domingo, 15 de junio de 2014

Seguimos en la senda de quienes entragaron su vida


Compañeros y compañeras asesinados en la Operación Albania, presentes...

 La Operación Albania:LA GÉNESIS DE UNA MATANZA

Entre el 15 y la madrugada del 16 de junio de 1987, doce miembros del FPMR murieron acribillados a manos de agentes de la CNI, en lo que pasó a ser uno de los operativos antisubversivos más oscuros del régimen militar, conocido como la “Operación Albania”.

El germen de la “Operación Albania” radicó en la preocupación que anidaba en las filas de los aparatos de seguridad tras el atentado a Pinochet y en el cada vez más consistente trabajo de seguimiento que tenía ubicada a buena parte de la plana mayor del FPMR en Santiago, hacia comienzos del año 87.

A comienzos de junio de ese año, Álvaro Corbalán, jefe del estamento operativo de la CNI, recibió una información que fue clave para lo que siguió. El oficial a cargo de la Brigada Verde encargada de neutralizar al Frente Patriótico, Krantz Bauer dio cuenta de que había una concentración inusitada de frentistas en Santiago.



En esos días, la Dirección Nacional del FPMR había fijado una importante reunión de sus máximos líderes. Tal era la oportunidad que habría estado esperando la CNI para atrapar a la mayor cantidad de líderes del Frente de una sola vez. La idea era darle un golpe mortal al FPMR, de tal naturaleza que ya no pudiera volver a levantarse.

De acuerdo con antecedentes del proceso, el operativo partió en la oficina de Bauer, que se percató de la extraña efervescencia que se vivía entonces en las filas del grupo, situación que informó a sus superiores. En su calidad de analista de inteligencia, Bauer creía poseer un completo panorama de la organización izquierdista. De hecho, sus hombres habían logrado identificar al menos a dos de los seis miembros de la Dirección Nacional del Frente.

“Llegué a tener una información de aproximadamente quinientos componentes profesionales del Frente Manuel Rodríguez en Santiago, lo que estimé que era mucha gente y que ese movimiento nos podía indicar la preparación para una actividad que podría ser de graves consecuencias para el país”, declaró Bauer en el proceso.

Gran parte de los datos de la CNI llegaban gracias a la información obtenida tras los fracasos de la internación de armas en Carrizal Bajo y el atentado a Pinochet en el Cajón del Maipo, ocurridas meses antes, operaciones en las que decenas de frentistas y militantes del PC cayeron detenidos. Además, de acuerdo con una versión extendida posteriormente entre los familiares de las víctimas de la Operación Albania, uno de los apresados, mas algunos infiltrados, habrían pasado a colaborar con la CNI.

La cúpula del Frente había comenzado entonces un trabajo de contrainteligencia para detectar a los infiltrados. En enero de 1987, ya figuraba en la tabla de una de las reuniones de la Dirección Nacional el punto que ellos mismos calificaron como “infiltración”.

En marzo de 1987, tres altos dirigentes frentistas se reunieron en una casa de seguridad en Santiago, con el fin de analizar detalladamente los videos grabados de los actos y reuniones realizados por el FPMR en esos meses. Con lápiz y papel en mano fueron observando las imágenes e identificando a los asistentes a los actos, chequeando sus nombres, su tiempo de pertenencia a la organización y su grado de confiabilidad.

En mayo de ese año, es decir apenas un mes antes de las muertes masivas en la “Operación Albania”, la cúpula del FPMR ya tenía serias sospechas de militantes específicos de sus filas. Incluso, pensaban que la infiltración podría haber llegado a un alto nivel dentro de la organización. Sin embargo, la Operación Albania puso fin a ese trabajo de contrainteligencia. Según un ex frentista, los dardos indicaban a un combatiente que se había formado militarmente en Bulgaria, de quien más tarde se supo que era familiar de una funcionaria de la CNI y que luego colaboró con “La Oficina”, el organismo de inteligencia creado por la administración Aylwin en 1991.

Gracias a este informante y a su propio trabajo de inteligencia, los hombres de la CNI tuvieron claridad respecto de las personas que debían ser detenidas y, eventualmente abatidas, iniciando a principios de 1987 una exhaustiva ronda de seguimientos y puntos fijos sobre importantes miembros del FPMR. Según un consultado allegado al proceso, para algunos efectivos de la CNI esto implicaba “levantarse y acostarse durante semanas” siguiendo al hombre a su cargo.

Uno de los logros más importantes de esta labor fue la identificación de José Valenzuela Levi, quien con el nombre de “Ernesto” comandó el fallido atentado a Augusto Pinochet. En los ficheros de la CNI, Valenzuela era llamado “Rapa Nui”, debido a que fue visto por primera vez saliendo de una vivienda en una calle con ese nombre. Por su parte otro líder frentista, Ignacio Recaredo Valenzuela, era “Chaqueta de cuero”, por la vestimenta que usaba al momento de su primera detección.

Desconociendo que el FPMR estaba a punto de separarse del Partido Comunista, Bauer habría interpretado la alta concentración de frentistas en la capital como un signo de que el grupo preparaba un nuevo golpe. Con esta certeza, Bauer hizo patente sus inquietudes a su superior, el mayor Álvaro Corbalán. La decisión fue desarticular este creciente movimiento en las huestes del Frente con un operativo de gran envergadura.

Corbalán obtuvo del entonces director de la CNI, el general Hugo Salas Wenzel, la orden para que efectivos de todas las brigadas a su cargo procedieran, apoyados por la Unidad Antiterrorista del Ejército y por funcionarios de Investigaciones. De acuerdo con la confesión posterior de Corbalán, la orden de Salas Wenzel implicaba acabar con la vida de todos los frentistas que fueran detenidos. Es decir, “reventar” definitivamente al FPMR, según la jerga de esos días.

Álvaro Corbalan (arriba) y Hugo Salas Wenzel, jerarcas de la Operación Albania

Según consta en el primer documento de los 30 tomos del expediente, el mismo 15 de junio el fiscal militar Luis Acevedo había autorizado todas las detenciones y allanamientos. Como un aviso de lo que vendría, en la mañana del 15 de junio, varios frentistas alcanzaron a huir durante un allanamiento a un inmueble en calle Héroes de la Concepción, en Recoleta.

LA MUERTE DE “BENITO”

Ignacio Recaredo Valenzuela Pohorecky era seguido desde marzo de 1987. La CNI sabía que era importantísimo dentro del FPMR. Valenzuela era un destacado ingeniero y académico, en la vida pública. En la privada, el “comandante Benito” era uno de los seis más altos oficiales del Frente, para esa época. Reconocido por su arrojo, la CNI sabía que había participado en el asalto a una armería y se había enfrentado a funcionarios de seguridad en varias ocasiones.

Ignacio Recaredo Valenzuela, el “comandante Benito”

Aquella mañana del 15 de junio de 1987 sería una de las más heladas del último siglo. La CNI ya esperaba afuera de la casa de Valenzuela, en la remodelación San Borja, desde cerca de las 6 de la mañana.

