El pueblo picunche denomina como Alimapu
la geografía en que actualmente viven los porteños. “Aling” significa
fiebre, “Mapu” es tierra. Como la bahía mira hacia el norte, cualquier
chispa encendida puede ser multiplicada por el viento sur que baja a 70
km/h entre las quebradas cada tarde. Este fenómeno lo advirtieron los
antiguos que optaron por instalarse en la desembocadura del río
Aconcagua (Con-Con) lejos de la peligrosa “tierra con fiebre”.
Pero tras cinco siglos de porfiado
asentamiento, tales recomendaciones ancestrales hoy solo sirven como
explicación del fenómeno. Gran parte de las familias quieren mantenerse
ahí donde sus abuelos construyeron a pulso cada pieza, baño y cocina.
Entre los escombros cuelgan carteles con el apellido de un clan junto a
la dirección y el teléfono correspondiente a su propiedad. “Familia
Valdés-Castro y Valdés-Torres”, “Familia Monroy-Ríos”, “Casa de los
Leiva-Fuentes”, y así.
Es por esto que el carpintero Alberto
Moya, oriundo del cerro Merced, aceptó la propuesta de un grupo de
voluntarios de levantar su casa con técnicas de bio-construcción. “Entre
esperar lo que decide el gobierno y lo poco que se mueve el alcalde, me
la jugué por los chiquillos que a puro ñeque dan el ejemplo aquí”,
asegura Moya.
Todo comenzó cuando la agrupación de
arquitectos denominada La Minga -que nace al alero del taller de
bio-construcción realizado por Gernot Minke en Olmué durante marzo
pasado-, llegó al terreno con una carpeta que contenía el dibujo de una
especie de conteiner de 40 metros cuadrados con paredes de barro, más un
presupuesto que resumía en 850 mil pesos el costo total del trabajo.
A Moya le pareció interesante pero eso del
costo le tupió las ganas. La joven arquitecta, ex colaboradora de Un
Techo Para Chile, Carolina Moraes en seguida remató con la guinda:
“Usted no tiene que pagar nada, podemos conseguir todo con donaciones”.
Se dieron la mano, midieron el terreno y
durante la noche Moraes ingresó a Facebook para crear el grupo llamado
Minga Valpo desde el cual masificó el llamado a participar de un taller
de bio-construcción con pallets, fardos de paja y barro en el Cerro
Merced para el sábado 19 de abril.
“La respuesta de los jóvenes nos
sobrepasó. Llegaron más de cuarenta, nos faltaban herramientas, nos
faltaba espacio, y sobre la marcha echamos a andar la cosa”, cuenta
Moraes quien pidió a cada voluntario una donación de 20 mil pesos para
costear las vigas centrales que sostienen el techo. Además para los
fardos de paja consiguió ofrendas de campesinos avecindados en los
cerros.
El adobe no es escombro
Entre los habitantes y voluntarios del
cerro Merced se corrió la voz rápidamente. En la esquina de Catrileo con
Talquén están reciclando adobe. Poco a poco los maquinistas contratados
por el municipio para bajar escombros hasta el Plan, fueron llegando
con ladrillos de adobe para la aplicación de la nueva técnica en curso.
Luego llegaron vecinos con carretillas cargadas, y hasta un par de
cadenas humanas sirvieron para amontonar este material que funciona como
base de la construcción ecológica.
Una vez recopilados, estos bloques de
adobe se trituran lo más posible para ser filtrados por una rejilla de
alambre conocida como “arnero”. El montón de tierra fina obtenida es
mezclada con la paja y el agua. Así en pocos minutos se consigue la
composición de adobe reciclado con el cual son cubiertas las paredes.
Para las murallas, los jóvenes ocupan
pallets de madera que, al ser rellenados con fardos de paja, forman una
especie de galleta oblea de un metro cuadrado. Estos paneles son
clavados a una estructura mayor compuesta por vigas de pino radiata que
integran los nueve metros de largo por cuatro de ancho que dan vida a la
casa.
El adobe va cubriendo la estructura. Con
la mano se lanzan puñados de barro a los pallets, luego se aplasta y
pega con detallada precisión hasta lograr uniformidad. Una vez seco el
barro, se le adhiriere otra capa mezclada con baba de tuna y aceite de
linaza. Esto último le otorga propiedades impermeables a la muralla.
