Hacia
fines del siglo XIX se registran las primeras organizaciones de mujeres
en Chile que surgieron formando parte de un movimiento obrero que
buscaba condiciones de protección y reconocimiento. Eran los tiempos de
la industria del salitre y la producción para la exportación y el
desarrollo portuario bajo fuerte dependencia de Inglaterra.
“La
primera sociedad femenina de que tenemos noticias se funda en el puerto
de Valparaíso el 20 de noviembre de 1887. Se llamó Sociedad de Obreras
de Socorros Mutuos de Valparaíso y como su nombre lo indica, fue una
agrupación que surgió desde una identidad de clase proletaria, y con el
objetivo específico de proteger su deteriorado cuerpo sometido a las más
duras condiciones del trabajo asalariado fabril”[1]
Al
trabajar en condiciones precarias, sin ningún resguardo legal que les
diera seguridad ante las circunstancias adversas que vivían en sus
trabajos, las sociedades de socorros mutuos nacieron como espacio de
protección colectiva y sus principales tareas fueron “formar dos cajas, una de socorros mutuos y otra de ahorros; socorrer a las socias que se enfermasen”[2] y además, “fomentar la instrucción, la moralidad y el bienestar, a fin de que puedan cooperar eficazmente al bien público”[3].
La
atención de la maternidad, siendo entendida como parte de la vida y lo
cotidiano, debió quedar fuera del sistema de salud de las asociaciones
que centraron su atención “en la desgracia, en la protección de su fuerza de trabajo como factor de protección y sobrevivencia”[4]Sólo
podían ingresar obreras, es decir, costureras, telegrafistas,
cigarreras, tipógrafas, etc. y no eran bienvenidas las lavanderas o
empleadas domesticas.
La
iglesia católica reaccionó frente a esta organización de obreras al
enterarse que los temas religiosos no eran considerados y creó la “Sociedad Católica de Obreras” para competir con las organizaciones femeninas laicas que ban surgiendo[5].
En 1888, nació la Sociedad de Socorros Mutuos “Emancipación de la Mujer” que
buscaba trabajar por el bienestar, el progreso y cultura de la mujer.
Se vio obligada a cambiar su nombre por los resquemores que éste
produjo, pasando a llamarse más tarde Sociedad de Protección de la Mujer. Juana Roldán Escobar,
una de sus principales dirigentes, fue una luchadora incansable por los
derechos de los trabajadores y de la mujer. Contribuyó a la formación
de numerosas sociedades y confederaciones, para estimular la
participación de las obreras, la educación y la defensa de sus derechos[6].
Sin
embargo, es a principios del siglo XX que se multiplican las
organizaciones de mujeres, ligadas a las actividades económicas
dominantes en ese momento: la explotación del salitre, cuya fuerza de
trabajo se concentró en el norte del país, y las industrias que
pertenecían a los sectores urbanos. Las organizaciones de mujeres se preocuparon de las condiciones laborales, de la calidad de vida, iniciando conjuntamente una reflexión sobre el tema específico de la opresión que ejercía un sexo sobre otro.
El
contexto social del país era adverso para los trabajadores y más aún
para las mujeres que comenzaban a incorporarse de a poco a la fuerza de
trabajo, especialmente “a los servicios, industria manufacturera y comercio”[7] El trabajo en las industrias tuvo consecuencias negativas para las mujeres, ya que “se
incorporó dentro de las fábricas una estructura de trabajo que dividió a
las mujeres de los hombres. En este esquema, la participación
marginalizada y mal remunerada de las mujeres en trabajos industriales
afectó directamente su participación y demandas en el movimiento obrero”[8]
La prensa tuvo un papel importante al difundir las discusiones que se realizaron en torno al tema de la mujer. En 1905 se publica “La Alborada”, redactada por Carmela Jeria, obrera tipógrafa. “Fue
el primer periódico de la prensa obrera chilena redactado por una
mujer. Fue distribuido bimensualmente en las ciudades principales, con
pocas omisiones, hasta que cesó de publicarse bruscamente en mayo de
1907”[9].
Aunque
en un primer momento los artículos se referían sólo al movimiento
obrero, con el tiempo se incluyeron algunos cuestionamientos feministas.
Aparecen, además, corresponsales que realizan un tratamiento explícito
del tema como, por ejemplo, Esther Valdés de Díaz, “Estas
tendencias se ven claramente cuando sus comentarios van más allá de la
denuncia de las amenazas físicas y morales que representa el capitalismo
para las mujeres, y entran a plantear la explotación de las mujeres
tanto en la casa como en el trabajo, y a criticar a los mismos
dirigentes obreros por su falta de interés en la emancipación integral
de la mujer. El cambio de perspectiva se acentuó cuando cambió la
inscripción de portada de “publicación social obrera” a “publicación
feminista”, en agosto de 1906”[10]
Un año después de la desaparición de “La Alborada” se crea el periódico “La Palanca” que mantuvo a varias colaboradoras de la publicación anterior, siendo por ello considerada la continuación de ese espacio.
