Aporte para el debate político de la izquierda de intención revolucionaria y el movimiento estudiantil y popular.
Las recientes movilizaciones estudiantiles no sólo han removido las energías creativas de múltiples jóvenes y ha sacudido el letargo que por décadas pesó sobre el movimiento popular en su conjunto. También instala en el sentido común la necesidad de modificar el modelo de dominación y posiciona a la protesta social como la herramienta histórica de la clase trabajadora y los sectores populares por conseguir sus legítimas aspiraciones. Atendiendo a como dicho proceso constituye o no un avance para todos los que apostamos a reconstituir una alternativa revolucionaria desde el movimiento popular, que nos permita avanzar hacia una transformación radical de la estructura política, social y económica en la que estamos insertos, como organización hoy vemos la necesidad de que los distintos sectores de izquierda revolucionaria en Chile fomenten el debate político y apuesten por la unidad de los revolucionarios en la construcción de un proyecto popular. Con el objetivo de ser un aporte a esa necesidad hoy vigente, queremos compartir nuestra lectura, balance y proyecciones de la coyuntura actual.
1.-El desarrollo del conflicto y la conducción política del movimiento
El desarrollo del conflicto estudiantil iniciado en mayo surgió con una tibia instalación del conflicto educativo por parte de la Confech y por una nula respuesta por parte del Gobierno, que durante los primeros meses apostó a desconocer la situación de crisis en la educación, desmovilizar al movimiento acusándolo de ideologizados, reprimiéndolo duramente y apostando a liderar el proceso de reforma con pomposos anuncios en materia educativa que en los sustantivo no daban respuesta a las demandas estudiantiles. Ante ese escenario, el movimiento apuesta a la movilización directa a través de la toma de liceos y universidades, novedosas formas de protesta y marchas nacionales que desde el 14 de junio comenzaron a copar las calles masivamente (200.000 manifestantes solo en Santiago y 500.000 a nivel nacional).
Ante dicha situación, en primera instancia el Gobierno comenzó a ser cercado puesto que el movimiento estudiantil se radicalizó en la profundidad de sus demandas como en sus formas de movilización, concitó amplio apoyo por parte de la sociedad (80% según las encuestas) e instaló el tema del fin del lucro, la gratuidad y el endeudamiento con fuerza en el sentido común de millones de chilenos, víctima de los estragos del modelo neoliberal de educación basado en la privatización, en el endeudamiento familiar y la focalización de las ayudas estudiantiles a través del sector financiero en los sectores populares.
En un segundo momento, el movimiento estudiantil comenzó a constituirse como un movimiento de masas que superó los límites sectoriales (lo estrictamente educativo) y comenzó a instalarse como un movimiento social transversal expresado en el amplio apoyo social concitado. Esto en la medida que sus objetivos no sólo se direccionaron al aparato ejecutivo, sino que a los fundamentos de reproductibilidad del modelo neoliberal a través de las exigencias de la re-nacionalización de los recursos naturales, la reforma tributaria y la modificación constitucional al derecho a la educación, lo que permitió tensionar la institucionalidad vigente (la constitución y el sistema democrático) y, a su vez, profundizar la deslegitimación del modelo de dominación neoliberal, sus aparatos hegemónicos y la clase política en su conjunto. Sin embargo y a pesar de este escenario favorable, la presencia de contradicciones políticas internas en el movimiento en su conjunto, la hegemonía del reformismo en la dirección política del conflicto y la dispersión política y orgánica de las fuerzas revolucionarias, impidió pese a los distintos intentos de coordinación política, una disputa de la hegeonía y de la conducción del movimiento. Esto queda expresado con fuerza en el Confech en las que la presencia de la Izquierda de Intención Revolucionaria pese a constituirse en mayoría numérica, no pudo traducirse en una fuerza significativa.
El conflicto no se hizo esperar y esto gatilló la salida del ex ministro de educación Joaquín Lavín, el cuestionamiento a la estrategia del gobierno de Piñera de imponer el modelo de gestión empresarial a los asuntos políticos, mediáticamente conocido como el “gobierno de los mejores” (gobiernos de los tecnócratas) y un nuevo anuncio presidencial (El nuevo G.A.N.E.). Pese a aquello, el movimiento no se da por vencido y se moviliza nuevamente suscitándose el llamado a movilización del 4 de agosto que recorrió la prensa internacional conocido como el “4-A o invierno chileno”, que debido a la prohibición de marchar y la represión policial ordenadas por el Ministerio del Interior, concluyó en una jornada de violentas protestas que copó con cacerolazos y barricadas todo el centro de Santiago junto a otras siete comunas, arrojando como balance millonarias pérdidas y la quema de la multitienda La Polar, anticipando un nuevo periodo en la movilización de masas. Escenario que se repitió a lo largo del país.
