El golpe militar provocó un quiebre en la vida cultural cuyas consecuencias aún subsisten. Los militares destruyeron distintas obras y cerraron espacios de expresión, pero también encarcelaron y torturaron a músicos, actores, pintores, escritores y dibujantes.
En medio de las conmemoraciones de los 40 años del golpe de
Estado en Chile, se están realizando varias exposiciones, obras de
teatro, publicaciones de libros, entre otros, que relatan y analizan los
acontecimientos que se vivieron durante los 17 años de dictadura.
Algunos de los que llevan a cabo estos proyectos vivieron ese oscuro
período, e incluso hubo quienes estuvieron detenidos y fueron torturados
en diversos campos de concentración, y otros perdieron la vida y sus
familiares aún no saben dónde están. Acá un registro de algunos casos de
artistas que vivieron las violaciones a los derechos humanos en carne
propia.
“El sonido de una reja con unos candados era el pavor, porque
significaba que venían a buscar para la tortura. Además toda esa gente
estaba desaparecida, son todas esas personas que después aparecieron
como si se hubieran matado entre ellos y todas las mentiras que
inventaron, entonces era gente en la indefensión más absoluta, porque
habían sido raptadas de sus casas, lugares de trabajo o en la calle, y
los militares sabían que las tenían ahí dispuestos a hacer, y de hecho
hicieron lo que quisieron con ellas”. Este es uno de los testimonios que
Gloria Lasso dio a conocer en el programa Mentiras Verdaderas de La Red el pasado martes 3 de septiembre.
La actriz estuvo detenida en la casa José Domingo Cañas y Cuatro
Álamos luego que carabineros irrumpiera en su hogar tras ser delatada
por Alejandra Merino, la flaca Alejandra, quien la acusó de haber
escondido a personas de grupos políticos contrarios a la dictadura.
Ahí pasó días en los que caminó encima de cuerpos y fue violentada
física y mentalmente. Antes de llegar a aquellos terribles momentos,
Lasso, trabajó en el Departamento de Extensión de la Universidad
Católica recorriendo las poblaciones con obras de teatro que ayudaban a
mejorar la convivencia social. “Me acuerdo de una fábrica donde crearon
un montaje y nosotros los asesoramos. También hicimos muchos talleres en
el norte del país, era muy lindo, la gente nunca había visto teatro y
era una época muy luminosa”, reconoce.
Algo similar ocurrió al reconocido actor Fernando Farías, quien
después de estar detenido en la isla Quiriquina de Concepción casi un
año, fue arrestado por carabineros en San Antonio y preso en Tejas
Verdes durante 15 días.
Este militante del partido comunista cuenta que durante el período
trabajaba en el teatro de la Universidad de Concepción, donde “hacíamos
distintos montajes que permitían la descentralización de las artes en
Chile. Pero cuando llegó Pinochet inmediatamente cerraron el
establecimiento y algunos de mis compañeros fueron detenidos”, dice. Y
agrega: “Parecía como si los militares le tuvieran miedo a la cultura.
Todo lo que es educación es enemigo de ellos, no lo entienden. Lo único
que consideraban eran a las armas, los golpes, matar, torturar, para eso
servían y sirven”.
Uno de los casos más emblemáticos es el vivido por el actor y
profesor de inglés Roberto Parada (1909- 1986), quien mientras se
encontraba en plena función de la obra “Primavera con una esquina rota”
en el teatro Ictus, se enteró del crimen de su hijo, José Manuel,
sociólogo que fue secuestrado y posteriormente asesinado en el
denominado “Caso Degollados”, junto a Manuel Guerrero y Santiago
Nattino. Javiera Parada recuerda así a su abuelo:
“Para mí Roberto Parada fue una gran inspiración, igual que María
Maluendas, mi abuela, de hecho yo comencé a hacer teatro con ellos
cuando tenía 7 años en la obra Seis personajes en busca de autor
que mi abuela dirigía y protagonizaba mi abuelo. Ellos, ademas, nos
cuidaban a mí y a mis hermanos porque mis padres trabajaban y tenían una
manera de entretenernos haciendo obras de teatro, recitar y leer”,
cuenta.