La idea inicial del proyecto consistía
también en agregar un sistema que transforma los desechos humanos en
abono para tierra de cultivo y un techo con cobertura orgánica que tiene
la gracia de climatizar el ambiente interior. Pero ambas ideas fueron
descartadas. La primera porque Alberto Moya no quiere perder el hábito
de tirar la cadena, y lo segundo porque se decidió solucionar la falta
de agua con un sistema para recolectar las lluvias que se avecinan por
medio de un techo especial al estilo Earthship[1].
Esta obra se suma a la iniciativa
levantada por voluntarios en el Cerro La Cruz para la construcción de un
comedor comunitario que pueda albergar a personas durante las próximas
lluvias. En este proyecto las murallas están siendo forjadas por medio
de una empalizada de coligue a la que se entrelazan ropas viejas.
Luego
se le adhiere la quincha, mezcla de barro con caca de vaca y aceite de
linaza, para solidificar las paredes.
Ejemplo para la reconstrucción
Si bien estas técnicas forman parte de la
cultura precolombina, la inspiración de estos jóvenes viene motivada
también por actuales estudios que han demostrado la necesidad de cambiar
el paradigma arquitectónico mercantil por una conciencia global basada
en la permacultura: Método que agrupa los conocimientos necesarios para
habitar el planeta de manera sustentable, en armonía con los procesos de
la naturaleza y que promueve el cooperativismo como pilar de la
producción económica.
Durante marzo del 2014 el arquitecto
alemán Gernot Minke, uno de los arquitectos fundadores de este nuevo
pensamiento, anduvo por San Pedro de Atacama, Olmué y Santiago. Esta
visita ayudó a fortalecer vínculos entre las diversas agrupaciones que
estudian e imparten la bio-construcción en el país.
“Cada geografía tiene sus propios
materiales y con esos hay que experimentar. En Chile he notado que la
gente usa el limo (arenilla de los ríos) y la arcilla de los cerros.
Usan la baba de tuna para impermeabilizar y las varas de coligüe en
diagonal para empalizar los muros. Además que manejan madera milenaria
para las vigas. Ustedes deben aprender de sus propios materiales para
prosperar”, explicó Minke en uno de los talleres realizados en Olmué[2].
Tanto la Minga Valpo como la experiencia
en el Cerro La Cruz, además de solucionar las urgencias de las familias
afectadas por el incendio, son proyectos que vienen impulsados por un
motor de cambio a largo plazo. Todo es parte de una gran escuela que
pretende dar solución a los graves problemas de hacinamiento humano,
explotación laboral y devastación geográfica que vive Chile. Tal vez hoy
no rinda mayores frutos, pero la experiencia obligará a cada voluntario
a asumir la responsabilidad de enseñar con alegre disciplina los pasos
aprendidos.
Y así mismo lo asume Jorge Moya, hijo de
Alberto, quien se siente orgulloso de haber recibido la aplicación de
estas técnicas en el Cerro Merced: “Es una manera antigua remodelada con
aspectos sustentables. El cemento es contaminante, al igual que gran
parte de los materiales con los que se construye hoy en el país. El
adobe, en cambio, hace que la casa respire y se mantenga en equilibrio
térmico. A mi parecer este modelo es ejemplar para la reconstrucción”.
“Con la propia arcilla y tuna del cerro
vamos a levantar tres casas en una primera etapa, para luego ver la
posibilidad de continuar según lo quieran los vecinos. Es un proceso de
aprendizaje que luego los voluntarios pueden aplicar en otros sitios.
Además recibimos donaciones de herramientas y materiales”, explica la
arquitecta Moraes a quien se le puede contactar directamente por medio
del sitio www.moraes.cl.
La construcción seguirá durante los
próximos meses a la espera de voluntarios que deben inscribirse en el
sitio de Facebook llamado Minga Valpo o al correo mingavalpo@gmail.com.
Foto: Felix Pó
[1] Earthship Chile en Facebook
[2] Para acceder a los libros y manuales elaborados por Minke, ingresar a www.reverdeciendo.org