miércoles, 8 de febrero de 2017

Cómo operó la "máquina" de la CUT para evitar el voto universal

Cómo operó la

Nos cambiaron el sistema ponderado del Congreso para impedir que el voto universal durante el 2017 fuera incorporado en el paquete de reformas al estatuto; se hizo votar a ciegas a todos los participantes, creyendo que aprobaban lo que habían discutido; ante la falta de quórum, apareció un estatuto distinto del que se conocía y que curiosamente rebajó los requisitos a mayoría simple; y el gran final, se nos entregó un texto a la medida de los operadores políticos de siempre –los del fraude electoral, los amigos del Gobierno–, donde el voto universal sigue siendo un ideal inalcanzable y las mismas dirigencias se perpetúan.



El Congreso tenía por objeto reformar los Estatutos de la Central para establecer un sistema eleccionario que estuviera exento de los vicios que propiciaron el fraude en las pasadas elecciones de directiva y, sin embargo, no estuvo libre de episodios cuestionables que nos dejan un sabor amargo.

En la primera parte del Congreso se debía debatir y resolver una a una las propuestas de modificación al Estatuto, aquellas que el mismo día viernes por la tarde serían sometidas en paquete a votación de aprobación o rechazo de reforma propiamente tal. Para adoptar acuerdos en esta etapa previa, el Estatuto de la CUT y el Reglamento del Congreso exigen mayoría simple y establecen que el voto de los delegados será siempre ponderado, y cuando no exista amplio consenso, la votación será además secreta. En tanto, de acuerdo a los estatutos publicados en la página de la CUT, para la aprobación de reforma se requiere un 3/5 de los votos ponderados.

Durante la etapa inicial, el voto universal –promesa incumplida por las dirigencias de la Central desde el 2008– fue el centro de la discusión y su incorporación como propuesta de reforma se aprobó por unanimidad. Sin embargo, la definición de “cuándo” implementarlo gatilló la controversia y el ruido que hasta hoy se siente en redes sociales.

Quienes defendíamos la realización de elecciones universales durante el 2017, lo hacíamos pensando en que ningún sistema distinto puede devolverles la credibilidad a dirigencias que han normalizado prácticas oscuras para mantenerse en el poder y que hoy aparecen rasgando vestiduras; que la única forma de legitimar alguna nueva conducción es mediante la participación de todos los trabajadores representados. Esta alternativa era abrazada por organizaciones como la Asociación Nacional de Empleados Fiscales (ANEF), la Confederación de Funcionarios de la Salud Municipalizada (CONFUSAM), la mayoría del Colegio de Profesores, la Federación Nacional de Profesionales Universitarios de los Servicios de Salud (FENPRUSS) y varios sectores del mundo privado. ¡Teníamos quórum para ganar el voto universal 2017, no éramos “disidencia” esta vez!

A su vez, quienes se oponían al voto universal hoy y preferían postergarlo para el 2020, lo hacían bajo los clásicos argumentos que se han escuchado por décadas: que los camioneros están en diversos lugares y no pueden votar, que los mineros no pueden bajar de la mina, quedando imposibilitados para el sufragio, que el voto no puede ser electrónico porque la clase trabajadora está digitalmente analfabetizada, y un largo etcétera. Contradictoriamente, todos ellos concordaban en que para el 2020 dichas condiciones no iban a ser un problema.

El cierre de las palabras lo tuvo la presidenta, Bárbara Figueroa. “Muchos quieren voto universal ahora, pero nadie hace una propuesta”, dijo Figueroa, desconociendo la alternativa presentada por quien suscribe estas líneas y su sector (un proceso electoral electrónico mixto, con posibilidad de votar remotamente y de manera presencial en locales de votación a lo largo de todo Chile). Lo cierto es que no hay nada que no debamos solucionar para los comicios supuestamente universales del 2020 que no hubiésemos podido resolver durante el 2017, si existiese la voluntad política.