El conflicto estudiantil tras la paralización del 24 y 25 de agosto convocada por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la muerte de Manuel Gutiérrez, la permanencia de la masividad en las calles y la intransigencia de los estudiantes apostó a instalar un escenario de conflictividad directa entre el ejecutivo y el movimiento social. Ante ese escenario y la persistencia y agudización de la protesta social, el ejecutivo finalmente cede y pese a la molestia del ministro de educación Bulnes, Piñera cita a una mesa de diálogo el 2 de septiembre para comenzar a destrabar el conflicto.
Cabe destacar que es la primera vez desde la vuelta de la democracia que un movimiento social a través de la movilización directa logra sentarse a dialogar con el Presidente, el ministro de Hacienda y el de Educación. Sin embargo, las tensiones internas del movimiento favorecieron la pérdida de iniciativa política, desviando el foco de lo reivindicativo (demandas centrales y pisos mínimos de negociación) a condiciones mínimas para un diálogo (actas públicas de las negociaciones, detener la agenda legislativa, poner fin efectivo al lucro y tratar la gratuidad), perdiendo fuerza interna, desapareciendo en las semanas del 2 al 20 de septiembre de la opinión pública, desgastándose y terminando presionado por el cierre de semestre y el temor a la pérdida de los beneficios estudiantiles. En ese momento, el reflujo claramente comenzó.
Ante aquel retroceso, el Ejecutivo tomó la iniciativa y diseñó una mesa de negociación para que se quebrara culpabilizando a los sectores intransigentes del movimiento, y generando un nuevo escenario propicio para re-tomar la iniciativa política al trasladar el conflicto estudiantil al parlamento, convocar una mesa de expertos y apostar a desmoralizar al movimiento con la vuelta de clase.
Si bien el movimiento social por su parte avnazó en ampliar sus bases de apoyo social, teórico y político convocando a intelectuales y desarrollando programas políticos más claros y propuestas técnicas que sustentan las posiciones del movimiento, no pudo traducir su apoyo social y su fuerza en las calles en una alternativa de poder contra hegemónica que efectivamente tensionase las relaciones de poder y, ante aquella planificación de escenario y la ausencia de una alternativa política anticapitalista eficaz y que puediese disputar la hegemonía y la conducción política, el peso del reformismo se tradujo en que el movimiento terminó apostando por buscar consenso en el bloque de poder para frenar momentáneamente la agenda neoliberal en el parlamento. Esto en la medida que el reformismo y el progresismo se instalaron como los pivotes del movimiento social en el parlamento que les permitía influir a través de la izquierda de la Concertación para la búsqueda de una salida de consenso y que, a nivel social, puediese presentarse como un avance significativo en el objetivo político del movimiento; a la vez que permitir re-posicionar a la “Concertación Ampliada” como alternativa política que condujese el malestar de amplios sectores sociales. Apuesta instrumental que en particular para el PC permitía acumular capital político para ulteriores negociaciones electorales y avanzar en la construcción de su objetivo de periodo de constituir un Frente Amplio de Oposición a la derecha; y, por otra parte, negocio redondo que permitía proyectar la conflictividad social hacia los canales institucionales del aparato del Estado, legitimándolo como el espacio de resolución político de los conflictos sociales y que a la vez permite la justificación de la apuesta democrático burguesa de la contradicción democracia versus neoliberalismo.
Uno de los aspectos importantes de relevar frente a esta coyuntura es que el conflicto no concluyó y que ningún hito institucional pudo cerrar el proceso del conflicto dinamizado este año por el movimiento estudiantil, lo que en terminos de acumulación, disputa y proyección de fuerza política y social genera un escenario en el que la disputa de las distintas federaciones estudiantiles se constituyen como un hito estratégico en el proceso de rearme de un movimiento estudiantil revolucionario, popular y anticapitalista vinculado al movimiento popular. Por los siguientes motivos.