La madre de Ignacio Valenzuela, Adriana Pohorecky, recuerda: “Ignacio me llamó como a las diez de la mañana y me dijo que como en media hora o en una hora estaría acá y pasaba el tiempo y no llegaba…”

Valenzuela fue muerto al mediodía en la calle Alhué, de Las Condes, por disparos de agentes de la CNI efectuados a unos 25 metros de distancia, desde un furgón, cuando caminaba por la citada calle. Recibió tres impactos, uno de ellos en el tórax, que le resultó mortal; otro en el glúteo y el tercero en el pie. Además, un árbol tras el que se refugió registró cuatro impactos de bala y la casa por donde él iba pasando también evidenció balazos.

Valenzuela estaba a escasos 30 metros de la casa de su madre, cuando fue interceptado, según el relato judicial de René Valdovinos, uno de los agentes de la CNI que actuó en ese operativo. Este mismo agente declaró en el proceso; “Lo teníamos rodeado y estábamos armados. Honestamente pensé que se iba a rendir frente a esa desventaja en que se encontraba, lo que no hizo y al contrario, tomó la pistola con la intención de repeler la detención y por lo tanto todos disparamos en su contra y varios disparos a la vez, cayendo éste al suelo”.

Eran las 12:10 del 15 de junio y la existencia de Ignacio Valenzuela se extinguió casi instantáneamente.

Adriana Pohorecky: “Me asomé a ver qué pasaba y vi la calle llena de vehículos, llena de gente y un hombre en el suelo, su ropa me resultó familiar, pero no quise creer que podía ser él, trate de acercarme para cerciorarme pero no me dejaron, andaba gente de la CNI, había mucha policía, y no me dejaron seguir por lo que decidí volverme a la casa”.

El cuerpo sin vida de Ignacio Valenzuela

Los primeros días luego del incidente, el entonces abogado de la Vicaría de la Solidaridad, Sergio Hevia, comenzó a encontrar cosas extrañas en la muerte de Valenzuela; “En realidad nunca pude encontrar alguien que dijera que estuviese armado. Aunque tampoco lo descarto, por la opción política que el tenía”.

Adriana Pohorecky: “Es más, él intentó ocultarse detrás de un árbol cuando lo atacaron, entiendo que fue fuego cruzado, o sea, no había nada que el pudiera hacer”.

La operación de encubrimiento de la policía comenzó ya al día siguiente, cuando en un medio de prensa escrito apareció una mujer asegurando que su hijo vio como Valenzuela sacaba un arma para enfrentarse a los agentes.

El abogado Nelson Caucoto, cuenta; “Se dejó lanzada la tesis de que allí Valenzuela habría repelido el fuego. Bueno, se hizo la investigación, la señora citada por el diario nunca existió, no tenia existencia legal, y el domicilio donde se dice que ella vivía nunca fue ratificado porque lo negó la propia dueña del inmueble citado. Y eso no es todo, pues en un periódico de la época, llamado “A Fondo” apareció un titular señalando: “Habla testigo clave, que vio enfrentamiento”. La persona existía, pero después fue personalmente a reclamar a la fiscalía militar, como consta en el expediente, indicando que él nunca declaró ni vio nada. Hasta ahí todo parece un lío entre la prensa y algún afectado, pero el tema tiene un matiz distinto, investigando quiénes están detrás de la revista A Fondo, apareció Álvaro Corbalán como el dueño de la revista”.

El 9 de noviembre de 2000, el ex agente de la CNI, Manuel Morales Acevedo, agregó un nuevo antecedente que fue crucial para entender el montaje que se estaba llevando adelante; “Si bien la misión era detener a este sujeto, el intentó sacar un arma, la tomó y hubo que disparar en su contra y el arma efectivamente la portaba el sujeto, sin perjuicio que para darle mayor efectividad se le cargó, colocándole entre sus ropas una granada”.

La CNI informó en su momento que Valenzuela portaba una pistola y la citada granada. Pero los testigos afirmaron que no iba armado y que sólo atinó a darse vuelta, por lo cual le dispararon en un glúteo y en un pie. Los testigos señalaron que minutos antes de los hechos fueron advertidos de que iban a producirse disparos y que debían alejarse del lugar.

LA MUERTE DE PATRICIO ACOSTA

Ese mismo 15 de junio, seis horas más tarde, otro numeroso grupo de agentes tenía copado el lado poniente de la calle Varas Mena. Los agentes acechaban a “Jirafales”, como le decían por su altura a Patricio Acosta Castro, un importante oficial del FPMR.

Patricio Acosta Castro

Según los numerosos testimonios disponibles en el expediente, ese día la mencionada calle estaba siendo vigilada por sujetos que se desplazaban en automóviles, algo que los vecinos habían notado que sucedía desde hacía una semana. Debido a ello, habían llamado a Carabineros, los que conminaron a los sujetos a identificarse. Cuando estos lo hicieron se supo que pertenecían a la CNI.

La vecina Carmen Barrera, pudo ver claramente desde su casa que había gente extraña en su cuadra; “Sí, había un movimiento inusual, porque habían vehículos parados aquí en la esquina que uno no los conocía y como que había una tensión, algo raro”.

Patricio Acosta llevaba una vida pública normal e incluso se había hecho cargo de su hijo Sebastián, tras separarse de otra integrante del Frente, Patricia Quiroz.

Esa tarde salió de su casa cerca de las 18 horas con su hijo. Ya era férreamente seguido. Los vecinos declararon que solían verlo solo y que lo único que sabían de él era que tenía un hijo y que era profesor.

Los amigos como Elizabeth Muñoz le decían Pacho. Ella recuerda ese día: “Él pasó al negocio a comprar cuchuflís, inclusive le pidió a mi hermana que lo acompañara, mi hermana le dijo que no podía, porque mi mamá no estaba y no había nadie más que se pudiese quedar en el negocio. Y el niño que era Sebastián no quiso acompañarlo y se quiso quedar aquí en el negocio”.

De lo que vino después todos los agentes, casi sin excepción, inculpan al agente de la CNI, Francisco Zúñiga.

El agente Juan Jorquera declaró en el proceso; “Alrededor de las 18:00 a 19:00 horas salio de esa casa un individuo alto, de bigotes y que por las características físicas correspondía el sujeto a quien se buscaba, por lo que lo seguí hasta Santa Rosa, desde donde éste se devolvió hacia la casa y lo seguí a pie, quedando mi equipo estacionado allí en Santa Rosa. Se me ordeno detenerlo, pero yo no podía hacer esa detención solo, por la gran contextura física del sujeto. Es del caso que, mientras lo seguía, a cierta distancia observe que en sentido contrario venía el Capitán Zúñiga con otros agentes, por lo que pensé que ellos iban a proceder a la detención. Sin embargo, en un momento dado y cuando el sujeto se encontraba más o menos a unos cinco metros de distancia de mi, sin advertencia alguna y con riesgo de mi integridad física porque yo me acerque al sujeto para apoyar la detención, el Capitán Zúñiga le disparó de improviso a unos siete metros de distancia y éste cayo al suelo. Luego sentí dos disparos y me di cuenta que allí se había cometido una embarrada”

Según testimonios de testigos, la víctima cayó arrodillada. Entonces lo rodearon alrededor de ocho sujetos, entre ellos Zúñiga. Ya reducido, en vez de ser llevado a un centro asistencial, Acosta fue acribillado. El propio Zúñiga le disparó en la cabeza, mientras otro lo remató con una ráfaga de metralleta. Una vez muerto, un agente de la CNI le puso en sus manos un revólver y un gorro pasamontañas. En esa posición lo filmaron y le sacaron varias fotografías.

