“Luchar por la educación es luchar contra el capitalismo”, este es el mensaje que lleva una de las muchas mantas que adornan las suntuosas instalaciones de la Casa Central de la Universidad de Chile hace casi siete meses. Si bien se considera que el movimiento estudiantil perdió fuerza en los últimos meses, una declaración oficial emitida el 28 de noviembre afirma que la Casa Central sigue tomada, y aclara que lo que allí existe es un proceso autónomo y horizontal: “ No creemos en las jerarquías políticas, por lo que las decisiones del pleno de la federación no son legítimas para nuestro espacio”.
En ese espacio tomado—bastión de la resistencia estudiantil— se inauguró el 1 de diciembre, con un foro sobre los movimientos sociales, la “Primera Feria Latinoamericana del Libro Popular y Organizaciones Sociales: América Le Atina desde abajo ”. Con la participación de compañeros del Movimiento Popular la Dignidad (MPLD-Argentina), del Movimiento de Pobladores en Lucha (MPL-Chile) y el periodista uruguayo Raúl Zibechi, la primera mesa puso de relieve ejes claves del encuentro: la educación, la autogestión y el libro popular.
La feria fue convocada hace seis meses por una diversidad de colectivos, organizaciones y editoriales chilenas, casi en concurrencia con el estallido del movimiento estudiantil. Nadie podría haber anticipado lo que significaría este levantamiento juvenil. Ahora podemos ver que la construcción de espacios autónomos y autogestivos es una de las huellas más profundas que deja este movimiento de movimientos que ha logrado sacudir y transformar las relaciones de poder imperantes en Chile desde el 11 de septiembre de 1973.
Calle República 517: así se anunció la dirección donde se llevaría a cabo la feria. Esta dirección, y dos vecinas, República 550 y 580, son sitios de un gran valor simbólico en la memoria colectiva chilena: todos fueron centros de tortura. Aunque estas casonas han sido resignificadas —una como universidad, otra como centro social ocupado— el legado de Pinochet siguió infectándolas aun después de la dictadura: a la universidad con el virus de las reformas educativas neoliberales, y al centro ocupado con la represión policial y posterior desalojo en 2009. Pero en esta ocasión, llegaron a la feria vecinos del Barrio República expresando la felicidad que sentían al ver la calle repleta de familias y jóvenes, de música y libros. Y contaron que era el primer evento público en esa calle desde el 1 de mayo de 1973. Así fue que la consigna lanzada por los organizadores de la feria se hizo carne: “A la calle no hay quien la calle”.
La feria, como lugar de encuentro popular transversal, fue una experiencia de recuperación del espacio público y de creación de una zona temporalmente autónoma. Allí se dieron cita proyectos autogestivos de vivienda, salud, educación, arte y, por supuesto, edición, provenientes de Chile, Argentina, Perú, Bolivia, y México. “La autogestión es el redibujamiento de las relaciones de poder, para la construcción de una sociedad radicalmente democrática”, dijo Henry Renna del MPL, aclarando que considera que todo ejercicio autogestionario es una experiencia de educación popular. La feria se volvió un crisol de movimientos políticos, reflejando una visión más integral de lo que es la autogestión.
En tanto feria de libros, el evento logró visibilizar el trabajo colectivo de lo que Zibechi llamó la “reconstrucción del imaginario revolucionario desde abajo”, que se está haciendo en base a nuestras realidades, y no a teorías revolucionarias de otros momentos. Los libros que circularon en la feria son libros muy otros: tanto por su producción, su contenido, su forma y su valor, factor importante en Chile, dados los elevados precios en las librerías. Esos libros son el reflejo de procesos colectivos de construcción de relaciones sociales distintas de las que existen en el mercado, la academia y el estado, y de las que desde esos espacios se imponen.
La historia de uno de los organizadores de la feria —la Editorial Quimantú— es clave para entender la regeneración, y reinvención, política y social que florece hoy en Chile. La Editora Nacional Quimantú de la Unidad Popular, fundada en 1971, nació con una toma de la Editorial Zig-Zag por parte de los trabajadores, quienes proclamaron que el trabajo editorial tenía que ser parte de un proyecto social. La Quimantú, con tiradas masivas, llegó a ser una de las editoriales más importantes del continente, y un elemento importante del proceso emancipador de Salvador Allende. Mario Ramos, miembro de la nueva Quimantú, explicó que con el golpe esta editorial “terminó en llamas, terminó en cenizas… pero como las cenizas renacen, nosotros la retomamos y ahora tenemos una editorial Quimantú de esta época”.
La política editorial de la nueva Quimantú autónoma apuesta a la creación de libros como herramientas para la politización de lo social y la socialización de lo político. Lucía Paz, diseñadora de la Quimantú, afirmó: “ para nosotros el libro no es una mercancía; es una necesidad del pueblo”. El libro popular que se pensó, se construyó y se compartió en este encuentro es fiel reflejo de las palabras de los compañeros de la Quimantú: “todavía hay un Chile —y una América— que se construye a pulso”.
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* Magalí Rabasa es integrante del colectivo Bajo Tierra Ediciones y estudiante de doctorado en la Universidad de California-Davis.