Ante la deslegitimación del aparato estatal y de la clase política que lo conduce políticamente se viene produciendo una considerable pérdida de base social de apoyo, por lo cual, una tarea prioritaria tanto para la Concertación, la derecha y el progresismo es re-insertarse en los principales referentes de masas. Tanto para la derecha como para la Concertación, esta necesidad quedó en evidencia en la actual coyuntura ante la imposibilidad de operar en el movimiento estudiantil.
Para el reformismo y el progresismo esta oportunidad representa la posibilidad de acumular capital político que les permita desplegar su apuesta de periodo (democratización del aparato estatal y políticas redistributivas) a través de tensionar a la Concertación para la constitución de un nuevo referente político, en el contexto de una agenda nacional marcada por las elecciones municipales y las presidenciales. Y esta maniobra es bien leida por la izquierda de la Concertación ( PPD, PS y PRSD) quienes comparten la apuesta del PC por constituir un nuevo referente con la inclusión del MAS, el PRO y el Maiz.
Sin embargo, las fuerzas de intención revolucionaria este año dejaron evidencia la falta de una perspectiva política clara que se tradujera en un despliegue militante que suparase la inserción local y que se instalase como alternativa nacional y desarrollase una apuesta de convergencia y unidad. En el caso de la Chile esto queda en evidencia y las críticas levantadas por ciertos sectores de izquierda a la construcción del espacioLuchar, dejó en evidencia la ausencia de argumentos políticos en el debate en desmedro de posiciones localistas y sectarias.
Como organización, considaramos que este año la izquierda revolucionara ha avanzado considerablemente y que su tarea es consolidar los aspectos estratégicos en el movimiento estudiantil. En ese sentido queremos explicitar nuestras apuestas y sus argumentos políticos para las fuerzas revolucionarias.
2.- avances y perspectivas para el movimiento estudiantil.
El primero de los aspectos a relevar es el marco reivindicativo instalado a nivel social, que sobrepasó con creces las tibias y ambiguas consignas con las que el reformismo intentó inicialmente dinamizar el conflicto, lo cual nos habla de un avance en lo programático, en la medida que se abandona finalmente la lógica de resistencia a la privatización de la educación como eje orientador de las luchas reivindicativas y se instala en su reemplazo una serie de ideas fuerza –educación como derecho social, gratuidad, fin al lucro, participación democrática de las comunidades educativas- que, que si bien se levantan como demandas atribuibles a una clase media descontenta y difícilmente toman un tinte clasista, configuran en forma incipiente un nuevo paradigma educacional que entra en franca contradicción con el modelo impuesto en dictadura. Tales consignas movilizadoras empalmaron con el sentido común de amplios sectores de la población, permitiendo al movimiento estudiantil actuar como dinamizador de un descontento social incipiente, inorgánico, visceral, expresado no solamente a través de las movilizaciones estudiantiles, sino también en la pérdida de legitimidad de la clase política y sus instituciones en un contexto a nivel mundial marcado por un deterioro del modelo neoliberal tanto en su estructura económica-financiera, como también en su capacidad política para destrabar los conflictos sociales que genera. El bloque dominante así también lo ha entendido, por lo que pese a sus contradicciones internas, se prepara para cerrar filas e impulsar una batería de reformas –entre las que se encuentran la reforma tributaria y los eventuales cambios al binominal- que le permita inyectar aires frescos a un modelo agotado y desacreditado.
En cuanto a la masividad, resulta relevante no solamente las altas convocatorias callejeras que alcanzaron las movilizaciones llamadas por la Confech, sino también, la irrupción de nuevos actores por fuera de los círculos tradicionales del movimiento estudiantil. Los estudiantes de universidades privadas, CFT’s, liceos técnicos, aparecen en el ciclo de luchas recientes del movimiento estudiantil para las protestas del 2006. Sin embargo, es a partir del actual proceso de movilizaciones en el que alcanzan mayor notoriedad y niveles de organización, demostrados en el ingreso de la Universidad Central a la Confech y la participación activa de varias universidades privadas en las convocatorias a movilización, el fortalecimiento de la orgánica aglutinadora de los liceos técnicos profesionales y los embrionarios espacios de articulación al interior del Inacap. La mayor participación de estos actores, fue acompañada también por el fortalecimiento de los espacios tradicionales de organización en las universidades del Cruch. Frente a la notoria pérdida de relevancia de las federaciones estudiantiles en el período 2006-2009, la Confech vuelve a instalarse como el actor estudiantil con mayor capacidad movilizadora e incidencia en el debate público.