Esta versión, de que Zúñiga le disparó cuando ya estaba muerto, fue confirmada por al menos tres agentes de la CNI, entre ellos quién era su subalterno, Jorge Vargas Bories.

Carmen Barrera: “Ya estaba tirado y después lo siguieron acribillando y el cuerpo saltaba. Fue muy impactante. Después ya llegó el Ejército, Carabineros, Investigaciones, cerraron las calles y después vinieron las fotos y lo desnudaron, pero antes de todo a él le pusieron un arma en la mano”.

Increíblemente, el oficial a cargo de los operativos asume hoy que es posible que se haya “cargado” a Acosta con armas, tras ser asesinado. En su declaración judicial, el acusado, ex oficial de la CNI, Krantz Bauer, relata que: “Tratándose de personas del Frente, a pesar de que en nuestras actuaciones de enfrentamiento no se preparaba el sitio de suceso, y nunca se llevaban armas para “cargar” a una persona, puede ser que en este caso a lo mejor, conociendo como fue Zúñiga, haya cargado al muerto”.

Francisco Zúñiga, agente de la CNI

Lamentablemente, Francisco Zúñiga no pudo ni en éste ni en los casos que vinieron, defenderse. El cadáver de este ex agente fue hallado en 1991 en el radiotaxi que manejaba. Aparentemente se había suicidado.
Según testimonios judiciales de uno de lo propios agentes que llegaron posteriormente al lugar de los hechos habían detalles que no coincidían con un “enfrentamiento” como se le catalogo. Uno de ellos declaró en el proceso: “La verdad, lo que me impresionó fue que ese sujeto estaba armado con un revólver calibre 22. Uno pensaba hasta qué punto podía andar armado con un revólver de esa naturaleza y enfrentar a fuerzas de seguridad, salvo que lo hayan pillado”.

Así, Patricio Acosta dejó huérfano a su único hijo Sebastián, con el que vivía desde que se había separado. A los 5 años, el pequeño perdería pocas horas después a su madre.

Mientras, Carmen Barrera, la testigo que vio como Acosta fue rematado y cargado con armas, declaró desde el primer momento y terminó siendo por algunas horas, la primera detenida del caso, junto a otra mujer. El abogado querellante Nelson Caucoto lo ratifica: “Los únicos detenidos en la Operación Albania, mientras estuvo en poder de la Justicia Militar fueron estos testigos”.

ENFRENTAMIENTO EN VARAS MENA

Esa misma noche, agentes de la policía civil llegaron hasta el inmueble de calle Varas Mena 417, uno de los varios que a las 23 horas de esa noche la CNI decidió allanar. Allí se produjo el primer y único enfrentamiento reconocido por todos.

En el interior de la vivienda, que era utilizada como casa de seguridad y centro de instrucción, había cerca de una docena de combatientes del FPMR. Santiago Montenegro era uno de ellos. Había llegado como todos, con sus ojos cerrados, para no saber dónde estaba, por medidas de seguridad. Llevaba apenas un día en la casa, que públicamente aparentaba ser un inmueble arrendado por un joven matrimonio con un pequeño hijo.

“Allí vivían compañeros que eran buscados por los aparatos de seguridad de la dictadura; ellos como habían pocas casas, utilizaban la de Varas Mena, que estaba destinada a la instrucción. Habían además compañeros que hacían las veces de dueño de casa y al fondo estábamos los que andábamos con problemas”, cuenta Montenegro.

Quien hacía las veces de dueña de casa era otra militante rodriguista, Cecilia Valdés, que estaba acompañada de su hijo, de dos años. La supuesta pareja de Cecilia era el oficial del Frente Juan Waldemar Henríquez, un ingeniero de 28 años, con instrucción militar en Alemania y Cuba.

La fachada de los frentistas había resultado para la vecina del costado poniente del inmueble, Eugenia Torres; “Yo siempre vi un joven que llegaba en un furgón que lo descargaba siempre adentro, una niña joven con un niño de como unos 2 años 9 meses. Nunca vi más gente, ni tampoco ruido, nada. Era todo normal, como cuando uno se cambia, que hace arreglos, martillazos y cosas así pero nunca vi que hubiera tanta gente como dijeron que había”.

Estrictas medidas de seguridad obligaban a los rodriguistas a permanecer en silencio buen parte del día, recluido al fondo del inmueble y repartido en literas. Cecilia tenía prohibido el acceso a esa parte y ni siquiera conocía a quienes permanecían escondidos. Ella, junto a Juan Waldemar Henríquez, eran los únicos visibles para los vecinos.

Esa noche dentro de la casa ya se sabía de la muerte de Ignacio Valenzuela y, más aún, de Patricio Acosta a pocas cuadras. Juan Waldemar Henríquez llegó cerca de las 10 de la noche con noticias inquietantes a Varas Mena 417.

Juan Waldemar Henríquez, el “comandante Arturo”

Cecilia Valdés: “El comentó que había mucha gente extraña afuera, que había mucho auto y que algo raro estaba pasando”.

Santiago Montenegro: “En un principio, cuando mataron a Patricio Acosta, nosotros no nos enteramos, y lo asesinaron solo a unas pocas cuadras de donde nosotros estábamos. Los compañeros que estaban a cargo de la seguridad no nos lo quisieron decir, obviamente para no causar alarma. Cuando ellos supieron que habían matado a Patricio, no lo relacionaron necesariamente con que nuestra casa estuviera ubicada. Es más, por la cantidad de agentes que se paseaban, se podía pensar que era por el compañero que había muerto. Nosotros nos enteramos a eso de las 11 de la noche que la casa estaba rodeada por agentes de la CNI; en ese momento, los encargados de seguridad de la casa nos informaron que se podía producir un enfrentamiento. Era complicado porque no sabíamos que tanto sabía la CNI de nosotros, ya que cabía la posibilidad de que ellos no supieran de nuestro paradero. En ese momento salir era más suicida que quedarse, pensar que iban a atacar la casa era sólo una posibilidad entre muchas otras. Ahí empezó una discusión de si nos retirábamos esa misma noche o permanecíamos hasta el día siguiente. Nosotros decidimos esperar”.

“Cuando llegaron, vimos la posibilidad de sacar a nuestros compañeros en auto, pero no teníamos ningún vehículo, por lo cual decidimos esperar hasta el otro día. La decisión fue común, la consultamos y todos opinamos que durmiésemos ahí y al otro día nos fuéramos de a poco y por lo tanto nos acostamos. Ahora bien, si pasaba algo teníamos preparada una vía de escape”, agrega Montenegro.