“La enteresa ética y moral que tuvo en su vida, el gesto de ir a la
función y no pararla cuando se entera que su hijo es uno de los tres
cuerpos que habían sido asesinados, es de una fortaleza sin límites.
Creo que eso habla de su enorme enteresa y el enorme cariño y la fuerza
transformadora que creía que tenía el teatro, las artes y el público; y
también del gran amor y respeto que él tenía por su hijo y el pueblo de
Chile, por eso consideraba que el homenaje que tenía que hacer en ese
momento era seguir haciendo la obra”, insiste la actriz.
Al contrario de lo hecho por Roberto Parada, Fernando Farías no quiso
continuar en las tablas por un tiempo. “Me dediqué a ser comerciante y
prometí no ser nunca más actor, pero me llamaron de Santiago para una
obra que se llamaba “Lo crudo, lo cocido y lo podrido” que
hablaba un poco de ciertas cosas que estaban pasando, y fue un éxito y
me fui quedando, quedando, quedando, y como me gusta el arte, me quedé”,
afirma sonriendo.
“El teatro fue nuestra resistencia, la resistencia para vivir”,
arenga el actor, opinión compartida por la nieta de Roberto Parada,
quien sostiene que “el arte fue el arma de la disidencia de lo que ellos
querían imponer”.
Escribir para la memoria
Adolfo Cozzi era estudiante de pedagogía en castellano para el 27 de
septiembre de 1973. Durante aquellos meses realizaba su práctica en el
vespertino del centro de formación técnica DUOC, donde la mayoría de sus
estudiantes eran carabineros.
Luego de una de sus clases, Cozzi partió al departamento de un amigo
ubicado en calle San Antonio, donde en medio de una tertulia tocaron a
la puerta: eran las fuerzas policiales. Entre el miedo y la
incertidumbre de entender lo que ocurría, los jóvenes fueron llevados a
la 1° Comisaría de Santiago donde fueron apresados y golpeados por
poseer literatura marxista.
“En la biblioteca de esta casa habían muchos libros, entre ellos el
Diario del Che y un ejemplar mimeografiado de la guerrilla urbana de los
Tupamaros, entonces eso fue lo que nos perdió. El teniente a cargo de
la patrulla nos dijo con esto ustedes están funados”, señala el
escritor.
Luego de varias horas de horror y simulacros de fusilamientos, fueron
llevados al Estadio Nacional. “Mi estadía fue hasta el 9 de noviembre
del mismo año y de ahí me trasladaron a Chacabuco, en el norte, esta
oficina salitrera que había sido convertida en un campo de
concentración”, explica.
En sus 45 días de encierro, el actual periodista y guionista decidió
no dejar en el olvido estos momentos por lo que el año 2000 publicó la
primera edición de “Estadio Nacional”, donde detalla las violaciones a
los derechos humanos que cometían en su contra y la de todos sus
compañeros.
Según Aldolfo Cozzi, está era la única manera de mantener la memoria y
disfrutar la libertad, pues reconoce que el día más feliz de su vida
fue cuando lo dejaron ir. “Yo creo que fue el dia más feliz de mi vida,
porque yo comprendí, cuando estaba en Chacabuco, que la libertad es un
bien supremo. Yo me acuerdo que caminando en el campo de concentración
apoyé la frente en la reja que estaba frente a una torre de vigilancia, y
me dijo en voz alta, yo juro que nunca más me voy a deprimir ni me voy a
sentir bajoneado, porque si salgo en libertad yo voy a disfrutar cada
segundo de ella”.
Artes Visuales
En las artes visuales, uno de los casos relevantes es el de Guillermo
Núñez, Premio Nacional de Artes 2007, quien fue detenido en dos
ocasiones por agentes de la dictadura. Ex director del MAC, en 1974
permaneció cinco meses con sus ojos vendados en los subterráneos de la
Academia de Guerra Aérea (AGA), solo por ocultar en su casa al dirigente
del MIR Víctor Toro.