Otro elemento interesante a lo largo de estos meses, fue la irrupción de organizaciones territoriales que aglutinaron en forma embrionaria, a diversos actores del campo popular. Si bien hoy en día, dichos espacios se sostienen en su gran mayoría por el activo político, además de rescatar la experiencia acumulada a la interna para todos los sectores que impulsamos y participamos de tales instancias, las asambleas territoriales se han ganado un espacio en la subjetividad de los sectores movilizados que les da la potencialidad de constituirse en reales embriones de poder popular en el futuro cercano, de cara a los procesos de lucha por venir, en la medida que los referentes que actualmente siguen en pie logren extender su base de apoyo social, adopten dinámicas de trabajo que le permitan sostener el período de reflujo y empiecen a construir sus propias propuestas reivindicativas y programáticas que se hagan cargo de sus problemáticas locales.
Sin embargo, pese a lo desarrollado hasta aquí y de cara al momento por el que actualmente pasa el conflicto, nuevamente quedan en evidencia las limitaciones que atraviesan al movimiento estudiantil y al campo popular en su conjunto.
La fragmentación del tejido social, que si bien se expresa dentro de los espacios educacionales, es más notoria fuera de estos, impidieron que el apoyo de amplios sectores de la población a las demandas estudiantiles se constituyera en fuerza social organizada que permitiera alterar las correlaciones de fuerza a favor del movimiento estudiantil, dentro de un conflicto trascendental para el bloque dominante. Las bajas tasas de sindicalización, la flexibilización laboral, la fragmentación de los procesos productivos y el rol del sindicalismo conciliador de clases protagonizado por la CUT en las últimas décadas, son algunos de los elementos a considerar en este punto.
Así también, la despolitización y ausencia de claridades políticas siguen pesando al interior del movimiento estudiantil. El desgaste evidenciado en estas últimas semanas, acelerado previamente por la pérdida del foco en las discusiones de los espacios locales, absorbidos por las implicancias de una eventual pérdida del año académico, dejaron la puerta abierta para que el bloque dominante tomara nuevamente la iniciativa política, sacando la discusión de las calles para llevarla a los seguros caminos de la institucionalidad en el marco del Congreso, con las contradicciones secundarias de las fuerzas políticas ahí representadas como telón de fondo. Es en este momento también donde pesa con más fuerza la hegemonía relativa del reformismo en los espacios de conducción del movimiento estudiantil, en la medida que nuevamente utilizan como moneda de cambio al movimiento social para demostrar sus capacidades de maniobra al bloque dominante, dando señales de niños buenos en pos de consolidar sus posiciones dentro de los espacios institucionales de la política burguesa. Por su parte, las variables ciudadanistas del reformismo, sin la estructura que le permita materializar sus intenciones de adentrarse en los mismos caminos que su homólogo del PC, se preocuparon a lo largo del proceso de crear falsas expectativas democratizadoras a través de herramientas que de llegar a implementarse en el marco actual de correlación de fuerzas, servirían de válvula de escape para el alicaído sistema democrático burgués.
Todo lo anterior determina que pese a los alcances históricos del actual proceso, es claro que las principales reivindicaciones del movimiento estudiantil no se materializarán en el corto plazo. En este punto, si bien quedan múltiples aristas del proceso no abordadas en este analisis, con los elementos hasta aquí explicados, como Organización nos permitimos caracterizar el actual proceso como un avance en el camino de la construcción de una alternativa popular, revolucionaria y anticapitalista. Sin embargo, dicho avance se sustenta actualmente sobre bases frágiles, por lo que le corresponde a la Izquierda de Intención Revolucionaria en su conjunto, articularse e implementar las políticas necesarias que nos permitan acumular y profundizar lo avanzado a la vez que proyectamos y anticipamos nuevos procesos de movilización.
3.-De la derrota táctica a la victoria estratégica.
Es evidente que estamos frente a una derrota táctica del movimiento estudiantil, marcada no tanto por el resultado final de la discusión presupuestaria, predecible de acuerdo al rol histórico jugado por las expresiones políticas del bloque dominante en el parlamento, sino por la imposibilidad de concretar ciertos puntos mínimos de nuestro petitorio que nos permitieran infringir golpes certeros al modelo educativo actual. Asumiendo esta derrota táctica, desde el FEL creemos que es posible acumular fuerzas y avanzar, si avocamos nuestras energías en los siguientes niveles de trabajo.
