ni de prender la radio para
sacar la voz y estar en contra.
Por Jordi Berenguer y David Ponce
El Ciudadano Nº146 / Clarín Nº6.293
Septiembre 2013