Según la versión de los vecinos de los costados, temprano esa noche sus casas se empezaron a llenar de agentes. Laura Valenzuela era la vecina del costado oriente de Varas Mena 417 recuerda; “Entraron primero dos individuos altos de negro que eran como una especie de francotiradores con armas largas, después ya entró el choclón, gente de jeans, mal vestida con brazaletes y ellos venían con metralletas y qué se yo. Fácil tienen que haber sido más de 10 personas”.

Cada paso y quién debía darlo estaba programado cuidadosamente por los frentistas, en caso que la CNI ubicara la casa de seguridad. Juan Waldemar Henríquez debía ser secundado a la hora de repeler a funcionarios de seguridad, por uno de los combatientes. Eso se decidía por turno. Ese día le tocó a Wilson Henríquez.

Cecilia Valdés: “como las 12:00 de la noche yo estaba viendo las noticias en el living de esta casa que está al final. Sentimos primero un aviso por el timbre y yo me levanté del sillón, porque era la única que estaba despierta a esa hora, en esta parte de la casa. No sé, yo tuve en ese momento un presentimiento, golpearon la puerta súper fuerte; yo corrí a avisarle a mis compañeros, se sintió un estruendo en el portón y dimos el aviso de escape, lo que permitió que se salvaran todos los compañeros, excepto los jefes que estaban a cargo, que fueron los que se quedaron a cubrir la retirada.”

Santiago Montenegro: “Sí, sentimos un golpe tremendo, casi echaron abajo el portón, se escucharon gritos y de repente sentí un timbre. Recuerdo que si se accionaba ese timbre había que efectuar la retirada, era nuestra alarma. Y empezó a sonar el timbre”.

No hay acuerdo sobre quién disparó primero. Según los CNI y los funcionarios de Investigaciones que les tocó acompañarlos, los disparos partieron desde dentro. Según Krantz Bauer, ex oficial de la CNI: “La policía se presenta al domicilio, golpea, le preguntan de qué se trata, ellos se identifican como policías y en un momento dado son atacados por disparos desde el interior”. En las casas colindantes los vecinos eran testigos de una feroz balacera.

Eugenia Torres: “De repente un tipo entró y dijo tírense al suelo y quédense ahí, no se muevan, y empezaron a disparar, y disparaban de adentro de mi casa hacia fuera, hacia la casa del lado por una ventana, por el patio hacia atrás y del techo hacia arriba”.

Cecilia Valdés: “Tome a mi hijo, le avisé a Héctor Figueroa y él tocó el timbre acordado. Luego nos reunimos con Juan y otro compañero, y acordamos evacuar por el peligro inminente que representaba la entrada de los allanadores. En el momento que nos dirigíamos por el pasillo para abandonar el inmueble se produjo una especie de silencio, cesando la balacera, y allí nos percatamos de la existencia de compañeros heridos. Subimos por la escalera con Juan, luego un alumno -que después supo era Santiago Montenegro-, yo y mi hijo, y atrás Héctor Figueroa. Al asomarse al techo Santiago recibió un balazo en la cabeza y yo caí al piso con él, y todos los que venían detrás, con excepción de Juan que estaba en el techo, con las rodillas flectadas y tenía en sus manos un arma corta, pero que no disparaba.”

Santiago Montenegro: “Y de repente empezó la respuesta desde acá adentro y ahí aprovechamos de correr, ahí me toca subirme a la mesa, junto a un compañero rompimos esa calamina plástica y justamente era plástica para en la oscuridad ver el espacio, la luz que llegaba desde afuera. La rompimos y cuando yo salgo ahí fui herido, el disparo me entró en la región occipital, todavía tengo ahí alojado parte del proyectil. Con el golpe me caigo para dentro nuevamente. La tensión del momento, la adrenalina todo eso me impidió sentir dolor, sufrí un rasguño en la caída en la oscuridad, me caí arriba de la mesa y la mesa cayó al suelo y cuando estaba en el suelo me recuerdo que me pase la mano por la cabeza y sentí lo tibio de la sangre, y lo espeso, pero también me di cuenta que no era grave, porque estaba bien”.

Prácticamente una decena de rodriguistas escapaba en medio de la balacera. Entre los que escaparon por los techos de las casas vecinas, para luego ser capturados, se encontraban Cecilia Valdés, Santiago Montenegro y Héctor Figueroa Gómez. Este último posteriormente enfrentó la pena de muerte por su anterior participación en el atentado al general Augusto Pinochet. Después fue condenado a presidio perpetuo y, finalmente exiliado a Bélgica en 1994.

Héctor Figueroa Gómez, luego de ser detenido en la “Operación Albania”

Entretanto, desde los mismos techos, Juan Waldemar Henríquez y Wilson Henríquez, respondían el ataque policial con sus armas.

Eugenia Torres: “Dentro de la balacera yo sentí un cuerpo caer, algo cayó del techo, yo no supe qué era”.
El que había caído era Juan Waldemar Henríquez, quien ya estaba herido. Este se encontraba cubriendo la retirada de sus compañeros disparando desde el techo de la casa vecina signada con el N° 415. En un momento dado la techumbre cedió y Henríquez cayó herido al interior de la vivienda, en medio del comedor, donde fue encontrado mas tarde por la dueña de casa. Henríquez le solicitó ayuda, pero ésta se negó por temor a la acción policial. En el baño quedaron rastros de sus heridas, donde intentó evitar un desangramiento.

Luego ingresaron los policías al inmueble encontrando a Henríquez tendido en el piso, y a esas alturas sin ofrecer resistencia. Sin embargo, fue rematado por ráfagas de disparos en el mismo lugar. Una de las balas le atravesó el tórax y le comprometió el corazón. La bala entró justo por debajo de la axila.

Luego lo sacaron a la calle donde le dispararon nuevamente. El cadáver de Juan Waldemar Henríquez quedó tendido toda la noche en la calle, junto a un árbol.

La mujer, quien se refugió en su dormitorio lo relataría así: “Desde la pieza sentimos como arrastraban un bulto, luego oímos mas balazos”. Algunos testigos señalaron que Henríquez se había rendido y que estaba con los brazos en alto cuando fue ultimado.

Cecilia Valdés recuerda sobre los compañeros que cubrieron la retirada; “Bueno a mí me tocó trabajar con ellos más directamente. Yo tuve la posibilidad de hablar con Juan, ya que como una de las encargadas de seguridad tenía que quedarme en la casa, pero, en conversaciones con Juan se acordó que yo debía abandonar la casa junto con mi hijo, fue la última vez que hable con él, no nos dijimos ni chao ni adiós, sino sólo conservo su mirada que queda para siempre.”

Con la muerte de Juan Waldemar Henríquez, no se acabaron las escaramuzas. En el caso de Wilson Henríquez, quien se encontraba herido a bala, fue rodeado por agentes de la CNI en el patio de otra casa, la numero 419, donde se había refugiado. Ahí fue visto por la familia de la casa quienes le indicaron que debía entregarse, a lo que él se negó.

