El
Presidente Santos no pierde oportunidad para manipular. Al fin y al
cabo se trata de un hombre de negocios surgido del mundo de los grandes
medios, acostumbrado a tergiversar y menospreciar los puntos de vista
contrarios. No tuvo escrúpulos para afirmar ante la cúpula militar, que
el comandante de las FARC-EP había escrito quejándose porque lo
consideraran objetivo de alto valor. Allá él. De este lado nunca
recurrimos a la distorsión de lo dicho por el Presidente, preferimos
interpretarlo en su exacto significado.
Quien
haya leído el escrito de Timoleón Jiménez sabe bien que lo que éste
criticó fue la pública orden presidencial de ejecutar a cualquier
miembro de las FARC que se encuentre en territorio colombiano. El
Presidente no puede emitir órdenes de matar compatriotas apenas los
vean, porque la pena de muerte está proscrita en el país. Además tal
orden resulta demasiado peligrosa cuando el mismo Presidente, sus
ministros y generales viven acusando diariamente a los dirigentes
populares y de oposición de ser miembros de las FARC.
El
Presidente ha autorizado públicamente la ejecución de una innumerable
cantidad de colombianos inconformes con sus políticas, lo cual coincide
con su conminación al alto mando a ser contundentes con quienes
promuevan desórdenes en las vías públicas. Es que así, aunque cueste a
algunos admitirlo, con ese aire de aparente cordura y apego a la
legalidad, las clases dominantes en Colombia llevan decenios ordenando
asesinatos, desplazamientos, desaparecimientos, torturas, amenazas y
parálisis política a causa del miedo.
El
propio Santos reconocía que con su designación por Gaviria como
ministro de comercio exterior, le fue ordenado abrir la economía. Desde
entonces su empeño ha sido materializar en nuestro país el designio
globalizador neoliberal: libre comercio total, apertura plena a la
inversión extranjera, privatización de las entidades públicas, entrega
de nuestras riquezas naturales al gran capital transnacional,
desmejoramiento de las condiciones laborales de los trabajadores y
endeudamiento creciente con la banca internacional.
Así
que la oligarquía colombiana no niega, sino que se ufana de haber
asumido como propia la estrategia de dominación planetaria del gran
capital, que, como todo el mundo ve, conduce a inmensas poblaciones a la
más angustiosa crisis social, al desastre ambiental, a la guerra total
de aplastamiento de los pueblos, a la hecatombe nuclear y hasta a una
avizorada extinción de la especie humana. A ese proyecto vinculan todos
sus mecanismos de dominación, desde la educación pública hasta la gran
prensa, pasando por sus aparatos armados y de ley.
La
Prosperidad para Todos no es otra cosa que la versión colombiana de las
imposiciones del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la
OMC, y todos los grupos de poder que los inspiran como el famoso
Bilderberg o la Comisión Trilateral. Las locomotoras minera,
agroindustrial, de infraestructura, vivienda y ciencia, lejos de
procurar el bienestar de los colombianos, están concebidas para
garantizar la penetración, el apoderamiento y control pleno del país por
los poderes internacionales del capital financiero mundial.
Con
los cuales se encuentran entrelazados los más importantes grupos
económicos nacionales. Son ellos los que crecen y aumentan su riqueza a
la sombra de los inversionistas extranjeros. Mientras Santos, como un
generoso Rey Midas que transforma en oro todo cuanto toca, habla de que
sus políticas han sacado a millones de colombianos de la miseria y la
pobreza, además de llevarles alimentos, educación, salud, vivienda,
empleo formal y jugosas oportunidades de prosperidad, la gente de carne y
hueso se toma las carreteras y las plazas en reclamo de atención y
justicia.
El
recurso presidencial consiste en señalar que no hay reales razones para
que la gente proteste. Su gobierno está haciendo todo cuanto puede
hacerse por ella. Y no descarta que las protestas sean en realidad
artimañas usadas por gentes interesadas en sembrar el caos, como ocurre
con las guerrillas o algunos personajes de la oposición. Pese a ello,
afirma que respeta el derecho a la protesta y al disentimiento. Claro,
siempre que semeje un lloro ante el muro de las lamentaciones,un llanto
incapaz de presionar cualquier cambio en sus políticas.
Ahora
más que nunca está claro que han sido los designios del gran capital
para Colombia, los que han exigido poner fin de modo definitivo al
conflicto. Para la ejecución de sus planes en el país y el resto del
continente resulta imperativo remover del camino esa mula muerta de la
que habla Santos. Este ha asumido juicioso su tarea, terminar con el
conflicto por las buenas o las malas. Allí entra a jugar su papel la vía
del diálogo y las conversaciones. Como a la gente, a la guerrilla
también habrá que darle la oportunidad de llorar sus penas.
Por
eso la Mesa. Para que reclamen en voz baja y mansamente cuanto quieran.
Aunque no se les acepte ni conceda nada de lo que planteen. La
comunidad internacional, es decir los Estados Unidos y la Europa
Occidental, están dispuestos a aceptar que la guerrilla desmovilizada
sea beneficiaria de una justicia transicional, que la deje finalmente en
una libertad precaria, pero anulada en materia política. En eso
consistiría el Acuerdo, un perdón relativo a cambio del espaldarazo
guerrillero a la globalización neoliberal para Colombia.
El
primer punto de la Agenda, sobre política agraria integral, aparece
como firmado con algunas salvedades que se definirán más adelante. Esas
salvedades son todas las objeciones que las FARC han puesto a los planes
del gran capital para convertir el territorio colombiano en su gran
dispensador de recursos mineros, biológicos, agroindustriales y
alimentarios, a costa de la propiedad y la tranquilidad de los pequeños y
medianos productores agrícolas, pecuarios y mineros, así como de las
comunidades negras e indígenas.
Tampoco
piensa Santos ceder un milímetro en materia de democratización de la
vida nacional, el segundo punto de la Agenda. Cuando discursea que no
está negociando el Estado, ni el modelo económico, ni el sistema
político, ni el sector privado, lo hace para tranquilizar al gran
capital expectante por cualquier debilidad en la Mesa. Tranquilos, que
aquí no va a cambiar nada. Sólo se trata de darles la última oportunidad
a los bandidos para que se desarmen y compongan su vida futura al calor
de nuestras sagradas instituciones.
Si
no lo hacen, como dijo recientemente, ellas serán las primeras
damnificadas, también políticamente, como ocurrió en los procesos
anteriores. Aunque el Presidente cree jugar con cartas marcadas y seguro
de ganar, está nervioso. Promete y miente, amenaza y miente. Mientras
tanto, un país del cual no gusta, que no se parece al Londres que sueña,
sale a las calles a exigir cambios, a enfrentar la autoridad, a
reclamar por políticas distintas. Las mismas por las que las FARC
llevamos meses discutiendo en la Mesa de La Habana. Lo que Santos no
quería.
Timoleón Jiménez
Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP
22 de agosto de 2013.
Fuente: http://farc-ep.co/?p= 2535