1) De la consigna a la discusión y construcción de Proyecto Educativo.
Considerando la despolitización predominante arraigada por largos años en las filas del movimiento estudiantil, existe el riesgo potencial de que las ideas fuerza que constituyeron la matriz movilizadora de este proceso, se conviertan en meras consignas sin mayor contenido. Nuestra apuesta al respecto pasa por profundizar dichas ideas, articulándolas en torno a la necesidad de construir desde el seno del campo popular, un Proyecto Educativo que tensione y se contraponga al modelo educativo de la burguesía, instalando como eje orientador de dicho proyecto, la construcción de un sistema educacional que en sus distintos niveles esté orientado a satisfacer las necesidades del campo popular. Entendiendo que los puntos fundamentales de dicho proyecto no serán ganables sin dañar al modelo neoliberal en su conjunto, avanzar en la construcción de Proyecto Educativo nos permite no solamente dotar de coherencia al marco reivindicativo surgido desde los espacios educacionales, sino también, en la medida que se instala la discusión en torno a qué proyecto de sociedad a construir es coherente con el modelo educacional al que aspiramos, se profundiza la crítica al sistema en su conjunto, contribuyendo desde el movimiento estudiantil a dotar de contenido el incipiente descontento social esbozado en amplios sectores de la población.
En términos más concretos, lo anterior pasa por crear, profundizar y sistematizar, espacios de encuentro y convergencia de base entre los distintos actores que componen el fragmentado movimiento popular en Chile, en donde se dinamice y de forma a la discusión de proyecto educacional, aterrizándola en sus aspectos reivindicativos, programáticos y técnicos, a través de un proceso de discusión inclusivo, amplio, articulado territorialmente a nivel nacional, en el que las organizaciones sociales sean las protagonistas, donde se favorezcan los consensos generales que nos permitan avanzar desde el movimiento popular, en definir las principales orientaciones estratégicas que un modelo educativo al servicio del pueblo debiese tener. En esta línea, la construcción del Congreso Social por un Proyecto Educativo hoy cumple una función estratégica y nuestra tarea es potenciarlo como el espacio nacional de construcción de un Proyecto Educativo emanado desde la experiencia de movilización y reflexión de la clase trabajadora y los sectores populares.
Llevar a buen puerto este proceso de reflexión colectiva, nos permitirá contribuir a la recomposición del tejido social en el marco de una estrategia de construcción de Poder Popular, en la que el pueblo avanza tanto en el control de aspectos fundamentales de su existencia –en este caso, la Educación- como también en la articulación de fuerza social organizada con capacidad de disputar al mediano plazo tras la construcción de una “matriz político social” como apuesta de poder y al calor de la lucha, las princcipales reivindicaciones no concretadas en el actual proceso de movilización.
2) Un conflicto que sigue abierto.
Ni siquiera la Concertación o el Cruch confían en que los exiguos resultados conseguidos tras meses de movilizaciones logren descomprimir el conflicto educacional. Y si bien en materia presupuestaria finalmente se impuso la agenda inicial del Gobierno, marcada principalmente por la profundización de una lógica de financiamiento basada en la competencia entre instituciones y la apertura de recursos frescos que no discriminan según la propiedad de cada establecimiento, aún quedan hilos sueltos que la clase política se apresurará en amarrar. La comisión de “expertos” que continúa trabajando la temática del financiamiento y los proyectos de Ley que abordarán la desmunicipalización, la creación de la Superintendencia de Educación o el Fondo Permanente de Educación, son algunos de los flancos abiertos desde el bloque dominante, en los que no podemos esperar otra cosa que no sea la profundización del proyecto educativo de la burguesía.
Teniendo en claro lo anterior, se vuelve fundamental instalar socialmente que esta pelea es de largo aliento y que no habrá triunfos consistentes hasta que no se altere la correlación de fuerzas actualmente desfavorable para el movimiento popular. De ahí que nuevamente, sea necesario instalar en nuestros espacios de base –teniendo claro los “tiempos” propios del movimiento estudiantil- la discusión en torno a los aspectos reivindicativos a disputar en el corto plazo. En este punto es necesario considerar no solamente las iniciativas del Gobierno, sino también, nuestra propia agenda educativa construida a partir del reciente proceso de movilizaciones, haciéndonos cargo de los vacíos e inconsistencias de esta, evitando caer en las consignas sin contenido y retroalimentando este proceso a la interna del movimiento estudiantil, con espacios de convergencia de base multisectorial en donde se profundice la construcción de Proyecto Educativo.
