James Petras
La Haine
La
indignación de los políticos y los medios de Occidente está cínicamente
planificada para encubrir la toma violenta de barrios y ciudades a
manos de bandas armadas
Introducción
Existen
pruebas claras y contundentes de que el levantamiento para derrocar al
presidente al-Assad de Siria es un violento robo de poder dirigido por
guerreros apoyados desde el exterior que han matado y herido a miles de
soldados, policías y civiles sirios, a partidarios del gobierno y de su
oposición pacífica.
La
indignación expresada por los políticos de Occidente y de los Estados
del Golfo y en los medios de comunicación sobre el asesinato de
pacíficos ciudadanos sirios que protestaban por la injusticia está
cínicamente planificada para encubrir los informes documentados de la
toma violenta de barrios, pueblos y ciudades a manos de bandas armadas
que blanden ametralladoras y colocan bombas en las márgenes de los
caminos.
La
agresión a Siria está respaldada por fondos, armas y formación
extranjeros. Sin embargo, debido a la falta de apoyo interno, y para
tener éxito, será necesaria
la intervención militar extranjera directa. Por esa razón se ha montado
una enorme campaña de propaganda y diplomática con el fin de demonizar
al legítimo gobierno sirio. El objetivo es imponer un régimen títere y
reforzar el control imperial occidental en Oriente Próximo. A corto
plazo, ello aislará aún más a Irán, en la preparación para un ataque
militar de Israel y de Estados Unidos y a la larga, eliminará otro
régimen laico independiente amigo de China y Rusia.
Con
el fin de movilizar el apoyo del mundo a esta toma de poder financiada
por Occidente, Israel y los Estados del Golfo, se han utilizado diversos
ardides propagandísticos que justifiquen otra violación flagrante de la
soberanía de un país tras la exitosa destrucción de los
gobiernos laicos de Iraq y Libia.
El contexto más amplio: la agresión en serie
La
actual campaña occidental contra el régimen independiente de al-Assad
en Siria forma parte de una serie de ataques contra los movimientos pro
democracia y contra los regímenes independientes desde el Norte de
África hasta el Golfo Pérsico. La respuesta imperial-militarista al
movimiento democrático egipcio que derrocó a la dictadura de Mubarak ha
sido respaldar la toma de poder de la Junta militar y la campaña
criminal de
encarcelar, torturar y asesinar a más de 10.000 manifestantes a favor
de la democratización.
Enfrentados
a movimientos populares democráticos similares en el mundo árabe, los
dictadores autocráticos del Golfo apoyados por Occidente aplastaron sus
respectivos levantamientos en Bahréin, Yemen y Arabia Saudí. La agresión
se extendió al gobierno laico de Libia, donde potencias de la OTAN
lanzaron un bombardeo aéreo y marítimo masivo en apoyo de las bandas
armadas de mercenarios destruyendo con ello la economía y la sociedad
civil de Libia. El despliegue de mercenarios mafiosos armados condujo a
un ataque despiadado contra la vida urbana en Libia y a la devastación
del campo. Las potencias de la OTAN eliminaron al régimen laico del
coronel Gaddafi, y a
él mismo asesinándolo y mutilándolo sus mercenarios. La OTAN supervisó
las heridas, el encarcelamiento, la tortura y la eliminación de decenas
de miles de civiles partidarios de Gaddafi y funcionarios del gobierno.
La OTAN respaldó al régimen títere cuando éste se embarcó en un
sangriento pogromo contra ciudadanos libios de ascendencia
africano-subsahariana, así como contra trabajadores inmigrantes
africano-subsaharianos — grupos que se habían beneficiado de los
generosos programas sociales de Gaddafi. La política imperial de
arruinar y gobernar en Libia sirve de “modelo” para Siria: crear las
condiciones para un levantamiento popular dirigido por los
fundamentalistas musulmanes, financiados y entrenados por mercenarios
occidentales y los Estados del Golfo.