En 1907 ocurre la matanza de la Escuela de Santa María,
durante una huelga de los trabajadores del salitre, que junto a sus
familias se reúnen en Iquique, solicitando el aumento de su salario y
mejorías en sus condiciones de trabajo. Bajo la presidencia de Pedro
Montt, se ordena a las tropas del gobierno entrar a la Escuela y matar a
los trabajadores y a sus familias con un resultado de más de tres mil
muertos y un dur golpe al movimiento obrero.
La concentración de mano de obra en torno a la extracción del salitre, el impacto de las condiciones de vida precarias de
los integrantes de las familias que habitaban las salitreras, la
proliferación de organizaciones obreras que incluyeron la participación
de algunas mujeres, junto con el interés de incorporar el tema de la
opresión de las mujeres al discurso socialista, fueron las principales
causas de la formación de las organizaciones de mujeres.
Teresa Flores junto
a Luis Emilio Recabarren fundador del “Partido Socialista Obrero” en
1912, hicieron pública su preocupación por el tema de la emancipación de
la mujer a través de la publicación de numerosos artículos sobre su
situación en el periódico “El Despertar de los trabajadores”, además de noticias sobre feminismo internacional. “Es
necesario clarificar que, si bien Recabarren jugó un papel fundamental
en los inicios del movimiento, éste cobró vida propia gracias al aporte
de la mujer de la pampa y a las luchas que protagonizaron.”[11]
En 1913 llegó a Chile Belén de Sárraga,
librepensadora española, comprometida con la lucha de las mujeres,
quien dicta conferencias en varias ciudades del país, como Valparaíso,
Santiago, Concepción y Antofagasta, generando gran rechazo
de los sectores conservadores, especialmente de la Iglesia católica.
Recibió una invitación de Luis Emilio Recabarren para visitar Iquique,
hecho que detonó la creación de centros integrados por mujeres. “El primer centro femenino de mujeres librepensadoras,
fundado tras la visita de Belén de Sarraga, surgió en Valparaíso y
aunque muy tempranamente se perdió su huella en el tiempo, fue, en
estricto rigor, el primero de esta naturaleza que conociera nuestro
país. No obstante, los centros femeninos Belén de Sarraga fundados en
Iquique y zonas aledañas, tan sólo un mes después, fueron, sin lugar a
dudas, los verdaderos pioneros del feminismo en Chile, dada la solidez
de sus principios, su continuidad en el tiempo y su nivel de
organización y participación femeninos. Variados factores interactuaron
en este hecho: el desarrollo económico que alcanzó la zona norte del
país gracias a la explotación salitrera provocó una gran concentración
de población que contribuyó a la organización de la mujer en torno a
problemas compartidos.”[12]
El primer directorio estuvo integrado por: Teresa Flores, Juana A. de Guzmán, Nieves P. de Alcalde, Luisa de Zavala, María Castro,
Pabla R. de Aceituno, Ilia Gaete, Adela de Lafferte, Margarita Zamora,
Rosario B. de Barnes y Rebeca Barnes. Sus estatutos revelan los métodos
utilizados para promover sus ideas y mantener la organización.
“Art. 1. Este centro se compone de mujeres que voluntariamente y sólo por amor a la verdad, se comprometen a no tener en lo sucesivo ninguna relación ni directa ni indirecta con el clericalismo y sus instituciones.
Art.
2. Todas las mujeres que componen este centro se comprometen a propagar
estos bienechores pensamientos por medio de visitas domiciliarias a sus
amigas, invitándolas a conferencias, exhortándolas a leer, estudiar y
buscar la verdad.
Art. 3. Las
madres de familia que ingresen al centro educarán a sus hijos dentro
del mas alto sentimiento de libertad y de verdad y ajenos a todo
sentimiento clerical.
Art.
4. Las jóvenes que ingresen a este centro cuidarán al formar su hogar
que el compañero que elijan sea un verdadero y firme libre pensador.
Art.
5. Todas las que compongan este centro, a la medida de sus fuerzas
procurarán propagar el libre pensamiento y aumentar el número de
afiliadas.
Art. 6. Para el sostenimiento del centro y la propaganda de sus ideales, cada asociada pagará una cuota de un peso mensual.
Art.