Por otro lado, a nivel de local, lo prioritario será abrir espacios en los cuales disputar la orientación del conocimiento, apostando a la democratización del gobierno universitario, profundizando las actuales alternativas que pretenden alterar la dinámica de acceso, incidiendo en los procesos abiertos de innovación curricular, instalando criterios para la asignación del presupuesto interno, entre otros niveles en los que debemos incidir, intentando plasmar desde ya algunas de las orientaciones programáticas que atraviesan nuestros marcos reivindicativos, buscando vincular la lucha a nivel nacional con avances concretos que nos permitan tensionar a la interna nuestra propia estructura universitaria.
3) Fortalecer nuestros propios espacios de organización.
Este punto es trascendental en dos niveles. Primero, es necesario crear y potenciar espacios de organización a nivel local en los cuales se dinamice, se articule y se oriente en función de líneas políticas comunes y transversales, el trabajo cotidiano de base, buscando no solamente contribuir a las tareas de organización y politización permanentes, sino también, blindar espacios de base que nos permitan contener un eventual y transitorio reflujo. Las alternativas al respecto son múltiples, siendo lo prioritario consolidar y vincular entre sí, las instancias de articulación y trabajo concreto surgidas al calor de la movilización.
Por otra parte, debemos hacernos cargo de la “cultura de participación política” que se ha ido abriendo camino a través de las luchas recientes protagonizadas por el movimiento estudiantil. Con lo anterior hacemos referencia a las lógicas horizontales de participación que hoy en día son predominantes en momentos de algidez al calor de la movilización. La desconfianza frente a los “dirigentes” y las estructuras partidarias tradicionales, la representatividad entendida como vocería de reflexiones colectivas y la asamblea como espacio soberano por excelencia, son algunos de los elementos que deben institucionalizarse al interior de cada instancia organizativa, especialmente en Centros de Estudiantes y Federaciones, apostando a que en las movilizaciones futuras sean efectivamente los estudiantes en lucha quienes conduzcan desde abajo los procesos. Lo anterior también incluye mantener ciertos niveles de flexibilidad, para que en momentos de “calma” y baja conflictividad, tales espacios resistan los menores niveles de participación, equilibrando lógicas horizontales con mecanismos claros para que las responsabilidades no se diluyan y las organizaciones sigan funcionando.
3) La izquierda de intención revolucionaria.
Hoy el objetivo de este sector es avanzar en consolidar los elementos esbozados anteriormente y proyectar la movilización en un proceso de rearme de las bases estratégicas del movimiento estudiantil y del movimiento popular. Si bien la mayoría de este sector está de acuerdo con este objetivo del periodo, una serie de problemáticas y lugares comunes dificultan la necesaria tarea de tender procesos de convergencia y coordinación efectivos de los revolucionarios en lo estudiantil.
3.1.-Dispersión política, el dogmatismo y el sectarismo.
Un amplio espectro de compañeros movilizados y comprometidos con la construcción del movimiento estudiantil que se auto-identifican con el amplio espectro de lo revolucionario y que reconocen la necesidad de la lucha política, lamentablemente dejan entrever una falta de formación política, ideológica y de experiencia en la lucha popular que en coyunturas críticas, juega en nuestra contra como movimiento. El peso de la discusión sobreideologizada plagada de lugares comunes como “reformismo”, “maquinero”, “lucha popular” y “centroizquierda” (por mencionar algunos) en última instancia termina traduciéndose en una conducta política en la que domina la dispersión, se pierde el foco de la relevancia, pesa el dogmatismo al momento de afrontar la contingencia, propiciando el sectarismo político, la dispersión de nuestras fuerzas, el aislamiento de nuestros mismos compañeros y la caricaturización del proyecto revolucionario como una alternativa política.
Una de las distorsiones crónicas dentro de este espectro es el peso del análisis formal de la realidad y la formulación política en base a experiencias históricas ajenas a nuestra realidad contingente, la falta de infraestructura en la implementación de las mismas y la ausencia de una autocrítica sobre los resultados e impactos que les permita reformular sus apuestas de manera crítica.