Laura Valenzuela y su madre hallaron a Wilson Henríquez en el patio de su casa antes de que fuera capturado por los agentes. Laura recuerda:”Mi mamá le preguntó si estaba armado y él dijo que no. Era muy joven, o sea yo en ese tiempo lo veía como un joven bien débil, indefenso, y se notaba que estaba herido. Mi mamá le dijo “pero entréguese, porque o si no aquí es obvio que lo van a matar, vamos yo lo acompaño para que se entregue, para que no le hagan nada”. Él no quiso, dijo no déjenme aquí no más, porque o si no los van a matar a todos”.
Wilson Henríquez Gallegos

Laura y su madre decidieron dejar el patio y volvieron a entrar a su casa. Testimonios indican que al rato ingreso un grupo de agentes e hizo a la familia introducirse en el dormitorio. Apresaron a Wilson Henríquez y comenzaron una suerte de juego con él, lo golpearon, lo sacaron a la calle arrastrándolo, dijeron que lo iban a volver a entrar para que no se resfriara y luego lo mataron, registrando su cuerpo según el protocolo de autopsia 21 orificios de bala.

Laura Valenzuela; “Volvió a entrar ese grupo de gente con gritos y nos volvieron a encerrar en la pieza, o sea dijeron aquí está y qué se yo y lo tomaron a él ahí. Nosotros estábamos en la pieza, que tenia una ventana que daba al patio. Desde ahí se veía solamente sombra y escuchamos todos los golpes que le dieron. Le pegaron con armas, patadas, lo del dolor se sintió”.

El ex agente Manuel Morales relató varios años después en el proceso, lo que vio en ese patio; “Y lo vi que tenía lesiones en la pierna, en la parte del tórax o del estómago y en el cuello, heridas que se tapaba con la mano”.

Laura Valenzuela: “Después de pegarle bastante, se escucharon balazos. De pronto se acabó la bulla, y se sentía que arrastraban algo. Nosotros queríamos salir de la pieza, pero no nos dejaron. Pusieron un gorila en la puerta que nos garabateaba todo el rato para que no saliéramos de la pieza”.

El ex agente Morales no hace mención a la golpiza, pero recuerda lo que vino después. “Le alcancé a colocar la esposa en la mano derecha y lo tiré al suelo. En ese momento apareció el capitán Velasco, que es Belarmino Quiroz, se metió entremedio y con una subametralladora HK, americana, con silenciador, le disparó de tres a cuatro balazos, diciendo mátalo, mátalo”. El 20 de octubre del 2000, en su declaración judicial, el ex oficial Quiroz negó haber ultimado a Wilson Henríquez.

Flavio Oyarzún era un detective de Investigaciones en esa época y declaró en el expediente que patrullaba el sector y al escuchar los tiroteos entró a la casa donde acababan de balear a Wilson Henríquez; “En la cama de abajo había un individuo que se quejaba, dándome la impresión que estaba herido, entonces se dio la orden de tomarlo de las manos y de los pies y yo, siempre pensando en ayudar, lo tomé de uno de los pies y lo trasladamos al fondo del pasillo, donde hay un patio con piso de tierra y lo dejamos en el suelo tendido. En ese momento apareció el que daba las órdenes por señales, que andaba con una metralleta o fusil, pero era un arma larga y se acerca al individuo y sin decir nada le dispara matándolo”.

El relato de Laura Valenzuela continúa “Y después se siente que lo van sacando, lo arrastran y lo llevaban en andas. Alguien dice este huevón quedó vivo y lo vuelven a entrar y en eso lo tiran seguramente en el patio nuevamente; y hacen ruidos y empiezan a golpear las ventanas para apaciguar un poco la bulla que metían”.
Detrás de Varas Mena 417, Cecilia Valdés había logrado llegar a la calle por los techos, junto a Héctor Figueroa y su hijo, pero fue interceptada por una patrulla de la CNI.

Cecilia Valdés; “Yo salí por los techos con mi hijo y con otro compañero y cuando llegamos a una calle, nos encontramos con un vehículo de la CNI. En ese momento mi hijo tenía dos años y medio. Cuando nos detuvieron, nosotros dijimos que íbamos al hospital, pero no nos creyeron. A mi hijo lo pusieron en la camioneta y a mi me llevaron hacia una esquina para asesinarme.”

Cecilia Valdés continúa; “Me empiezan a golpear en la calle, me empiezan a pegar cachetadas, golpes en la cabeza, a tironear y me empiezan a preguntar de dónde había salido, pero como yo no les respondía, ellos me dijeron que me iban a fusilar y me hacen caminar de ahí hasta una esquina. La cosa es que pasó bala el tipo, que tenía una cara desorbitada, súper alterado y después hay una discusión entre ellos, y justo en ese momento pasó un vehículo lleno de hombres, tal vez pensaron que eran compañeros que venían a rescatarnos, se asustaron y nos devolvieron nuevamente a la casa, lo que a la postre salvó mi vida.”

Uno de los frentistas que logró escapar de Varas Mena declaró para “El Rodriguista”; “Sonó la alarma y al mismo tiempo los disparos; se implementa el plan de evacuación. Hay que improvisar y salir con lo que teníamos puesto, salvar en lo posible el armamento. Para subir al techo hubo que repeler el ataque enemigo. Tengo viva la imagen de Arturo, parapetado en la parte delantera de la casa efectuando la contención que nos permitió evacuar por los tejados. Nos arrastramos por los techos, cruzamos patios, hasta que finalmente llegamos a la calle, todo ello en medio de disparos, gritos, sirenas… En la calle correr, saltar un muro cuando las fuerzas y el nerviosismo no se soportan. Llegamos a una bodega abandonada, llena de fierros, palos y no se cuantas cosas… se mantienen los ruidos, disparos, sirenas, gritos y pasos. ¡Ahí vienen!, entran a la bodega, el M16 preparado, la luz de su linterna nos ciega. ¡No nos vieron!… se alejan los pasos… se van”.

Herido en su cabeza, Santiago Montenegro fue el último en huir por los techos desde la casa de Varas Mena; “Cuando ya salí de la casa, en la calle no quedaba nadie de nosotros y de pronto me disparan, no sé si de un pasaje vecino o del fondo. Nos dispararon por todos los flancos; luego aparece una camioneta, me enfoca y me dispara nuevamente. Yo quedé herido, recibí un balazo en el hombro y aún tengo una bala incrustada en el cráneo. A pesar de eso logré salir del cerco”.

Santiago llegó apenas al final del pasaje Gengis Khan, ya sin fuerzas para saltar la muralla. Le pidió ayuda al vecino de la penúltima casa, pero éste aterrorizado, se la negó. A través de un pasadizo, Santiago logró escabullirse igual en la casa del vecino que le había negado ayuda. Santiago se desangraba en el patio trasero de la casa, cuando fue descubierto por otra vecina que llamó a Carabineros, que habían reemplazado a la CNI en los alrededores.

Santiago Montenegro;”El carabinero viene y le dice al teniente: “Mi teniente, la CNI está buscando al detenido”, y él le dice: “No, no lo vamos a entregar”. Montenegro es rápidamente retirado del lugar por Carabineros y llevado a una comisaría.

