I
El 24 de marzo de
1980, el Arzobispo de San Salvador fue asesinado por el disparo de un sicario de los opresores del
pueblo salvadoreño. El obispo Oscar
Romero era constructor de la paz basada en la justicia, en medio de una guerra
producto de la injusticia.
Su compromiso de
fe le condujo a caminar junto a las organizaciones populares y su proyecto de
sociedad democrática, esto es, de igualdad y participación.
Es así como Romero
pasó de la denuncia a la acción, jugándose la vida hasta el martirio. Fue un obispo que acompañó a su pueblo y “no
sólo a algunos que (le acariciaban) los oídos”. (Francisco, “Evangelium
gaudium”, Nº 31). Es por ello que tomó
conciencia de “que no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano
invisible del mercado” (E. G., Nº 204), el cual ha establecido una “violencia
institucionalizada”. (Documentos finales
de Medellín, Nº 16).
Al igual que a
tantos miles de otros consagrados, políticos, sindicalistas, campesinos,
indígenas, estudiantes, intelectuales de América Latina, Romero fue asesinado
por pretender construir el Reino de Dios, que comienza en la interioridad de la
persona y se realiza en la historia, liberando de todo lo que deshumaniza.
II
Lejos de nuestra
intencionalidad está el hacer de Romero un personaje insustancial, fácilmente
neutralizado por una visión ideologizada del cristianismo, en torno a una falsa
reconciliación que intentare que los oprimidos renuncien a sus derechos para
mantener lo establecido por los opresores.
Aquello no correspondería al espíritu de Romero ni a la espiritualidad
cristiana. La espiritualidad cristiana
consiste en vivir según el Espíritu de Jesús.
No es huir a zonas “extraterrestres” sino dejarnos conducir por este
mismo Espíritu que llevó a Jesús a superar la tentación de la riqueza y del
prestigio y a pasar por el mundo haciendo el bien. La vida de Jesús, y que Romero imitó, no
estuvo centrada en sí mismo, sino en remediar el sufrimiento de los demás y así
contagiar felicidad a quienes carecen de ella.
Esto significa defender la vida humana en todos sus ámbitos, comenzando
por lo elemental que es la comida, la salud, la vivienda, la educación, el
trabajo y una vida digna para todos. Así
como también hay que respetar la tierra y los recursos naturales,
defendiéndolos de la explotación mercantilista.
III
A nosotros, hoy,
integrantes del Comité Oscar Romero de Chile (del Servicio Internacional
Cristiano de Solidaridad con los Pueblos de América Latina-SICSAL), nos
corresponde transmitir el testimonio de Romero en medio de un mundo impregnado
de ambigüedades, desinformado y enajenado.
Es aquí donde nos ha tocado vivir la fe y abrir paso a la irrupción de
Dios promoviendo una vida más humana.
Nos desenvolvemos en una “democracia de baja intensidad”, impuesta por
los dictados neoliberales de Breton Woods y del Consenso de Washington, que no
nos sacará del atolladero social de la pobreza, la injusticia y la desigualdad,
sino que, al contrario, han incrementado dicha tragedia.
Los cristianos
¿podemos aceptar que se continúen hipotecando nuestros recursos naturales,
incluyendo el agua y las tierras, siendo sólo exportadores de riquezas
naturales por medio del desenfrenado y destructivo modelo extractivista y, de
manera suicida, aceptar entre otras medidas estructurales, por ejemplo las
negociaciones secretas del Acuerdo Estratégico de Asociación ´Transpacífico de
Libre Comercio (TPP), que cercaría el acceso al conocimiento y a los
medicamentos, obstaculizando además la regulación de pesticidas y el control de
los aditivos de los alimentos?
No se trata de
dirigir al pueblo, sino de acompañarlo auscultando y desentrañando los “signos
de los tiempos”. Tampoco se trata de
imponer una doctrina, sino de caminar a la par con la inteligencia filosófica,
teológica, científica, sociológica, política y técnica que lucha por modelar un
mundo capaz de ser la “Tierra Prometida” de un pueblo liberado de las
corporaciones transnacionales y de sus socios nacionales, que promueven la
hiperespeculación, la concentración de la riqueza, la lucha permanente por los
mercados y la destrucción del medioambiente.
Ello exige que formemos “una Iglesia con las puertas abiertas” (E. G. Nº
4), que ofrezca a todos la vida de Jesucristo, como lo hicieron entre nosotros
el recientemente fallecido obispo Carlos Camus, y Juan Alsina, Antonio Llidó,
Pierre Dubois, André Jarlan, Alfonso Baeza, los obispos Hourton, Alvear y Ariztía,
Clotario Blest, Helmut Frenz y tantos y tantos otros.
Romero realizó el
deseo del Papa Francisco, quien ha afirmado que prefiere “una Iglesia
accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia
enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias
seguridades. No quiero –dijo- una Iglesia
preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de
obsesiones y procedimientos”. (E. G., Nº
49).
Esto es lo que
Romero nos enseña con su vida consecuente y su palabra orientadora en
situaciones históricas que exigen profundo discernimiento para la acción.
Conmemoremos el
martirio de San Romero de América haciendo realidad su resurrección, tras la
convicción de que su muerte sería semilla de vida.
El mundo requiere de
hombres que expresen el paso de Dios, para realizar sus esperanzas y superar
sus crisis y necesidades. Tenemos la
guía de un Dios que tiene su proyecto sobre el mundo.
COMITÉ OSCAR ROMERO-SICSAL-CHILE.
Santiago de Chile,
24 de marzo de 2014.