El sangriento camino de Damasco a Teherán
De
acuerdo con el Departamento de Estado, el camino a Teherán pasa por
Damasco: el objetivo estratégico de la OTAN es destruir al principal
aliado de Irán en Oriente Próximo; para las monarquías absolutistas del
Golfo el propósito es reemplazar una república laica por una dictadura
teocrática vasalla; para el gobierno turco el propósito es fomentar un
régimen dócil a los dictados de la versión del capitalismo islámico de
Ankara; para al-Qaida y los aliados fundamentalistas salafistas y
wahabíes, un régimen teocrático suní despojado de sirios laicos, alawíes
y cristianos servirá como trampolín para proyectar poder en
el mundo islámico; y para Israel, una Siria ensangrentada y dividida
garantizará aún más su hegemonía regional. No fue sin previsión
profética que el sionista estadounidense por antonomasia, senador Joseph
Lieberman, exigiera días después del ataque de al-Qaida del 11-S de
2001: “Primero tenemos que ir a por Irán, Iraq y Siria” antes de
considerar quiénes eran los verdaderos autores de los hechos.
Las
fuerzas armadas anti-sirias reflejan una variedad de perspectivas
políticas en conflicto ligadas únicamente por su odio común al régimen
nacionalista, laico e independiente que ha gobernado la compleja y
multiétnica sociedad siria durante décadas. La guerra contra Siria es la
principal plataforma de lanzamiento para un resurgimiento del
militarismo occidental que se extienda desde el Norte de África hasta
el Golfo Pérsico, apoyada por una campaña sistemática de propaganda que
proclama la misión democrática, humanitaria y “civilizadora” de la OTAN
en nombre del pueblo sirio.
El camino a Damasco está lleno de mentiras
Un
análisis objetivo de la composición política y social de los
principales combatientes armados en Siria desmiente cualquier afirmación
de que el levantamiento persiga la democracia para el pueblo de ese
país. La
columna vertebral de la insurrección está integrada por combatientes
fundamentalistas autoritarios. Los propios Estados del Golfo que
financian a estos matones brutales son monarquías absolutistas. Tras
haber endosado un brutal régimen de gánsteres al pueblo de Libia,
Occidente no puede reclamar ninguna “intervención humanitaria”.
Los
grupos armados se infiltran en las ciudades y se sirven de los centros
de población como escudos desde los que lanzan sus ataques contra las
fuerzas del gobierno. En el proceso, expulsan a miles de ciudadanos de
sus hogares, tiendas y oficinas que utilizan como puestos militares
avanzados. La destrucción del barrio de Baba Amr en Homs es un caso
clásico de bandas armadas que utilizan a civiles como escudos y como
carne
de cañón para la propaganda en la demonización del gobierno.
Esos
mercenarios armados no tienen credibilidad nacional entre la masa del
pueblo sirio. Una de sus principales fábricas de propaganda se encuentra
en el corazón de Londres, el autodenominado “Observatorio Sirio de
Derechos Humanos”, desde donde se coordina estrechamente con los
servicios de inteligencia británicos produciendo historias espeluznantes
y atroces para agitar el sentimiento a favor de una intervención de la
OTAN. Los reyes y los emires de los Estados del Golfo proporcionan estos
combatientes. Turquía proporciona las bases militares y controla el
flujo transfronterizo de armas y el movimiento de los dirigentes del
llamado “Ejército Sirio Libre”. Estados Unidos, Francia e
Inglaterra ofrecen las armas, el entrenamiento y la cobertura
diplomática. Yihadistas fundamentalistas extranjeros, incluyendo
combatientes de al-Qaida en Libia, Iraq y Afganistán, han entrado en el
conflicto.
Esto
no es una “guerra civil”. Es un conflicto internacional que enfrenta a
una infame triple alianza de los imperialistas de la OTAN, los déspotas
de los Estados del Golfo y fundamentalistas musulmanes en contra de un
régimen nacionalista laico independiente. El origen extranjero de las
armas, de la maquinaria de propaganda y de los combatientes mercenarios
revela el siniestro carácter imperial y “multinacional” del conflicto.