Santiago Montenegro: “La verdad es que los que participaron en estos hechos estaban con órdenes de matar a toda la gente del Frente que encontraran; el error para ellos fue que carabineros me llevó a la comisaría y me anotó en el libro de guardia. Entonces, cuando la CNI me fue a buscar para matarme yo escuchaba la conversación, ellos decían: mira huevón, lo echamos arriba de la camioneta y lo matamos; pero el teniente que estaba a cargo decidió llevarme a la Posta.”

Al igual que Cecilia Valdés, Santiago Montenegro pasó casi tres años preso. Sólo salió casi agónico, debido a una tuberculosis, no tratada. Fue esa enfermedad la que le impidió fugarse el año 90, junto a otros 49 presos políticos desde la Cárcel Pública.

LA MUERTE DE JULIO GUERRA

Casi simultáneamente a los sucesos de Varas Mena, otro centenar de agentes y policías, rodeó el dúplex 213, del block 33 de la Villa Olímpica, en Ñuñoa. Allí Julio Guerra Olivares arrendaba una pieza a Sonia Hinojosa. Estaba clandestino desde su participación como fusilero en el atentado a Pinochet, nueve meses atrás.
Julio Guerra Olivares, “Guido”

Eran alrededor de las 12 de la noche y el ex agente de la CNI Iván Cifuentes recuerda así lo que sucedió, tras forzar la puerta del departamento; “Ahí entro primero yo y estaba oscuro, pero sin embargo desde el segundo piso de este duplex vi dos fogonazos que correspondían a dos disparos que se hicieron desde arriba. En ese momento sale una mujer despavorida gritando por las escaleras que la iban a matar”. Era la dueña de casa, Sonia Hinojosa.

El abogado de la Vicaría de la Solidaridad, Sergio Hevia: “Ella bajó para tratar de saber qué pasaba, la tomaron, la sacaron afuera y empezaron a gritarle a Guerra, para que saliera. Eso es todo lo que ella recuerda.”.

El oficial de la CNI decidió lanzar al interior del dúplex una bomba lacrimógena militar. Mientras esperaban que Guerra saliera, llegó otro equipo de seguridad. Uno de ellos, el ex agente Fernando Burgos, valiéndose de una máscara anti gas, debido a que en el interior estaba irrespirable, llegó hasta el baño del segundo piso.

Fernando Burgos; “Y de un puntapié abro la puerta, observando que agazapado cerca del WC, se encontraba un sujeto con un arma en la mano y, por lo tanto, sin pensarlo le disparo inmediatamente alrededor de cuatro disparos, con mi arma de servicio, que era una pistola CZ e inmediatamente lo tomo y lo saco de ese lugar, dejándolo cerca de una baranda”.

Detrás de Burgos iba su jefe, el oficial Arturo Sanhueza, que reaccionó como él mismo explica en su declaración; “En esas condiciones yo subo al segundo piso y observo que el sujeto estaba como medio muerto y en un estado de mucha presión y confusión, yo le disparo también un tiro hacia el pecho”. Luego, el cadáver de Julio Guerra apareció con los ojos baleados.

Continúa Sanhueza: “Y si esta persona posteriormente apareció en el descanso de la escalera con otros disparos en el rostro, debo señalar enfáticamente que alguien lo puso en esa posición y disparado más balazos”.

Al primero que le tocó investigar este caso fue al abogado Guillermo Hevia. “La primera sensación es que no hubo enfrentamiento. Los disparos, no soy experto en balística, pero algo sé, estaban direccionados en un sólo lugar, hacia abajo, o sea Guerra fue rematado en el suelo”.

La autopsia de Julio Guerra demostró que tenía disparos a corta distancia, siempre de arriba hacia abajo y de atrás hacia adelante. Dos de ellos en los ojos. Además se comprobó que el frentista no estaba armado.
Como anécdota, el revólver que apareció colocado junto al cuerpo de Julio Guerra, en Villa Olímpica, tenía una inscripción que decía “Carabineros de Chile”.

LA MASACRE DE CALLE PEDRO DONOSO

El último capítulo de la Operación Albania se escribió en un abandonado inmueble de la calle Pedro Donoso, en Conchalí. Esa noche aún faltaba decidir el destino de siete frentistas que aguardaban detenidos en el cuartel de calle Borgoño.

Álvaro Corbalán, recuerda en el expediente que le pidió instrucciones al director de la CNI, general Hugo Salas Wenzel, de qué hacer con los detenidos; “Y se me comunica por parte del general Salas Wenzel que no cabían posibilidades con respecto de aquellos que resultaron ser importantes dentro del Frente y por lo tanto había que eliminarlos”.

En los calabozos de Borgoño estaban quiénes eran considerados importantes como José Valenzuela Levi, el “comandante Ernesto” y Esther Cabrera Hinojosa. Pero también se encontraban Ricardo Rivera Silva, Ricardo Silva Soto, Manuel Valencia Calderón, Elizabeth Escobar Mondaca y Patricia Quiroz Nilo, dirigentes que no tenían gran relevancia para los agentes. Todos habían sido detenidos en las horas previas.

José Valenzuela Levi, el “comandante Ernesto”

Valenzuela Levi, Ricardo Rivera y Ricardo Silva habían sido capturados esa tarde cuando salían de una reunión en una casa del paradero 21 de Vicuña Mackenna, Esther Cabrera había sido abordada luego de salir de la casa de un amigo, y Manuel Valencia había sido aprendido en la calle cuando se dirigía a realizarse unos exámenes médicos.

En el 2004 el coronel Iván Quiroz, quien participó de la operación, declaró ante el tribunal: “Alrededor de las 3 de la mañana Corbalán llamó al general Salas Wenzel para preguntarle si el asunto de los siete frentistas que todavía quedaban vivos detenidos en el cuartel Borgoño se mantenía en pie, el general Salas le respondió a Corbalán que sí”. “El asunto” se refería, según Quiroz, a la eliminación inmediata de los siete detenidos.

“Yo estaba en la oficina de Corbalán en ese momento, y escuché cuando él preguntó al general Salas si la orden se podía postergar para seguir investigando a los detenidos”, dijo Quiroz. Y agregó que luego escuchó de Corbalán un cortante “a su orden mi general, será cumplido de inmediato”. Acto seguido, dijo que Corbalán le ordenó que eligiera a cinco oficiales para que se hicieran responsables de juntar a su gente para llevar a cabo la eliminación de los siete detenidos, que fueron trasladados a la calle Pedro Donoso.

La madrugada del 16 de junio de 1987, los detenidos fueron trasladados en caravana a la casa deshabitada de Pedro Donoso 582, que la CNI ya tenía identificada. El mayor Álvaro Corbalán había encargado al capitán Francisco Zúñiga elegir el lugar donde los frentistas serían acribillados. Luego de meditarlo, el oficial optó por el inmueble deshabitado del cual la CNI sospechaba que en ocasiones funcionaba como una casa de seguridad frentista.

La casa de calle Pedro Donoso.