Al año siguiente montó la exposición Printuras y exculturas en
el Instituto Chileno Francés, en la que utilizaba jaulas, ralladores y
parrillas que remitían a su experiencia como detenido. Al día siguiente
de la inauguración, la muestra fue clausurada por la DINA y las obras
solo se salvaron porque el agregado cultural expulsó a los agentes
haciéndoles creer que se encontraban en suelo francés.
Antes de ser sacado del país, Núñez fue detenido y pasó por Tres y
Cuatro Álamos, Puchuncaví y Villa Grimaldi, donde los militares ni
siquiera sabían sobre qué interrogarlo: “Me llevaron dos veces a la
Villa Grimaldi y para interrogarme me encerraban, como a muchos otros,
en un cajón que debe haber tenido unos 70 ó 60 centímetros por lado y
donde uno tenía que permanecer de pie. Uno tenía derecho a ir al baño
nada más que una vez en la noche y la comida se la tiraban sin cucharas
ni nada, así que había que comer como un perro. La idea era degradar a
la gente, no solo torturarla. A mí me decían ‘¿por qué está aquí?’, yo
les explicaba que había hecho una exposición y el tipo me decía que eso
no era delito. ‘Bueno, yo no sé poh, usted lo dice’, les decía. Pero ahí
tuve que permanecer cuatro o cinco meses más”, relata.
Los militares contra las exposiciones
Las artes visuales también sufrieron irreparables pérdidas de obras.
Los militares allanaron el antiguo Museo de Arte Contemporáneo (MAC) en
la Quinta Normal y destruyeron una muestra contra el fascismo que se
inauguraría ese mismo día, pero no tocaron otra valiosa muestra del
Museo de la Solidaridad en el mismo lugar. Pese a que las obras habían
sido donadas por artistas como Calder, Miró y Vasarely en apoyo al
gobierno de la Unidad Popular, se mantuvieron intactas.
Así lo pudo comprobar el director del museo, Lautaro Labbé, quien
logró ingresar sin que los militares se percataran y lo relató a Claudia
Zaldívar, actual directora del Museo de la Solidaridad: “Los militares
entraron e hicieron añicos la exposición No al fascismo, no a la guerra civil y
la exposición del Museo de la Solidaridad no la tocaron. Las obras de
la primera exposición eran mucho más directas y las veían mucho más
panfletarias. Era mucho más directa en contra del fascismo, que era lo
que los militares representaban. Las obras del Museo de la Solidaridad
no se pueden leer como panfletarias, no tenían un discurso directo,
entonces lo que se piensa -porque no se tiene certeza- es que no
destruyeron las del museo porque no eran explícitamente en contra de la
derecha”, explica.
Entre las obras que desaparecieron se encuentran también una de Roberto Matta (Hagámonos la guerrilla interior para parir un hombre nuevo, 1970) y una de Gracia Barrios (Multitud III, 1972), que se exponían en el ex edificio de la Unctad y que volverán a ser exhibidas este 11 de septiembre en el actual GAM.
Entre los trabajos que se destruyeron de No al fascismo, no a la guerra civil
se encontraba uno de Francisco Brugnoli, actual director del MAC, quien
junto a su ayudante José García había presentado un trabajo consistente
en una bandera de Brasil con una lágrima que caía del rombo central.
Brugnoli no supo más de esa obra, pero logró recuperar algunas piezas
que pensaba exponer en La Habana y que se encontraban en la Escuela de
Bellas Artes de la Universidad de Chile, donde trabajaba. Cuando logró
rescatarlas, pudo ver los rastros de la acción militar en el actual
edificio que alberga el MAC en el Parque Forestal: “Eran unas piezas que
tenían una parte de greda que debía ser moldeada en resina plástica.
Esas piezas tenían bayonetazos, como que buscaron si había algo adentro.
Unos soportes y bastidores estaban botados y adentro de la escuela
había disparos en las murallas, huellas de balas. Había cosas rotas y
desparramadas por el suelo. Yo pude entrar gracias a la complicidad del
mayordomo, como un mes después”, explica.
Otra exposición que no alcanzó a ver la luz fue Por la vida siempre!,
18 carteles de gran tamaño que se inaugurarían el 11 de septiembre en
la ex Universidad Técnica del Estado (UTE), con la presencia del
presidente Salvador Allende.
