Por Alejandro Lavquén
La alegría ya viene, sentenciaba el eslogan que llamaba a votar por
el NO en el plebiscito de 1988, y si bien el triunfo en las urnas, incentivado
por la movilización social y las protestas, de quienes repudiaban la sangrienta
dictadura militar, abrió las puertas a otro Chile, la alegría plena sólo se
festejó en el reino de la tribu del caradepalismo.
Por un lado, la derecha golpista y económica que, amparados en la Constitución
de 1980 y en leyes ilegítimas, continuaron profitando del patrimonio colectivo
y abusando mediante la trilogía crédito-usura-deuda,
que tantos réditos les ha reportado. En la otra acera se encontraban los
dirigentes de la Concertación, cuya mayoría, al degustar el sabor del poder, se
echó al bolsillo la “alegría” del pueblo. Tras veinte años de gobiernos
concertacionistas y tres de derecha, interrelacionados sin vergüenza alguna,
irrumpió el movimiento social y los estudiantes con una fuerza de envergadura
notable. A lo que se sumó la utilización de las redes sociales como un arma de
opinión y denuncia permanente, desde donde los ciudadanos ejercen su derecho a
manifestarse si tapujos.
El panorama cambió y la gente se
dio cuenta de que sí se puede luchar contra el abuso, cada día con mayor
fuerza, en un proceso donde esa fuerza se potencia cada vez más. El movimiento
social se ha tomado las tribunas que antes se le negaban, a pesar de todos los
esfuerzos de la clase política por desmovilizarlo y desacreditarlo. La alegría
del caradepalismo poco a poco es
desenmascarada, sobre todo en lo que toca a los dirigentes de los partidos de
la Concertación, porque la derecha es en esencia cara de palo. Una democracia
de verdad, honesta, transparente, solidaria, respetuosa de los derechos
humanos, no puede contar entre sus autoridades a personajes de la derecha
pinochetista.
Una nueva Constitución debería prohibir el pinochetismo de la
misma manera que en Alemania se prohíbe el nazismo. Tampoco una democracia real
debe contar, en el servicio público, con fariseos de la clase de Enrique
Correa, Francisco Vidal, Fernando Flores, René Cortázar, Guido Girardi, Camilo
Escalona, José Joaquín Brunner, Jaime Estévez, Jorge Navarrete, Nicolás
Eyzaguirre, Óscar G. Garretón, Andrés Velasco y un largo etcétera. Los caras de
palo deben ser erradicados de la política nacional, ya bastante han lucrado a
costa del pueblo que dicen representar.