El abogado Nelson Caucoto: “Los agentes de la CNI hicieron un verdadero show frente a esa casa, una casa en que ya cerca de las 10:00 de la noche comenzó a circular mucha gente con zapatillas, vestidas de sport, llegaban Carabineros, se retiraban, llegaban vehículos no identificados, se bajaban sujetos. Hasta que de repente aparecen unos equipos de televisión, entonces la gente pensaba que irá a pasar acá y era precisamente los preparativos para un enfrentamiento entre comillas, en que uno de los bandos contendientes llega con aparatos de televisión para filmar los hechos”.

Una de las primeras en ser trasladada hasta Pedro Donoso fue Esther Cabrera, la “Chichi”. La condujo el comando de élite del Ejército Erich Silva Reichart. “No la vi nerviosa, la vi tranquila, no estaba esposada ni vendada, y le dije que bajara la vista y que estuviese tranquila. Esta persona no habló nada, ni hizo ningún comentario y se fue sentada en el asiento trasero”. El trayecto hasta Pedro Donoso no duraba a esa hora de la madrugada más de 10 minutos.
Esther Cabrera Hinojosa, la “Chichi”
El matrimonio Berríos-Vergara vio movimientos extraños casi toda la noche, frente a su casa. Edith Vergara: “Como a las 4 y media empezaron a llegar más vehículos, se iban, volvían, después fue cuando bajaron las cajas, dos cajas grandes muy pesadas que la tomaron una de cada lado. Luego llegaron los furgones que se estacionaron por el lado de nosotros, donde traían la gente. Las personas que iban detenidas, estaban descalzas con los brazos atados atrás a la espalda, amarrados y la vista vendada”.

El sargento Arturo Quiroz y el capitán Francisco Zúñiga fueron encomendados para designar a parejas de oficiales que ejecutarían a cada uno de los siete frentistas detenidos.

El abogado Nelson Caucoto: “Los colocan a cada uno de ellos en sus respectivas habitaciones, al interior de la casa y en algún minuto se supone que ingresan sólo los ejecutores, o sea 14 hombres de la CNI para matar a 7 personas”.

Mientras eso ocurría dentro de la casa abandonada, afuera los vecinos comenzaron a ser testigos de la primera parte, de lo que sería un gran montaje de encubrimiento.

Edith Vergara: “Después gritaron, por alto parlante, que estaban todos rodeados, que se rindieran”.

La misma CNI calcula que esa noche había cerca de un centenar de agentes, carabineros y detectives dentro y fuera de la casa. La orden para que los efectivos asignados a cada víctima percutara sus armas, se dio lanzando un ladrillo en el techo, mientras el resto de los agentes disparó al aire y gritó para dar a los vecinos la idea de un enfrentamiento. Alrededor de las 05.30 AM, los siete frentistas fueron acribillados.
El oficial Iván Cifuentes, que tenía a cargo a Valenzuela Levi, fue el primero en disparar. “En ese momento procedimos a dispararle, lo que motivó que empezaran a hacer fuego los que estaban afuera, en el exterior de esa casa y el resto de los otros agentes para eliminar a los otros detenidos”.

Todos fueron asesinados simultáneamente. De los 14 ejecutores, él único que ha negado haber disparado es el detective Hugo Guzmán Rojas, quien tenía a su cargo a Patricia Quiroz. “Una vez que el agente Pérez dispara el primer tiro, la mujer, a mi juicio, fallece en forma instantánea y cuando termina su accionar, Pérez dirige su arma hacia mí con un claro propósito intimidatorio y con un gesto me ordena dispararle a la mujer, cosa que no hice”.

Después, entró en acción Francisco Zúñiga, según varios agentes. Manuel Morales Acevedo, ex agente de la CNI: “Y Zúñiga con mi pistola y con otra que él llevaba en la otra mano, remató a las víctimas que estaban en la pieza mía, recordando que a Valenzuela Levi debió haberle disparado unos seis tiros a la cabeza y luego siguió en la misma misión con el resto de las personas que estaban al interior de la casa, porque siguieron los disparos”.

Manuel Morales Acevedo, confesó expresamente que se premeditó el montaje. “También recuerdo que se hicieron mucho más disparos en el interior de la casa y había también personas encargadas de disparar desde afuera de la casa para aparentar un enfrentamiento”.

En el primer dormitorio quedaron los cuerpos de Ricardo Rivera Silva, con cinco impactos recibidos a mediana distancia, y de José Valenzuela Levi, el “comandante Ernesto” con 16, efectuados a corta distancia.

Ricardo Rivera Silva

En el primer pasillo fue muerto Manuel Valencia Calderón, con 14 disparos hechos desde unos tres metros, en ráfaga. Del informe balístico y de la autopsia se concluye que fue colocado al final de este pasillo, donde había una puerta abierta, y fusilado.

El cuerpo de Ester Cabrera Hinojosa, con cinco impactos de bala, fue encontrado en el interior de la cocina. En ese lugar no hay huellas de disparos. Del análisis de los peritajes se concluye que la víctima fue fusilada en un pasillo lateral y que, posteriormente, su cuerpo fue dejado en la cocina.

El cuerpo de Ricardo Silva Soto, presentaba 10 impactos de bala. De acuerdo con los informes periciales, fue baleado dentro del segundo dormitorio y rematado en el suelo, según revelan varios impactos en el piso de la pieza. Un detalle significativo de que no hubo enfrentamientos es el hecho de que Ricardo Silva presentaba heridas de bala en las palmas de sus dos manos, en un intento instintivo de protegerse, desde el suelo, de las balas con que finalmente lo mataron.

Ricardo Silva Soto

Muy cerca del cuerpo de Ricardo Silva fue encontrado el de Elizabeth Escobar Mondaca, con 13 impactos de bala, 10 de los cuales fueron efectuados a muy corta distancia, según la autopsia. La joven, igual que Ricardo Silva, fue baleada primero dentro del segundo dormitorio y, posteriormente, rematada a menos de un metro de distancia, con varias ráfagas, contra un muro de una habitación deshabitada. El cuerpo de Patricia Quiroz Nilo apareció al fondo del extenso pasillo interior de la casa de Pedro Donoso y presentaba 11 impactos de bala.

Uno de los peritajes balísticos revela, en primer lugar, que de los casi 200 balazos dentro de la casa, no hay ninguna bala disparada desde el interior hacia el exterior, no obstante que la CNI dijo que en Pedro Donoso las víctimas contaban con dos fusiles M-16, una subametralladora, tres revólveres, tres pistolas, cuatro granadas, dos cartuchos de amongelatina y un kilo de amonio para fabricar explosivos. Pese a tan alto poder de fuego, todas las trayectorias de las balas incrustadas en la casa son de adentro hacia afuera. Tampoco hay ningún rastro de enfrentamiento dentro de la casa.

Otro peritaje determinó que las armas de los frentistas nunca fueron percutadas. En segundo lugar, resulta curioso observar que el mayor poder de fuego que supuestamente tenían los frentistas -una subametralladora- lo habría portado Patricia Quiroz (cuyo cuerpo apareció al fondo de la casa), en circunstancias que con esa arma debería haber estado en la ventana disparando contra sus agresores y no Ricardo Rivera, quien lo hacía presumiblemente con una pistola.