En este espectro de compañeros, es clásico oír justificar su ceguera política en críticas hacia otras expresiones políticas (“el reformismo”, la “centroizquierda”, el “autonomismo”,etc.), donde el supuesto “lugar” de ubicación de las fuerzas revolucionarias en relación a ellos mismos (siempre a la izquierda) y la correlación de fuerzas política, define el calificativo que simplifica toda expresión política y su apuesta de construcción a una clasificación en base a un análisis político formal de la realidad. Pero como todos sabemos, la realidad no vive en los libros, menos las respuestas políticas a problemáticas complejas y contingentes.
Este tipo de distorsiones son clásicas en grupos ideológicamente herméticos, renuentes a la crítica constante, históricamente marginados del espacio político y carentes de políticas de alianzas. Todo quien no piense y actúe como ellos es reformista, contrarrevolucionario y/o revisionista.
3.2.- Vanguardismo, aparatismo y radicalismo.
Por otra parte, otra de las problemáticas clásicas dentro de los revolucionarios es el peso del vanguardismo y el mecanicismo al momento de entender el poder. La apuesta clásica de este sector se sostiene en una doble premisa totalmente equivocada: a) primero, suponer que la conciencia del movimiento social es en sí misma radical y b) segundo, que si el movimiento no se radicaliza es por culpa de dirigentes y los burócratas que tiene capturada la efervescencia del movimiento. En este tipo de distorsiones es clásico oír “las bases no son representadas por los burócratas”, “las bases son radicales pero sus dirigentes reformistas”. La respuesta ante dicha problemática siempre es la misma: revocar las dirigencias reformistas y burocráticas y poner en su lugar a los verdaderos revolucionarios que podrán hacer triunfar el movimiento, como si los dirigentes en sí mismo serían los portadores del poder estudiantil.
Este tipo de lugar común desconoce la necesidad de construir la fuerza social y política necesaria para vencer y tender espacios de consolidación, que a través de un proceso de autoformación y de experiencia en la lucha, permite profundizar y politizar al movimiento social, dotándose de mayores niveles de conciencia política, claridades estratégicas y herramientas de poder efectivas (fuerza social más infraestructura organizacional).
Sin embargo, compañeros que reconocen este enclave estratégico y que su praxis política apunta en esa línea, por el peso del “aparatismo” también terminan autoexcluyéndose de los necesarios procesos de convergencia de los revolucionarios de clase. Quienes pecan de aparatistas tienden hacia la sobrevaloración de lo ideológico como condición de necesidad para la convergencia, por ende, apuestan a la conducción ideológica y política de los procesos de convergencia, encubriendo su vanguardismo en el peso de sus aparatos organizacionales como condición necesaria para la construcción de alianza política. Si ellos no tienen el control de la fuerza social siempre en disputa, terminan autoexcluyéndose, “volcándose a la problemática local”, resguardándose en la ficción del trabajo de base (a veces reconociéndose como los únicos detentores del trabajo de base cotidiano y sistemático) y auto-marginándose de la lucha política que las fuerzas de intención revolucionaria siempre tenemos que estar disputando.
El rol de la izquierda de intención revolucionaria hoy.
Los revolucionarios hoy tenemos que avanzar con los pies puestos en la tierra, el corazón en nuestros sueños y legítimas aspiraciones y con la cabeza con claridad en torno al momento político que hoy atravesamos, relevando la tarea de la convergencia política en los distintos espacios sociales en los que tenemos presencia y dando la disputa de la conducción y la hegemonía del movimiento allí donde las condiciones de fuerza social y los procesos de construcción de Poder Estudiantil y de alianzas así lo posibiliten. Tenemos que apostar a la construcción de políticas de alianza que nos permitan avanzar en lo programático para el movimiento en su conjunto, avanzando con unidad de clase en la heterogeneidad político/ideológica y construyendo apuestas de articulación intersectorial en las distintas franjas de pueblo movilizado. De esta manera, la posibilidad de construir un movimiento estudiantil articulado al movimiento popular, anticapitalista y revolucionario es una apuesta real que la izquierda revolucionaria hoy tiene que asumir como fundamental.
En el camino de la revolución Comunista Libertaria, construyendo desde abajo y con todos.
¡¡Arriba los y las que luchan!!
Frente de Estudiantes Libertarios
Diciembre, 2011.
Chile