Luego de 2,5 horas de intenso debate y un indiscutible nivel de disenso en torno al año en que debía implementarse el voto universal, el secretario de Organización procedió a definir la controversia a mano alzada y sin ponderado alguno, pese a nuestros reparos y los de varias compañeras de la ANEF. Es decir, se contravinieron expresamente las normas de votación, implementando “un delegado, un voto”, con el objeto de asegurar una mayoría relativa a quienes querían posponer el voto universal para el año 2020 (tenían más delegados, pero que representaban muchos menos trabajadores). Gracias a ello, por 209 votos contra 144 ganó la idea de postergar para 3 años más la democratización universal de la Central (o eso creíamos). Si se hubiera respetado el Estatuto, habríamos tenido voto universal este año.

Por supuesto, nos quejamos sobre esta irregularidad el mismo 27 de enero, pero se ignoró el reclamo. De hecho, las propuestas restantes se resolvieron todas a mano alzada y sin debate alguno. Nos volvimos a quejar el día 28, pero el reclamo tampoco fue atendido.

Con las propuestas de reforma zanjadas de esta manera, minutos después, pasadas las 22 horas, se llevó a cabo la votación de reforma de estatutos, esta vez en votación secreta y ante Ministro de Fe. Pero se votaba por el “paquete completo”, aprobación o rechazo; no había término medio. Por eso defiendo la decisión de todos aquellos que se abstuvieron de votar, por considerar que avalaban un paquete de reformas cuya discusión fue ilegítimamente direccionada para obtener el resultado que las actuales dirigencias esperaban ante el próximo escenario presidencial (una CUT afín al bloque de la Nueva Mayoría). El 37,1% de los delegados acreditados se negó a participar de la votación, equivalente a un 44% de los votos ponderados.

Este alto nivel de abstención es relevante, ya que significa que tampoco se alcanzó el quórum de 3/5 de los votos ponderados que todos creíamos necesarios para aprobar la modificación de Estatutos. Sin embargo, al día siguiente, sábado 28 de enero, la reforma se dio por aprobada. ¿Cómo es eso posible? En pleno Congreso se nos informó que los estatutos que los presentes conocíamos y que estaban publicados en la página web de la CUT eran distintos a los que estaban depositados en la Dirección del Trabajo, y estos últimos permitirían reformar los Estatutos por un quórum inferior.

¿La guinda de la torta? Ninguno de los asistentes votó conociendo la redacción de los estatutos. En efecto, al momento de iniciarse la votación de reforma –tan solo minutos después que se zanjaran las propuestas– no había minuta de modificaciones al estatuto y no existían copias para revisar el contenido, ¿todo ello avalado por un Inspector del Trabajo? Gracias a ello, nos enteramos este viernes 3 de febrero, cuando los estatutos aparecieron publicados en la página de la CUT, que el nuevo documento no garantiza la elección universal para el 2020, apenas se limita a establecer la creación de una “Comisión para la Elección Directa”, cuya obligación será emitir un informe técnico para la implementación de comicios universales que podrá ser aprobado o rechazado (artículo 42). Esta cláusula jamás fue discutida ni aprobada.

Un resumen digno de las mejores películas conspirativas: nos cambiaron el sistema ponderado del Congreso para impedir que el voto universal durante el 2017 fuera incorporado en el paquete de reformas al estatuto; se hizo votar a ciegas a todos los participantes, creyendo que aprobaban lo que habían discutido; ante la falta de quórum, apareció un estatuto distinto del que se conocía y que curiosamente rebajó los requisitos a mayoría simple; y el gran final, se nos entregó un texto a la medida de los operadores políticos de siempre –los del fraude electoral, los amigos del Gobierno–, donde el voto universal sigue siendo un ideal inalcanzable y las mismas dirigencias se perpetúan.

La máquina CUT nos pasó por encima; y no solo a nosotros, sino a todos los trabajadores de Chile.