Un policía que estuvo en todos los lugares donde murieron las personas en la “Operación Albania”, declaró en el proceso que todos los sitios del suceso estaban profundamente alterados y que al llegar a ellos los impactos de bala en los muros habían sido removidos. También le llamó la atención que “todas las armas de las víctimas estaban colocadas en la mano izquierda”.

Según el agente Iván Quiroz tanto el como Alvaro Corbalán llegaron al lugar después de ocurridos los hechos; “Llegamos y recuerdo que había mucha gente. Carabineros había acordonado el lugar, había cámaras de televisión. Una vez que entramos se observaban algunos cadáveres destrozados, muy destrozados. Esas fotos están en el proceso”.

EL RECUERDO DE LA VÍCTIMAS

A todas las familias de las victimas, cuál más cual menos, se les quebró la vida y siempre habrá un antes y un después.

Ruth Cabrera, hermana de Esther: “Se llevaron todo lo que sabían que era de ella, no dejaron nada. Nosotros no tenemos ni siquiera fotos, hay una que circula que la tenía un amigo, era un negativo de tamaño carnet. Dejaron como limpio, rastro de ella no quedo nada, sus cuadernos, sus cosas, se llevaron todo. Es como si hubiera desaparecido”.

Un documental sueco sobre una de sus mejores amigas, “Chela”, registró unos pocos segundos de su existencia, dos años antes de su asesinato.

Para Ruth, que hoy recorre la casa que alguna vez habitó la “Chichi”, su hermana fue otro ejemplo de fuerza y decisión, sólo siente no haber estado con ella en esa fría madrugada de junio; “La pena a lo mejor es porque no está con uno, porque quizás le faltó la hermana, la tía, todas esas cosas que uno se imagina. El si yo hubiese estado, pero bueno así es la vida no más”.

Diecisiete años después de la muerte de Manuel Valencia, su madre Eliana Calderón, aún necesita apoyo psicológico. Completamente entregados a su vida en la Iglesia, sólo se enteraron que su hijo era del Frente al día después de su muerte. Hastiado, dicen de la violencia en la poblaciones, Manolo ingresó a las juventudes comunistas.

Eliana: “Cuando habían muerto a este compañero en la Victoria, el lloraba conmigo, me decía “mamá hasta cuando, hasta cuando vamos a soportar esto mamá, esto no se puede seguir soportando, tenemos que luchar para que esto termine si no van a haber más y más muertos”. Y lloraba conmigo, me tomó de las manos me acuerdo y lloraba conmigo, con una impotencia, con una rabia muy grande”.
Para los padres de Manuel Valencia, asesinado en Pedro Donoso, sólo quedaron sus fotos y un cassette que Manolo grabó a los 14 años para su padre.
Manuel Valencia Calderón
Eliana: “Hay una parte de nosotros que murió, y en mi especialmente mi calidad de mujer murió, se fue con mi niño, mi calidad de madre es una cosa que me llevaron, la mitad de mi ser. Ya no lloro, no tengo lagrimas, puede estar pasando lo más terrible, puede estar todo el mundo llorando, en esos momentos se me aprieta la garganta, pero no puedo llorar”.

Hasta hoy sus padres no entienden la violencia desatada contra el joven de 20 años, que ni siquiera estaba en los antecedentes de la CNI y recibió 14 balazos.

Eliana: “Se le había corrido la venda y ahí yo casi me espanté porque era un hoyo profundo el que tenia, porque la salida de bala era como una rosa para afuera, y su cara… le habían volado la mitad de su carita”.

Ricardo Silva, era el segundo hombre del Frente en Concepción, y sabía que su vida corría peligro. Su hermana recuerda que su principal preocupación era su hijo.

Patricia Silva: “Ricardo me decía, “mira yo lo único que pido es que si me van a matar me den un minuto para pensar en Cristián”, así era el. Cuando hubo que reconocerlo, él estaba con una expresión de rabia muy marcada en su rostro, con los ojos abiertos como mirando a sus asesinos. Sabemos que el estaba en el suelo y que le dispararon en esa posición, entonces creo que si llego a tener el tiempo que el quería para pensar en su hijo”.

Aun hoy, Vicky Ormeño no logra superar el dolor y la rabia de perder a su esposo, Juan Waldemar Henríquez, muerto en Varas Mena 417. A ella y a su hijo de nada les ha servido que sea considerado un héroe.

La familia de otra de las victimas, Wilson Henríquez, es una de las que más férreamente ha luchado para que se haga justicia, a pesar del miedo que sintieron incluso en sus funerales.

Raquel Arias: “Así que ahí estuvimos, dignamente creo, como hermanos al lado de él, para que supiera que (se emociona) los sueños no mueren, ni aunque lo hayan dejado de esa manera y que si nos faltaron cosas por decir, cosas que contarnos, éramos hermanos y nos íbamos a saber entender”

Adriana Pohorecky, madre de Ignacio Valenzuela, asesinado en la calle Alhué, ha hecho de su vida un duelo y su único objetivo es hacerle justicia a su hijo. Por eso, en su antejardín, conserva el tronco del árbol que nunca protegió a Ignacio y por eso sigue viviendo a ínfimos metros del lugar de su muerte. “Realmente cuando mataron a mi hijo, me mataron a mí también, no me mataron físicamente, pero en espíritu me mataron”.

Hoy, las familias no tienen un sentimiento común para con los acusados.

Ruth Cabrera: “Yo te lo estoy hablando en forma muy personal, a esta altura que sean reconocidos los asesinos y que digan estos fueron los que los mataron, ya eso es castigo suficiente, porque yo creo que ellos también tienen familia, tienen otro drama. Por último para uno el drama es una pérdida, pero no es una vergüenza, y yo pienso en la familia de todos esos que están ahora confesos, que deben tener hijos, señora, madre”

En su trabajo como médico en la Posta Central, a Avelina Cisternas, pareja de José Valenzuela Levi, le tocó atender, sin saberlo en un principio, a uno de los acusados en la Operación Albania; “Dios me puso en la situación más difícil que me podía poner alguien, me lo puso en la situación de paciente, y en la situación de paciente reaccioné como médico, no hice nada, me quedé callada, al día siguiente lo fui a ver. Hoy día siento pena por ellos y que bueno que así sea, me dan pena, me dan lástima. Pobre gente, que en realidad no se dieron cuenta que estaban cometiendo un asesinato”.

Hasta hoy, una cincuentena de ex agentes de la CNI han declarado en el caso. Pese a ello ha resultado muy difícil para la justicia, por una u otra razones, poner a los responsables de este gran montaje tras las rejas.

Con el tiempo, y con el convencimiento de que la masacre fue un hecho fríamente premeditado por los organismos de seguridad del gobierno militar, la opinión publica rebautizaría la acción de los agentes denominándola “La Matanza de Corpus Christi”.

Fuente http://historiadetodos.wordpress.com