7. El centro efectuara a lo menos una velada mensual para divulgar y
popularizar sus ideales. Igualmente tomará parte en toda clase de
conferencias, comisios u otros actos instructivos.”[13]
La
postura anticlerical de los centros surgía del cuestionamiento al rol
de la iglesia como promotora del conservadurismo que asumían las mujeres
al desempeñar “como únicas funciones rezar, cuidar de sus hijos y obedecer a su marido”[14].
Limitaba así la aparición de propuestas distintas, más cercanas a los
intereses feministas de ese momento, y por lo tanto, la iglesia
representaba un obstáculo para conseguir cambios en la vida de las
mujeres. Pero la posición anticlerical de liberación de las mujeres del
mandato religioso no era el único objetivo de su quehacer, ya que
participaron de manera activa en las luchas sociales. “En la
práctica, la acción de los centros estuvo muy lejos de limitarse a la
lucha laicisista, ya que sus integrantes se incorporaron activamente a
la lucha social, actuando contra la carestía de la vida,
luchando por el derecho al descanso dominical de las obreras,
preocupándose por los efectos de la primera guerra mundial, realizando
campañas contra el alcoholismo y divulgando las ideas de emancipación de
la mujer.” [15]
Los
centros realizaron innumerables actividades, entre ellas, recorrieron
la pampa para mostrar sus ideas en conferencias y, de esta manera,
motivar la creación de otros centros. “Durante su primer año de
vida, los centros realizan treinta seis reuniones generales, ocho
veladas y conferencias; asisten en grupo a veinticuatro manifestaciones
públicas en Iquique y en la Pampa; participaron en sesenta y ocho actos
públicos y celebran su primer aniversario en el teatro de la localidad”[16] Estos
centros de mujeres librepensadoras tenían un gran nivel de
organización, junto a principios definidos y continuidad en el tiempo.
Las
primeras organizaciones de mujeres nacieron en un contexto de fuertes
luchas de los trabajadores por salir de su precariedad, siendo ese tema,
la clase, el más importante para las organizaciones de obreros que
incluían a mujeres.
Por
lo anterior las organizaciones formadas sólo por mujeres tuvieron un
papel fundamental, ya que lograron generar reflexiones específicas sobre
su situación en la sociedad, lo que enfrentaban en la vida por ser
mujer, como la doble discriminación cuando eran trabajadoras. Esto no
significa un desinterés por las llamadas “luchas sociales” sino una
aproximación a la unión de ambos temas desde la particularidad de ser
mujer.
Referencias Bibliográficas
Gaviola, Edda y otras (1986) “Queremos votar en las próximas elecciones”. Historia del movimiento femenino chileno 1913-1952. Santiago: Centro de Análisis y Difusión de la Condición de la Mujer, La Morada. Impresión Arancibia.
Kirkwood, Julieta (1986) Ser política en Chile: las feministas y los partidos. Santiago: FLACSO.
Hutchinson, Elizabeth (1992) “El feminismo en el movimiento obrero chileno: la emancipación de la mujer en la prensa obrera feminista, 1905-1908“. En Proposiciones Vol.21. Santiago de Chile: Ediciones SUR, diciembre.
Illanes, María Angélica (2003) La revolución solidaria. Las Sociedades de Socorros Mutuos de Artesanos y Obreros: un proyecto popular democrático, 1840-1887. En Revista Polis Nº5.
López, Ana (2008) Lucha de género, lucha de clases. Carmela Jeria y los inicios del movimiento obrero feminista. Cuadernos de historia marxista. Serie Género. Año I, Nº 2, octubre.
[1] Illanes, María Angélica (2003) La revolución solidaria. Las Sociedades de Socorros Mutuos de Artesanos y Obreros: un proyecto popular democrático, 1840-1887. En Revista Polis Nº5.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] López, Ana (2008) Lucha de género, lucha de clases. Carmela Jeria y los inicios del movimiento obrero feminista. Cuadernos de historia marxista. Serie Género. Año I, Nº 2, octubre.
[6] Ibid.
[7] Gaviola, Edda y otras (1986) Queremos votar en las próximas elecciones. Santiago
[8] Hutchinson, Elizabeth (1992) El
feminismo en el movimiento obrero chileno: La emancipación de la mujer
en la prensa obrera feminista, 1905-1908. En Proposiciones Nº21.
[9] Ibid.
[10] Ibid.
[11] Gaviola, Edda y otras (op.cit.)
[12] Ibíd.
[13] El Despertar de los trabajadores, 19 de Abril, 1913 en Gaviola, Edda y otras (op.cit.)
[14] Gaviola, Edda y otras (op.cit.)
[15] Ibid.
[16] Kirkwood, Julieta (1986) Ser política en Chile: las feministas y los partidos. Santiago: FLACSO.