La muestra reproducía afiches que habían sido editados para
repartirse en las sedes universitarias, sindicatos y organizaciones:
“Partían desde amarillo hasta verde, eran como una especie de arcoriris,
y cada uno tenía un texto y una imagen que tenían que ver con el
contexto en que se daba todo esto, que eran las Jornadas Antifascistas.
Con estos carteles se llamaba a reaccionar frente a la posible amenaza
de guerra civil y los carteles tenían una capacidad visual importante
por su tamaño y el lugar en el que se iban a exhibir”, explica Mario
Navarro, curador de una exposición que recuperó los carteles hace dos
años, en el Museo de la Memoria.
“Los militares destruyeron todos los carteles. La universidad fue
atacada con cañones y ese tipo de cosas. Hay destrozos por aplastamiento
y balazos, cosas por el estilo. Entiendo que no se quemaron, pero
estaban todos destruidos”, agrega. Afortunadamente, el director de una
escuela de San Fernando que había recibido el set de afiches logró
guardarlos y éstos fueron descubiertos hace cinco años. Este 11 de
septiembre, la muestra volverá a exponerse en la actual Usach.
La música: sobrevivencia y tortura
Víctor Jara es la figura más emblemática entre los músicos que
sufrieron la represión de la dictadura militar. Sin embargo, hay varios
casos. Antes de ser conocido como músico y poeta, Mauricio Redolés
estuvo en varios centros de detención y en la cárcel de Valparaíso, así
como Sergio Vesely se inició como músico mientras estaba detenido en
Puchuncaví.
Entre esos casos destaca también Ángel Parra, quien luego del golpe
pasó por el Estadio Nacional y la prisión en Chacabuco, donde compuso La pasión según San Juan. Oratorio de Navidad
junto a otros prisioneros. Incluso publicó en el exilio una grabación
clandestina realizada en el mismo campo de concentración, Chacabuco, donde se puede oír cómo los presos cantan la “Canción del adiós” a sus compañeros que fueron liberados.
El musicólogo Juan Pablo González dice que “Ángel Parra era como la
imagen de la Nueva Canción Chilena y era hijo de la Violeta. Era
contestatario y un poco como Víctor Jara. Hay que reflexionar por qué a
Ángel Parra no le pasa nada y a Víctor sí, yo no sé, pero es el caso más
emblemático, porque además se pone a componer obras en Chacabuco con
textos de la Biblia”.
Así como la música fue una forma de alivio para algunas víctimas,
también fue utilizada por los agentes de la dictadura. La musicóloga
Katia Chornik, académica de la Universidad de Manchester, ha investigado
su presencia en centros de tortura y ha descubierto que para torturar
se usaban piezas tan disímiles como la banda sonora de La naranja mecánica, el Concierto de Aranjuez, la canción “Un millón de amigos”, de Roberto Carlos, y “Gigi el amoroso”, de la cantante italiana Dalida.
“Había determinadas canciones que se tocaban bastante seguido. ‘Gigi
el amoroso’ se tocaba en la Villa Grimaldi, según mis registros, y
probablemente también en otros lados. Según el testimonio de una
persona, cada vez que la iban a torturar le decían ‘ya viene Gigi el
amoroso’. Obviamente, la tortura no era nada de amorosa”, indica.
Según Katia Chornik, “esas experiencias musicales han sido muy
traumáticas para los prisioneros. Aunque pocos hablan de ellas, me he
topado con muchos testimonios que hablan de que incluso muchos años
después de haber salido en libertad, cuando escuchan una determinada
canción que escuchaban muy a menudo, durante la tortura, tienen
reacciones muy viscerales, porque muchas de las canciones se repetían
constantemente. Algunos, por ejemplo, me han mencionado que la música
les impedía pensar y reflexionar, los confundía”.
Escritores, actores, músicos y artistas sufrieron la acción los
agentes de la dictadura. Algunos de ellos comenzaron a crear mientras
permanecían detenidos, mientras otros desarrollarían un trabajo marcado
por la experiencia de la represión. En cualquiera de los casos, ninguno
pudo dejar de responder creativamente al horror.
Fuente Radio Universidad de Chile