En última instancia el violento levantamiento contra el Estado sirio
supone una campaña imperialista sistemática
para derrocar a un aliado de Irán, de Rusia y de China, aun a costa de
destruir la economía y la sociedad civil de Siria, de fragmentar el país
y de desencadenar prolongadas guerras sectarias de exterminio contra
las minorías alawíes y cristianas, así como contra los partidarios del
gobierno laico.
Los
asesinatos y la huida masiva de refugiados no son el resultado de la
violencia gratuita cometida por un Estado sirio sediento de sangre. Las
milicias respaldadas por Occidente han cercado barrios por la fuerza de
las armas, destruido oleoductos, saboteado el transporte y bombardeado
edificios gubernamentales. En el curso de sus ataques han desbaratado
servicios básicos esenciales para el pueblo sirio como la educación, el
acceso a la atención médica, la
seguridad, el agua, la electricidad y el transporte. Por lo tanto, en
ellos recae la mayor parte de la responsabilidad por esta “catástrofe
humanitaria” (de la que sus aliados imperiales y los funcionarios de la
ONU culpan a la seguridad y a las fuerzas armadas sirias). Las fuerzas
de seguridad sirias están combatiendo para preservar la independencia
nacional de un Estado laico, mientras que la oposición armada ejerce
violencia en nombre de sus amos extranjeros que le pagan desde
Washington, Riad, Tel Aviv, Ankara y Londres.
Conclusiones
El
referéndum al régimen de al-Assad el mes pasado atrajo a millones de
votantes sirios desafiando las amenazas imperialistas occidentales y los
llamamientos terroristas de boicot. Ello indica claramente que la
mayoría de los sirios prefieren una solución pacífica y negociada, y que
rechazan la violencia mercenaria. El "Consejo Nacional Sirio"
respaldado por Occidente y el “Ejército Sirio Libre” armado por Turquía y
por los Estados del Golfo han rechazado de plano los llamamientos de
Rusia y China para un diálogo abierto y negociaciones que el régimen de
al-Assad ha aceptado. La OTAN y las dictaduras de los Estados del Golfo
están empujando a sus representantes a luchar por un violento “cambio de
régimen”, una política que ya ha causado la muerte de miles de sirios.
Las sanciones económicas de Estados Unidos y Europa están diseñadas para
destruir la economía siria a la espera de que la
intensa
privación impulse a una población empobrecida a los brazos de sus
violentos subsidiarios. En una repetición del escenario de Libia, la
OTAN propone “liberar” al pueblo sirio destruyendo su economía, su
sociedad civil y su Estado laico.
Una
victoria militar occidental en Siria únicamente alimentará el creciente
frenesí del militarismo. Alentará a Occidente, a Riad y a Israel a
provocar una nueva guerra civil en Líbano. Después de destruir Siria, el
eje Washington-UE-Riad-Tel Aviv avanzará a una confrontación mucho más
sangrienta contra Irán.
La
horrible
destrucción de Iraq, seguida del colapso posbélico de Libia proporciona
un patrón aterrador de lo que le espera al pueblo sirio: un abrupto
desmoronamiento de su nivel de vida, la fragmentación de su país, la
depuración étnica, el gobierno sectario y fundamentalista de bandas
mafiosas y la inseguridad total de la vida y de la propiedad.
Al
igual que los “izquierdistas” y “progresistas” declararon que el brutal
ataque despiadado contra Libia era la “lucha revolucionaria de
demócratas insurgentes” alejándose después y lavándose las manos de la
sangrienta secuela que ha dejado la violencia étnica contra los libios
negros, repiten los mismos llamamientos a favor de una intervención
militar contra Siria. Los mismos liberales, progresistas,
socialistas y marxistas que están pidiendo a Occidente que intervenga
en la “crisis humanitaria” de Siria desde sus cafés y sus oficinas en
Manhattan y en París, perderán todo interés por la orgía sangrienta de
sus victoriosos mercenarios después de que Damasco, Alepo y otras
ciudades sirias hayan sido bombardeadas por la OTAN hasta la rendición.
Ultimo
libro de James Petras: La revuelta árabe y el contraataque imperialista
(en inglés), Clarity Press, Atlanta 2012, segunda edición.